La Ciudad Buenos Aires tiene pasajes famosos. Caminito y sus conventillos de colores, una de las mayores obras que el pintor Benito Quinquela Martín legó a La Boca. El Pasaje San Lorenzo, en Monserrat, donde los turistas van a buscar la “casa mínima” (2,5 metros de frente y 13 de profundidad), detrás de la leyenda que dice que la habitó un esclavo liberto. El Roverano, de Avenida de Mayo 560, con su salida “secreta” al subte A y el recuerdo de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito, corriendo por sus escalinatas en la década de 1930 para buscar cartas en una oficina postal y llevarlas hasta la Patagonia en su monoplano. El del Palacio Barolo, de Avenida de Mayo al 1370, con su quiosco centenario, sus paredes vestidas de mármol y la simbología infinita que surge de su supuesta inspiración en la Divina Comedia de Dante Alighieri: desde las “flores de fuego” de los mosaicos hasta el bestiario que decora las columnas y convierte a ese gran hall en una posible representación del “purgatorio” del inmenso poema italiano. O los pasajes de Palermo Viejo, Soria o Russel, con su exposición de street art a cielo abierto -entre paredes pintarrajeadas-.
Pero Capital cuenta también con otros pasajes, menos reconocidos, preciosos y ricos en historias. Son tesoros en los barrios que conservan, justamente, su ritmo amable. Oasis dentro de oasis. Y que uno, si no es vecino, descubre de casualidad, andando. Como sorpresas que relajan.
Según Turismo de la Ciudad, hay al menos un centenar de pasajes porteños que vale la pena explorar, así que las elecciones de los de esta nota GPS son necesariamente arbitrarias.
Acá aparece el San Carlos, ubicado en Quintino Bocayuva 151, veterano. Su historia arranca en 1865 mientras que la mayoría de los pasajes porteños nacieron en la década de 1880, cuando había que hacer espacio para los inmigrantes que llegaban en olas y se dividieron las manzanas de la clásica cuadrícula española. Chau casonas coloniales con varios patios, hola casas chorizo, las mismas que un par de décadas después serían, a su vez, reemplazadas por viviendas colectivas de unos pocos pisos y espacios de uso común. En ellos, nuevos patios de antiguos estilos, como el andaluz –con muchas plantas y cerámicas decoradas– y pasillos en L, U y sin salida. O sea, pasajes.
Y acá, en esta nota GPS, aparecen también el Pasaje Arribeños, un remanso de aires neocoloniales que convive con el Barrio Chino de Belgrano. El Malasia, que en una cuadra despliega un muestrario de influencias de estilos arquitectónicos europeos, desde dragones de hierro típicos del gótico hasta elegancia neoclásica. El General Paz, diseñado para trabajadores y devenido en una joya coqueta. Y el Dantas, de Villa Santa Rita, angosto, donde las casitas, las flores y el silencio transportan directo a la hora de la siesta de la infancia, a la casa de la abuela. Es que estos rincones, aislados del caos urbano, pueden contar historias de la Ciudad y también, evocar recuerdos propios así de cálidos.
La lista de pasajes porteños es larga y es variada. Techados o a cielo abierto, residenciales o comerciales, imponentes o humildes, enrejados o de libre acceso, bien cuidados y no, en este GPS van cinco. Todos, con corazón de barrio.
Cinco propuestas:
1) San Carlos. Es uno de los pasaje más antiguos de la Ciudad. Tras un portón, cuenta con unas 15 viviendas: rectángulos pintados de colores suaves con ventanas que se lucen con cortinas y plantas. Su historia empezó en 1865, cuando el político Juan Francisco Tarragona compró parte de la quinta de Juana I. González. De la división de aquel terreno, nació este espacio privado. Vecinos recuerdan que lo rodearon edificios mellizos pero uno fue “deformado”. En Quintino Bocayuva 151.
Desde el fondo del Pasaje San Carlos se puede ver parte de la Basílica María Auxiliadora y San Carlos, construida entre 1900-10 por el arquitecto salesiano Ernesto Vespignani, con ecos de los estilos románico y gótico y destellos dorados de decoración bizantina. Se cuenta que en el coro de la vieja parroquia cantaron Gardel y Ceferino Namuncurá y se sabe que en 1936 bautizaron a Jorge Bergoglio, hoy Papa. Hay visitas guiadas (consultar el Facebook de la iglesia). Está en Hipólito Yrigoyen 3999.
