Haber nacido en Casa Amatller, en Barcelona, dentro de una de las joyas arquitectónicas ideadas por Josep Puig i Cadafalch, en el Paseo de Gracia, y que han quedado a cubierto de los desatinos urbanísticos después de haber entrado en el patrimonio histórico de la ciudad, fue más que una coincidencia precoz en la vida de Juan Antonio Urgell. Fue una predestinación categórica, un prenuncio rotundo de la vocación que lo condujo a convertirse en la Argentina, a la que llegó a temprana edad con sus padres, en uno de los profesionales que dejarían en las obras el sello reconocible de una personalidad. Como lo lograron Mario Roberto Álvarez y Santiago Sánchez Elía.
Si Sánchez Elía, junto a Peralta Ramos y Agostini, concibió por pedido de LA NACION el edificio en que ella estuvo asentada entre 1969 y 2013 sobre tierras ganadas al río a la altura de la calle Bouchard, frente a la Plaza Roma, Urgell cumplió más tarde ese mismo encargo para levantar la planta gráfica “Ingeniero José Ferrari”, en la que este diario se imprime desde 2000, en Barracas. Urgell siempre recordaría con satisfacción y agradecimiento haber trabajado al lado de un hombre de las calidades del ingeniero Ferrari, responsable de ese proyecto editorial en nombre de S.A. LA NACION.
El gran arquitecto fallecido el domingo en Buenos Aires había integrado primero un estudio con Juan Manuel Llauró y luego, con Enrique Fazio, colegas de primer rango. En su última etapa constituyó la firma que lleva, además del propio, los nombres de Augusto Penedo y de su hijo, Juan Martín Urgell.
FUENTE: lanacion.com.ar – Por José Claudio Escribano