De madera y colocados en antiguas plazas y estaciones de trenes lucían relucientes los primeros seis buzones instalados en Buenos Aires. Eran otros tiempos -corría 1858- y estaban arraigadas otras formas de comunicarse, propias del intercambio epistolar y ajenas a la tecnología, las pantallas y los dispositivos.
Casi dos siglos después, esa innovación que promovió Gervasio Antonio Posadas, segundo funcionario a cargo de la Dirección General de Correos, Postas y Caminos, y que luego evolucionó con nuevos modelos, tomó otro matiz. En la mayoría de las esquinas porteñas este ícono rojo desapareció sin dejar huellas, y las pocas que los conservan lo hacen, por lo general, en malas condiciones: vandalizados, despintados, descascarados y hasta repletos de basura.
En este contexto, aparecen en escena porteños que -como guardianes del pasado aunque paradójicamente promedian los 35 años- se convierten en aliados de Posadas en su cruzada por mantenerlos con vida, y visibilizan las problemáticas ligadas al patrimonio de la ciudad.
“Los buzones son mojones o hitos en medio de Buenos Aires. La mayoría están ahí desde hace casi un siglo o incluso más, es decir, antes que casi todos nosotros. Son referencias en la gente mayor de cartas a familiares que vivían lejos, amores, puntos de encuentro”, describe Matías Profeta, creador de Rescatando Buzones, una asociación que se interesa desde 2014 por preservarlos del olvido, la desidia y la pérdida de identidad porteña.
Según cifras del Correo Argentino, actualmente hay en el país 1400 buzones. En la Capital Federal, sólo 175 permanecen en pie (llegaron a contabilizarse alrededor de 1450) y apenas 20 están en uso. Consultados por LA NACION, en el organismo reconocen que el grueso de los vecinos ya no los utiliza como antes (hace más de tres décadas se recogía un promedio de 400 cartas diarias, cuando ahora ni siquiera llegan a 10), pero aclaran que el recorrido de los carteros se mantiene todavía vigente porque existe un porcentaje mínimo de envíos -cuya frecuencia es incalculable- y porque gozan de un valor que no conoce de dinero ni de cifras, sino de historia.
Al rescate
Con pintura, mapas, algunos mates y tortas que encuentran al paso, Matías y el resto de los guardianes recorren las calles de la ciudad en busca de ejemplares dañados para rescatarlos y protegerlos.
No están solos, aunque lo realizan a pulmón, con fondos propios y sin sponsors, convencidos de que su misión logrará, en parte, sortear el vacío legal que enfrentan los buzones por no estar amparados desde la normativa, como lograron en Rosario y Chivilcoy. “Buscamos aportar soluciones y no quedarnos en la denuncia o en la queja por su desprotección, sino en acciones positivas, por eso somos bien recibidos en los barrios. La mayoría de los vecinos se entusiasma con la iniciativa porque hay muchos que tenían ganas y no se animaban”, comenta Matías al describir cómo trabajan y el impacto de su tarea en las comunidades. Y especifica que algunos centros de gestión y participación comunales (CGP) hasta empezaron a recibir reclamos por su estado, ya sea para pintarlos o reponerlos cuando alguno es retirado.
El efecto contagio se refleja además en las actividades que promueven los propios vecinos, movidos por la misma causa, como Luz Vincenot, de Caballito, quien junto a otros habitantes del barrio se puso al hombro la restauración del buzón ubicado en Doblas y Rosario, y asumió el costo de un soldador que reparó la puerta y las bisagras antiguas, o Lidia López, que recorrió Buenos Aires en auto, geolocalizó unos 50 buzones para volcarlos en un mapa y poder hacer un seguimiento más exhaustivo en el tiempo, y logró, reclamo tras reclamo, restituir el ejemplar de Las Heras y Salguero, en Palermo.
Actualmente, las acciones de estos vecinos y asociaciones encuentra un refuerzo extra. Desde Correo Argentino confirmaron que el organismo y el gobierno porteño trabajan en equipo para poner en valor un conjunto de ejemplares, especialmente, aquellos ubicados en zonas de preservación histórica, como Avenida de Mayo o parte de la Avenida Callao. En una segunda etapa, se prevé continuar con este proceso y ampliar el área de cobertura.
Es que más allá de la función postal que cubrieron en otra época, estas reliquias rojas aportan -aseguran los promotores del proyecto- un sentido de identidad y pertenencia irremplazables en puntos emblemáticos de la ciudad. Es el caso del buzón de la calle Sanabria al 3200, donde parroquianos del Café Notable de García, en Villa Devoto, se manifestaron cuando lo quitaron y lograron que fuera restablecido (su dueño se encargó personalmente de recolectar las cartas), y el de Centenera y Tabaré, en Nueva Pompeya, cuyo arrebato creó tal desazón en el vecindario que obligó al dueño del Museo Manoblanca, Gregorio Plotnicki, a enviar una carta a las autoridades para pedir que regresara.
