En parte de los siglos XIX y XX tuvieron su auge las “ferias de fenómenos”, que eran secciones de espectáculos más grandes, como los parques de atracciones o Luna Parks. Consistían en mostrar, previo pago de entrada, a diferentes personas que poseían algún rasgo diferente al resto o exagerado que los hacía – en aquella época – “atractivos” de mirar: los enanos, los gigantes, la mujer barbuda, etc.
Paralelamente, William Ripley comenzaba su famoso “¡Aunque usted no lo crea!” que actualmente mantiene 29 museos “de fenómenos” (aunque aggiornados sus ejemplos) en el mundo. Tales expresiones de inhumanidad son para nosotros hoy, por suerte, una aberración reprobable y condenable.
¿Y qué tiene que ver todo esto con Clarín Arquitectura?, preguntarán ustedes con razón. Todo tiene su causa y las más de las veces esta tiene que ver con experiencias personales.
En mi autoexilio en la otra orilla del río tengo, muy a menudo, saudades de “mi Buenos Aires querido”. Gracias a las ONG, a las cuentas de IG y a los vecinos que defienden la ciudad, me mantengo informada continuamente sobre su acaecer/decaer urbano.
Días pasados puse YouTube y estuve viendo videos turísticos publicitarios de la ciudad a la que tantos desvelos dediqué. No pude quedar más sorprendida. ¿Qué estaba viendo? ¿Trozos de mi amada ciudad o una de esas “ferias de fenómenos”?
La “Buenos Aires verde” cada vez con más cemento por doquier. Los árboles centenarios plantados por los próceres de nuestro paisajismo (Courtois, Thays I, Thays II, Benito y Eugenio Carrasco) asesinados por nada de mantenimiento, por unas podas descomunales en pleno verano y sin el más mínimo tino botánico.
Podría citar, mínimamente: parque Ameghino, plaza Aristóbulo del Valle, Costanera Norte, avenidas Directorio, Alberdi, Antártida Argentina; arbolado de alineación con extracciones ¿legales? por nuevas construcciones…
También, algunas avenidas de súper necesario tránsito vehicular absurdamente convertidas en falsos “corredores verdes” como Honorio Pueyrredón; árboles recientemente plantados con excesiva publicidad, muertos en pocos meses por falta de riego sumada a la sequía…
El patrimonio arquitectónico y urbano no se queda atrás: la “puesta en valor” de la Plaza de Mayo, que denuncié hace unos años, nos dejó una imagen que duele en el alma si uno la mira desde el aire a través de un dron…
La Escuela Taller de Restauración de San Telmo demolida por un capricho ¿psicológico?; la antigua estación de tren de Belgrano C, con 160 años de antigüedad desaparecida bajo “algo” indefinible cuando se podía haber conservado.
Las históricas y bicentenarias calles adoquinadas y de veredas con cordón del Casco Histórico convertidas en vías europeas “con farolitos chinos”, como me dijo hoy una amiga defensora de su viejo barrio: “extrañando con 50° de temperatura las decenas de árboles talados por Paseo Colón”.
Otros ejemplos puntuales perdidos: la Tienda La Ideal (Córdoba y Serrano), las tres casonas de 1890 de Olazábal y Vidal; y, como no sólo se demuele arquitectura “antigua”, se fue la casa “moderna” de Gualeguaychú y Navarro.
La Villa Roccatagliata en Coghlan es cada vez más de juguete; la pérdida de los playones ferroviarios como últimas superficies disponibles para verde absorbente; las “compensaciones” que “salvan” a un barrio pero condenan a otro…
Los videos turísticos también muestran multitudes desorientadas tratando de comprar alguna chuchería y comer panchos y hamburguesas en las otrora impecables e internacionalmente conocidas ferias de antigüedades de la Plaza Dorrego y de artesanía de diseño de la Recoleta.
Hoy esta actividad se ha extendido a las calles de San Telmo (y de otros varios lugares porteños) dejando luego toneladas de basura, botellas vacías y unos cuantos “curdas” para no olvidar los mitos tangueros que se reducen a unas parejas bailando “for export”. Y el gran Caminito, que albergó al teatro de Madanes, transformado en una caricatura lamentablemente real.
Pero me quedo cortísima pues es una lista interminable y pueden seguir los ejemplos para llenar uno de estos Suplementos por completo. Y no exagero en lo más mínimo.
Los turistas extranjeros se siguen maravillando con los restos de una Buenos Aires que es la triste sombra de lo que fue. Para quien esto escribe, que conoce en profundidad la historia porteña, es ser hoy, una turista extranjera más.
Entre otras notas dedicadas a su patrimonio cultural, en 2002 escribí “Un habeas corpus para Buenos Aires” y en 2017 “Buenos Aires, el patrimonio en peligro. El que calla, otorga”. En este último, incluí una lista indicativa de 25 bienes patrimoniales arruinados o perdidos.
Nada pasó, es decir, todo pasó, pues la situación se agrava día a día. Y hoy me toca escribir estas desconsoladas líneas que tanto dolor me causa tipear, pues cada ejemplo es una lágrima.
Para los funcionarios, las leyes existen pero ¿por qué las voy a cumplir?; los estudios ambientales y patrimoniales tienen décadas de existencia, ¿alguno los lee? Los vecinos ya no sólo hacen oír su voz, sino que ahora deben gritar, ¿alguien los escucha?
La elección es clara: Vodevil o Ciudad Vivible; Museo Ripley N° 30 o la digna ciudad que todos merecemos y añoramos.
¿Y qué nos deparará el futuro realmente para la costa de nuestro río; para Palermo Chico y las “excepciones”; para el Tambito en lo que fueron los Bosques de Palermo concesionado como confitería; para el Paseo del Bajo sin verde; para la ex Ciudad Deportiva de Boca Juniors convertida en una Manhattan criolla; y tantos otros casos más?
¿No es todo esto un “insulto a la razón”?
Tengo la certeza de que todavía quedan profesionales que manejan la cosa pública que están formados y tienen experiencia, los conozco desde hace mucho tiempo, fueron compañeros de luchas patrimoniales de épocas pasadas. Les pido con las dos manos en mi corazón que dejemos el “cambalache” en 1934 y vivamos realmente en 2023.
FUENTE: Sonia Berjman – www.clarin.com