Fue el diario La Prensa, que cumple 152 años desde su fundación, el primero en ocuparlo. Y con el tiempo se convirtió en un símbolo del centro porteño. La Casa de la Cultura, donde ahora funciona ese ministerio de la Ciudad, mantiene intacta su belleza y guarda cientos de historias.
El majestuoso edificio de Avenida de Mayo fue una idea de José C. Paz, que contrató a dos ingenieros y arquitectos argentinos para trasladar la dirección y la redacción del matutino a un mismo lugar. Así, en manos de Alberto Gainza y Carlos Agote, ambos estudiantes de la escuela de Bellas Artes de París, se construyó una obra de estilo francés y única en la Ciudad. Desde su inauguración en noviembre de 1898, su fachada principal, y la que da a Rivadavia, son parte del paisaje inevitable de la zona de Plaza de Mayo.
La construcción se hizo en base a una estructura en hierro que trajeron desarmada a Buenos Aires. El palacio tiene seis pisos y dos subsuelos. Allí estaban las rotativas que imprimían el diario. En el primer piso está el “Salón dorado”, que funcionaba, y aún hoy lo hace, como un espacio de actos.
Otra de las curiosidades está en el tercer piso, en donde se construyeron múltiples habitaciones para alojar a huéspedes y al personal de La Prensa. En el quinto y sexto estaban los consultorios médicos; no solo para la atención de sus trabajadores e invitados, sino también para gente que pasaba por la calle y no tenía recursos: algo extraordinario. También había una biblioteca pública con más de seis mil ejemplares.
El artista plástico y muralista Nazareno Orlandi se inspiró en el Palacio de Versalles para dejar plasmada su obra en el techo del Salón Dorado. Allí también figuran imágenes de ángeles apocalípticos y numerosas obras del pintor Reinaldo Giudici, quien además decoró las dependencias privadas de José Paz.
También se destacan los pisos, las luminarias y los barandales franceses; el mármol italiano de las escaleras y los ascensores de Nueva York. El lugar cuenta con radiadores traídos desde Ginebra.
“En 1910 el mundo se admiraba por la belleza del salón: por los espejos con tallas doradas de Francia, el balcón de la orquesta, el escudo con la P de ‘paz, prensa y progreso’, los grandes tapices y el parqué del salón”, afirma Liliana Barela, exdirectora Nacional de Patrimonio y licenciada en Historia. A la vista está que la admiración no caducó: en 1985 fue declarado Monumento Histórico Nacional.
Todo el palacio cuenta con numerosos símbolos que hacen a su historia, y que, según algunos expertos, hacen referencia a la masonería. Allí se habrían hecho reuniones de la logia. “En el edificio había una sala de esgrima que estaba aislada y era adecuada para los encuentros. Seguramente se usaba para eso”, añade Barela. “También existía un salón al que se accedía a través de un ascensor privado que iba directo al despacho del doctor Paz, y que subía hasta un piso sin un destino claro. Era una forma privada de ingreso”, cierra.
Entre tanta magnificencia, resulta difícil que algo se imponga. Sin embargo, el remate del edificio logra ese objetivo: es la estatua de cinco metros, ubicada justo en la cúpula, con una farola de bronce dorado. Esa escultura de cuatro toneladas llegó a Buenos Aires en un barco a vapor -pese a lo difícil que fue trasladarla- para representar la libertad y la sabiduría: dos valores fundamentales para los masones. “Fue algo muy importante para José Paz. Le dio las instrucciones al escultor francés Maurice Bouval para simbolizar la ‘construcción de la prensa en una sociedad libre’”, agrega la especialista.
“Años atrás también servía como punto de referencia. Cuando mi padre era marino, la farola les era útil para orientarse. Sabían que estaban llegando a Buenos Aires porque veían la farola de La Prensa; pero claro, en ese entonces la ciudad era más baja, no tenía edificios tan altos”, cuenta José Daniel Uriarte, excorresponsal del diario La Prensa.
Otro emblema es el águila sobre el reloj de entrada, que hace referencia al periodismo “que todo lo ve”. “La antorcha que hacía alusión a la luz del fuego; la columna por la unión del cielo y la tierra, que significaban fuerza y firmeza; la espiga de trigo por la cosecha de cereal y el lazo místico por el vínculo fraternal que tenían, también eran elementos masones. Asimismo, las cadenas que representaban la antigua presión moral, y cuya misión masónica era destruirla”, apunta Barela.
En esa enorme redacción, el diario La Prensa vivió su época de apogeo. Gozó de comodidades y adelantos para la época. Es que además de la extraordinaria estructura, también crearon un sistema de comunicación. “Tubos neumáticos”, recuerda Uriarte orgulloso, y explica: “Hoy tenés las redes y el mail, pero antes se colocaba una hoja con mensajes dentro de un tubo cilíndrico, que luego viajaba impulsado por aire comprimido. Fue un gran método de comunicación y transporte de mensajería”.
Cuando se ingresa a la Casa de la Cultura, aún se puede apreciar uno de los tubos adherido a la pared. Parece extraño creer que por allí circulaba toda la información que el diario difundía entre los suyos. Con tan solo abrir una perilla, los mensajes viajaban por esas largas redes.
Tras la elección que llevó a Juan Domingo Perón a la presidencia, en 1946, comenzó una era de confrontación y conflictos políticos para La Prensa. El diario fue expropiado y puesto en manos de la CGT.
El edificio comenzó a sufrir el paso del tiempo. Se cambiaron los colores originales y hubo salones usados como depósitos. En 1956 se anuló la ley de expropiación al diario y fue devuelto a la familia fundadora.
La restauración, tras la venta en 1988, llegó varias décadas después, a fines de los 90. Hubo que sacar cinco capas de pintura. Hace unos años, junto con el edificio de la ex intendencia porteña, en Bolívar 1, con el que está comunicado a través del pasaje Ana Díaz, se especuló con venderlos y que dejaran de albergar dependencias del Estado porteño. Pero no ocurrió. Por eso, el valor patrimonial del lugar de la Casa de la Cultura se mantiene intacto: la arquitectura, las pinturas, los símbolos y las esculturas. El encanto con el que fue construido aún sigue vivo.
FUENTE: Federica Fontana – www.clarin.com