En la ciudad de La Plata existe una casa muy singular por muchos motivos: porque Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad, porque está a la vanguardia de la modernidad, es la única en su tipo en todo el continente y porque se ha transformado en una suerte de imán. Casi a diario, decenas de jóvenes y curiosos se sientan frente a ella. La dibujan en cuadernos o láminas; esa casa los inspira. Se toman selfies, festejan el título de arquitecto recién obtenido y con sus celulares buscan un encuadre que se destaque en el universo instagramer. Se trata de la Casa Curutchet, una joya de la arquitectura que cualquier ciudad del mundo quisiera tener.
Todo en ella forma parte de una historia que vale la pena ser contada. En 2016, la Unesco la nombró “Patrimonio de la Humanidad” junto a otras 16 construcciones proyectadas por el mismo arquitecto, el suizo Le Corbusier. Son en total 17 obras repartidas en siete países (Alemania, Bélgica, Francia, India, Japón, Suiza y Argentina). Fueron consideradas “una contribución excepcional al movimiento de arquitectura moderna” y “un testimonio de la invención de un nuevo modo de expresión de la arquitectura, en clara ruptura con sus formas anteriores”.
Justamente las “formas anteriores” de la arquitectura se pueden ver a la derecha de la Casa Curutchet: allí hay un edificio de dos plantas, de estilo francés. Medianera con medianera, representan un hermoso y caprichoso contrapunto.
Además de arquitecto, Le Corbusier fue pintor, diseñador, escritor y un gran divulgador de su visión sobre la arquitectura. Consideraba a las casas como “máquinas para habitar” y había desarrollado cinco ejes que resumían lo que debían tener para ser vividas con plenitud: estar elevadas sobre pilotes, tener una terraza-jardín, plantas libres (para que las paredes o cerramientos se ubiquen según la necesidad de cada familia), ventanas longitudinales y una fachada libre, independiente de la estructura. Consideraba vital la iluminación natural.
Volviendo a la Curutchet, fue encargada en 1948 por el médico cirujano Eduardo Curutchet; en el frente se construyó su consultorio y en el fondo del terreno, la vivienda familiar. Él siempre supo que su casa iba a pasar a la historia. Eduardo fue un hombre culto, interesado en el arte y que dejó también su sello en el mundo del diseño, porque creó instrumental médico que aún se utiliza en intervenciones. “Sé que esta obra quedará como una lección de arte contemporáneo”, le dijo en una de sus cartas a Le Corbusier.
Porque la relación entre ambos fue epistolar. Le Corbusier jamás vino al país a supervisar su obra, pero dejó en manos de Amancio Williams su ejecución. Williams fue su discípulo y construyó otra obra emblemática, también en provincia de Buenos Aires, la Casa del Puente; y por la Casa Curutchet no cobró ni un peso. “Para él fue un honor dirigir la construcción de una obra de su maestro. Al revés, quizá como una forma de poner cierta presión en el cliente, dijo que sólo iba a cobrar si la obra no se llevaba a cabo”, contó el arquitecto Julio Santana, director de la Casa Curutchet.
Con pasión, Santana ofrece detalles y revela secretos sobre la obra. En la casa -que aún pertenece a la familia Curutchet- funcionan las oficinas del Colegio de Arquitectos de la Provincia de Buenos Aires. La propiedad se alquila, como si fuera cualquier otro edificio, desde hace más de 20 años y no recibe ningún tipo de subsidio para su mantenimiento. A decir verdad, un poco se nota, los baños necesitan urgente una renovación. Recientemente, gracias a una alianza, la empresa argentina Tersuave renovó por completo la pintura y el blanco original se luce en todas sus paredes.
La obra de construcción demandó seis años, y los Curutchet vivieron en ella sólo siete. “Hubo momentos muy complicados. Pensemos que la construcción se hizo más de 60 años atrás, todo era una novedad. Incluso la utilización del hormigón”, explicó Santana. Don Curutchet tuvo dos críticas hacia la casa: el exceso de luz y la cantidad de curiosos que se acercaban a verla.
Bueno, algo que no ha cambiado en sus más de 60 años. Porque la casa tiene su atractivo intacto y continúa convocando multitudes de curiosos. Se puede visitar todos los días, en Boulevard 53, número 320, entre calles 1 y 2: de martes a viernes de 10 a 17, y sábados y domingos, de 13 a 17.
FUENTE: Clarín