En Vicente López, mientras aguardan la reglamentación que organice la situación del patrimonio urbano, pusieron en marcha una estrategia “artesanal” para preservarlo y cuidarlo. En un distrito en el que es inevitable reconocer el boom inmobiliario, y en el que modernos edificios conviven con casonas cargadas de historia, las autoridades intentan mantener las marcas de pasado lo más intactas posible.
¿Cómo lo hacen? A partir de los resultados de dos censos –en los que se detectaron unas 200 propiedades de valor patrimonial- y frente al pedido de demolición o reforma exterior de alguna de ellas, los funcionarios buscan acordar los cambios con los dueños para que estos se ajusten y respeten el estilo original.
Cuando llegaron a la gestión, hace ocho años, las autoridades encontraron un panorama, al menos, complejo. Por un lado, sólo contaban con un primer relevamiento de 2001 que había realizado el Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio (CICOP) en Olivos y La Lucila. En ese momento, encararon un segundo registro junto al Colegio de Arquitectos local que se extendió a todas las localidades del distrito.
De estos estudios, surgió la existencia de unas 200 casas y edificios de carácter patrimonial con características tangibles (el estilo o el arquitecto que las realizó, por ejemplo) e intangibles (la historia o la función que cumplió en el barrio).
Además, está vigente la Ordenanza N°29960 que habla de la protección general pero aún deben ser reglamentados los artículos 5 y 7 para definir los grados y variables de cuidado que se deberán aplicar, lo que depende de la voluntad política y del Concejo Deliberante.
En este contexto, también, es muy importante el rol activo que ocupan las agrupaciones de vecinos que, no por capricho, buscan preservar la historia y la cultura que hay detrás de estos edificios, que hacen a la identidad de cada uno de los barrios y mantienen viva la memoria colectiva.
“Frente a esta situación, y mientras esperamos la regulación, decidimos hacer algo. Por eso, con cada plano de demolición de alguna de estas viviendas que ingresa al área de Obras Particulares, hacemos un trabajo puntual y personal con los propietarios”, explica Cristina Giraud, subsecretaria de Planeamiento Urbano. Y detalla: “Cruzamos los datos y junto a la Comisión de Patrimonio de la Secretaría de Cultura nos reunimos con los dueños y arquitectos de cada una de las casas para ver de qué manera podemos articular una protección que sea beneficiosa para todos”.
En este sentido hay dos casos emblemáticos. Uno es el de la casona de Corrientes y Rioja, una esquina de estilo neocolonial que estaba muy deteriorada y cuyo nuevo propietario buscaba sumar una planta alta por una necesidad personal. En una calle tan particular como esta, en la que hay mansiones y casas señoriales, a los funcionarios les pareció muy interesante que, más allá de la modificación, se conservaba la función unifamiliar acorde al perfil urbano de la zona.
“Junto al dueño trabajamos cómo incorporar el primer piso que precisaba –indica la funcionaria-. Analizamos toda la cuadra, estudiamos las alturas y estilos de las viviendas linderas y vimos que era posible hacerlo sin desentonar con el entorno. Por eso, aceptamos la construcción pero con algunas condiciones de terminación para mantener el estilo”.
La otra experiencia relevante es la de la famosa “casona de la torre”, de Aristóbulo del Valle al 1600. Cuando hace poco más de dos años quienes viven en el barrio detectaron que la iban a demoler, de inmediato comenzaron a juntar firmas para evitarlo. En ese momento, comenzaron las gestiones entre el municipio y los desarrollistas que se demoraron unos seis meses. Finalmente, la empresa accedió a modificar los planos iniciales y mantener el mirador. Hoy, allí están construyendo un edificio de cuatro pisos que rodea la torreta –que funcionará como bar y espacio común para quienes vivan en el lugar- y, además, los dueños se comprometieron a abrirla una o dos veces por año (cuando la calle se transforma en paseo peatonal) para que todos los vecinos puedan ingresar y conocerla.
“En ambos casos hicimos algo que nos parece muy importante: ni preservar a ultranza –porque las casas se terminan ‘cayendo’ y todos pierden- ni demoler a ultranza. Realizamos un trabajo puntual y específico en el que todos ganamos”, concluye Girou.
FUENTE: Gabriela Zanguitu – www.clarin.com