2) Arribeños. Es una joyita de aires necoloniales, ubicada prácticamente en el Barrio Chino de Belgrano. En unos 2.260 m2, los arquitectos Ernesto Lacalle Alonso -autor de viviendas colectivas- y Jorge Birabén construyeron sus 19 casas en 1927-8. Las edificaron en dos etapas, así que tienen más madera del lado derecho, el más antiguo, y más metal y más verde del otro. El espacio, privado, cuenta con un jardín de tipo andaluz. Un oasis. En Arribeños 2346.
Dato: También el Pasaje Olleros cuenta con un patio de tipo andaluz. Fue construido en 1927, en teoría, en el predio de una antigua caballeriza de la Comisaría 29, con 35 viviendas tipo PH, para alquilar. Fueron dispuestas de forma espejada a ambos lados de un pasillo central y con niveles conectados a través de “puentes”. Y, como el Arribeños y el San Carlos, es privado. Está en Olleros 3951.
3) Malasia. Este Pasaje se llamó Arribeños hasta 1995, cuando lo rebautizaron en el marco de un tratado bilateral con, justamente, Malasia. Se lo considera uno de los más europeos de Capital. Es que se trata de un muestrario de influencias de estilos de arquitectura de ese continente. Hay casonas -no se puede construir en altura- de estilos neogótico, neorrenacentista, neoclásico y tudor, entre otros. El empedrado completa el cuadro. Entre cámaras de seguridad y garitas, los autos pueden “dormir” en la vereda. En Gorostiaga al 2000, entre esa calle y Maure.
La casa del 854 del Pasaje Malasia es un imán. Sólo en el frente conjuga influencias diversas: techo abovedado, guardas de flores, un gran balcón de madera tipo colonial limeño -mucho más modesto que los de la capital peruana- y dragones “dibujados” con hierros, como custodiándolo. Uno puede jugar durante un buen rato a encontrar esos y otros rasgos del barroco y el neogótico y de reversiones de otras tradiciones. Igual que delante de un buen cuadro. La obra fue atribuida por algunos expertos al arquitecto Estanislao Pirovano, quien en 1930 diseñó la ex sede del diario La Nación en Florida 343, con relieves que muestran figuras de rasgos indígenas y faldas hechas de hojas exuberantes.
4) General Paz. Conectado por pasillos, con bancos y maceteros decorados con mayólicas de Talavera de la Reina (Toledo, España) y plantas colgantes, el Pasaje General Paz es uno de los más lindos de Capital. Fue diseñado como vivienda colectiva (para quienes ascendían en la escala social y podían dejar los conventillos) por el arquitecto e ingeniero Pedro Vinent, el mismo que ideó el “Barrio Inglés” de Caballito, y construido por la empresa Gustavo Taddía en 1926. Más allá del portal de rejas, entre balconcitos y verde, anidan pájaros. En Ciudad de la Paz 561/ Zapata 562.
5) Dantas. A metros del trajín de la avenida Álvarez Jonte, en Villa Santa Rita, se abre este caminito empedrado, rodeado de casitas bajas pintadas de colores, faroles, flores y verde. A la altura de Campana al 2000, irrumpe como una sorpresa que relaja. Hay allí, al 3200, una escuela pública. Los alumnos que van y vienen le suman alegría. Otro dato: gente de la zona recuerda que Maradona jugaba al tenis en los ‘80 en un predio vecino.
Granville o “La Puñalada”, bonus track: Así se llama un pasaje peatonal vecino al Dantas. En 60 metros de largo por 3 de ancho, se planta como un remanso de casitas bajas. Hay quien dice que lo bautizaron “La Puñalada” por su forma y hay quien lo remite a las peleas de “guapos”. El asunto es que no siempre todo es calma en este espacio. En abril, las 14 familias que lo habitan y otros vecinos lo “velaron” porque iban a hacer una torre. Y frenaron la obra. Está en la manzana delimitada por Álvarez Jonte, Campana, Cuenca y Dantas, claro.
FUENTE: www.clarin.com