Hace 266 años los catalanes residentes en Buenos Aires pusieron la piedra fundamental de la parroquia Nuestra Señora de Montserrat, una de la tres más antiguas de la Ciudad,declarada Monumento Histórico Nacional. Sin embargo, a lo largo de la historia poco se hizo para preservar esta joya colonial: techos con goteras, paredes agrietadas, plantas que crecen en los muros, desprendimientos de mampostería y figuras religiosas en mal estado son una triste postal de un templo histórico abandonado que intenta sobrevivir en medio de la pandemia, en ruinas y sin recursos.
“Gracias a Dios la cúpula no se cayó aún encima de la gente. Le tuvimos que poner una red de contención”, se lamentó el presbítero Néstor Martín Panatti, que termina de recuperarse de Covid-19, enfermedad que contrajo cuando atendía las necesidades de personas en situación de calle que acuden a la iglesia, ubicada en Avenida Belgrano 1151, a metros del edificio de Desarrollo Social de la Nación. Cuando se hizo cargo del lugar, a principios de marzo, jamás imaginó que lo iba a encontrar en este estado. “Es como un palacio abandonado, un edificio que fue muy lindo en su época pero que hoy está totalmente estropeado”, dijo.
La inseguridad tampoco es un tema menor. A la Casa Parroquial ingresaron delincuentes varias veces. No posee rejas ni ningún tipo de vigilancia. Se robaron varios objetos antiguos catalogados como patrimoniales, entre ellos un reloj de pie del Centenario y un crucifijo de marfil, considerado el tesoro de la iglesia.
Un mármol en la vereda indica que el templo, visitado por Juan Manuel de Rosas, entre otros personajes históricos, es parte del circuito turístico de la Ciudad. Monserrat, en la Comuna 1, es el más antiguo de los barrios porteños. Los ómnibus turísticos se detienen en la puerta para apreciar el bello edificio con detalles bizantinos, revestido a lo alto con mayólicas Pas de Calais del norte francés. Pero por motivos de seguridad edilicia y debido a la pandemia, está abierto sólo para rezos individuales. Pocos pueden ingresar y observar lo que queda de los frescos y pinturas decorativas con temas religiosos, característicos de las iglesias italianas.
“Hermosa Parroquia. Ya desde mucho tiempo en refacción. Ojalá se encuentren recursos para acelerar el proceso porque sería una lástima si se destruye más”, se lamentó la guía local Monika Hupperich.
El deterioro es esperable: desde 1978, cuando fue declarada Monumento Histórico Nacional, hasta la fecha, sólo se hizo un pequeño arreglo parcial a pesar de ser la tercera parroquia porteña más antigua después de La Inmaculada y San Nicolás. Los andamios que se observan están desde hace 12 años. “No es porque la están arreglando, sino para sostener los desprendimientos”, explicó el sacerdote mientras se abrigaba. El templo está sin gas desde enero. No hubo dinero suficiente para reparar las cañerías y, por seguridad, decidieron cortar ese servicio hasta contar con recursos para repararlo.El crucero y el retablo mayor están casi a oscuras y necesitan una urgente puesta en valor. Según el sacerdote, se trata de una obra de arte cuyo objeto es elevar a lo divino y, por eso, la imagen celestial debe estar iluminada. A esto se suman los muros con varias capas de pintura producto de incorrectas intervenciones, con grietas horizontales y verticales, y las baldosas manchadas con cemento, entre otras muestras de desidia. Lo único que se salvó del abandono fue el órgano que posee desde 1868, un Fratelli Serassi, originario de Bérgamo, similar al que tenía la Iglesia de Santo Domingo. Los organistas se encargaron de cuidarlo.
Gabriela del Roscio, que realiza tareas voluntarias en el lugar, dice que la parroquia da pena: “Su estado es deplorable. Es muy grande y encierra joyas como las arañas antiguas y gran cantidad de figuras religiosas que posee a los costados”.
Según la mujer, sin dudas el padre Panatti es la persona indicada para intentar salvar al templo, un lugar de gran valor simbólico y afectivo para la gente del barrio, y un ícono de Monserrat.Al deterioro edilicio se suma otro inconveniente, el económico, agravado por la pandemia. Los creyentes de la zona dejaron de poner dinero en la alcancía de la entrada, de donar mensualmente, y de participar de colectas o de hacer un aporte por bautismos o casamientos. De todos modos, el trabajo asistencial continúa y atienden a 140 personas durante la semana. Les brindan ropa, remedios y alimentos fríos. No pueden cocinar por falta de gas.
“Hay mucha gente que vive en casas tomadas o en hoteluchos en esta zona. Era un barrio aristocrático de Buenos Aires hasta 1881. Hoy por la crisis está peor que nunca”, dijo Panatti, y agregó que a la parroquia pertenece desde hace 135 años al Instituto Nuestra Señora de Monserrat, al cual concurren 450 alumnos de bajos recursos.
Desde hace que llegó el sacerdote no deja de pedir ayuda. Sólo el arreglo del techo costaría unos 2.500.000 pesos. Por eso solicitó entrar en el proyecto de Mecenazgo del Gobierno porteño a través del propio Arzobispo de Buenos Aires, Mario Poli, a quien le envió una carta describiendo la problemática. Pero también esperan contar con la ayuda de empresas de origen catalán en la Argentina, cuyos padres y abuelos frecuentaban la iglesia.
El edificio en honor a la virgen catalana de Nuestra Señora de Monserrat se bendijo e inauguró el 10 de septiembre de 1865. Fue construida por el arquitecto Juan Manual Raffo. Intervinieron en las obras de construcción y terminación profesionales como Nicolás Canale, Juan A. Buschiazzo y Pablo Scolpini. Sin embargo, mucho antes, en 1754 se puso la primera piedra de la iglesia parroquial y cementerio de Nuestra Señora de Montserrat que luego diera lugar al actual templo. Por ese entonces se trataba de una pequeña construcción de adobe y paja que fue creciendo gracias a comunidad catalana. Se dedicaban a Nuestra Señora de Montserrat las primeras iglesias de América, porque para la España en plena expansión era la Virgen Imperial.
FUENTE: Por: Virginia Mejía – www.lanacion.com.ar