Visibilizar lo invisible
El registro de la calle pero también el de las redes sociales y plataformas digitales potencian el intenso trabajo por el patrimonio que encabezan estos “guardianes”. La lista se completa con miradas diferentes y proyectos de calidad, como el de Mariano Juárez, quien desde 2016 recopila fotografías desde @BuzonesdeBuenos Aires, en Instagram, para conferirles de una visibilidad de la que muchas veces carecen e intenta salvarlos del “peligro de desaparecer”.
Movido por los recuerdos de su infancia y su pasión por la cámara, lleva capturados más de 120 ejemplares porteños, varios de los cuales fueron vandalizados, restaurados o retirados en medio del avance de obras inmobiliarias. Sin embargo, resiste apoyado por la gente que se entusiasmó con la idea y que bajo los hashtags #proyectobuzon y #buzonesdebuenosaires comparte imágenes, y rodeado de todo tipo de anécdotas que fortalecen su pequeño aporte.
“Creo que los buzones son tan porteños como el fileteado y los adoquines de San Telmo. Espero que con las fotos que publico día a día pueda preservar el recuerdo antes de que desaparezcan por completo”.
Un poco de historia
Los primeros buzones en el mundo eran cajas de madera, ubicadas preferentemente en las iglesias, y servían para depositar denuncias anónimas dirigidas a las autoridades de los poderes públicos locales. Un formato similar adoptaron al llegar a la Argentina y a Buenos Aires, en 1858, instalándose en el centro de la ciudad, en plazas, parques y estaciones de ferrocarril.
En 1868 se convirtieron en cajas metálicas y pasaron a ser 22 los ejemplares. Pero estas “bocas de carta”, como detalla Jorge Resnick en su blog La Barriada, no estaban al alcance del público porque dependían del horario de atención de los comercios que los ofrecían.
Los buzones cilíndricos, como se conocen hoy, llegaron recién en 1874 desde Inglaterra, por encargo de Eduardo Olivera, director de Correos y Telégrafos que alentó la sanción de la Ley de Correos de 1876 y el ingreso de la Argentina como país miembro de la Unión Postal Universal en 1878. Para el año 1879, ya eran 40 los buzones cilíndricos instalados en la ciudad.
A mediados de 1895, su sucesor, Don Carlos Carles, firmó un contrato con los talleres Fénix y esto permitió la construcción masiva de ejemplares, con “sombrerito” de estilo inglés y pintados de rojo, para Buenos Aires y el interior del país.
Al igual que sus formas y materiales, sus colores también mutaron. El rojo inicial llegó invicto hasta 1972. Con la creación de la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos (ENcotel), los buzones se pintaron de negro y amarillo, a la par de los taxímetros. Más adelante, con la llegada de la democracia, adoptaron un color verde claro, que duró poco, y cuatro años después recuperaron parcialmente el clásico rojo. En 1997, con la privatización de ENcotel, la empresa pasó a manos privadas con el nombre de Correo Argentino y los ejemplares tomaron sus colores institucionales: azul y amarillo. Esta disposición no se extendió demasiado y en 1998 recuperaron su impronta tradicional hasta la actualidad.
Otras curiosidades del servicio postal
El periodista y guía de turismo Diego Zigiotto recopila en Las mil y una curiosidades de Buenos Aires varias anécdotas y datos ligados a los inicios del servicio postal en la ciudad. Entre ellos, sobresalen:
En 1580 se dató la primera carta enviada desde Buenos Aires. La escribió Juan de Garay apenas tres días después de la fundación de la ciudad. Informaba sobre los últimos acontecimientos y estaba dirigida al Consejo de las Indias de España.
El primer cartero identificado fue Bruno Ramírez, un sevillano, designado del 14 de septiembre de 1771. Muchos años después, esa fecha quedó instituida como el Día del Cartero. Ramírez permaneció en el cargo algo más de un año, hasta que regresó a su tierra natal. No cobraba sueldo pero recibía medio real por cada carta, o por dos cartas entregadas en la misma puerta. Fue reemplazado por Pedro Veiras, a quien le asignaron un salario fijo.
El primer servicio regular de correo se registró en 1784. Funcionaba entre Buenos Aires, Tucumán y Potosí. Los chasquis (mensajeros o carteros de ese entonces) descansaban en las postas, donde además cambiaban de cabalgadura.
Las primeras tarjetas postales fueron editadas en 1878 por Roberto y León Rosauer, quienes emitieron algunas series en blanco y negro y unas pocas en colores. Mostraban imágenes y personajes de la ciudad.
Las primeras estampillas conmemorativas pertenecieron a 1892 y se lanzaron el 12 de octubre, a propósito de los cuatrocientos años del descubrimiento de América. Llevaban consigo la imagen de las tres carabelas.