La última tendencia entre los popes del desarrollo inmobiliario es asociar torres, amenities y patrimonio. Una ecuación que pone en pie de guerra a patrimonialistas y ONG, al tiempo que ancla proyectos con seis ceros en dólares.
René Sergent, el gran arquitecto francés de comienzos del siglo XX, nunca vino a la Argentina pero proyectó para los hermanos Alvear tres de los palacios más emblemáticos de Buenos Aires. Para Josefina, el imponente edificio que balconea sobre avenida del Libertador, actual Museo Nacional de Arte Decorativo. Para Elisa, el palacio que es sede de la Embajada de los Estados Unidos. Y para Carlos María, el Sans Souci, en Victoria, partido de San Fernando. Un simbólico legado que integra la arquitectura porteña, famosa por sus fachadas de piedra París, y trae el recuerdo de la Argentina perdida, aquella que fue potencia exportadora. Asociarla al presente suma valor y prestigio. En eso están pensando los developers decididos a “intervenir” en zona protegidas históricamente o, directamente, en tomar el edificio patrimonial como punto de arranque de un proyecto millonario promocionado con el plus de lo “único”.
Último ejemplo es el Palacio Aberg Cobo, en Las Heras y Rodríguez Peña. Poco quedará del edificio original, pero la fachada patrimonial agrega valor al metro cuadrado.
Le Corbusier vino a Buenos Aires en el siglo XX, pero no diseñó ninguna casa. Tenía en carpeta un proyecto para Victoria Ocampo que no pudo ser. Mujer de carácter, la editora de Sur no se entendió con el arquitecto suizo y fue Bustillo quien diseñó la casa moderna de Barrio Parque, sobre Rufino de Elizalde. Amalia Fortabat la compró para el Fondo Nacional de la Artes, cuando era su presidenta en tiempos de Menem. Hoy costaría una fortuna.
A pocas cuadras de allí, Eduardo Costantini levantó la torre Grand Bourg, post-2001, sobre un terreno único , en Figueroa Alcorta, que era de los hermanos Miguens Bemberg. A diferencia de la impronta contemporánea del Malba, el coleccionista y desarrollador les encargó a los cordobeses Atelman, Fourcade y Tapia una torre “a la manera Bustillo”, con fachada símil piedra París, mansarda, rejas y una entrada belle époque. Se vendió en un día.
En el afán por tener un ancla patrimonial, la ola constructora avanza con proyectos que ignoran el valor del entorno. Caso concreto es el complejo Astor, en Avenida Caseros, plena zona histórica de la ciudad, muy cuestionado por los habitantes del vecindario y entidades como Basta de Demoler.
Dicen los patrimonialistas que pelear contra el negocio es una batalla perdida. Argumentan que los permisos son “dudosos” y los proyectos híbridos. A propósito, no esta de más recodar que en París, la ciudad más visitada del mundo, el patrimonio es sagrado. Solo hay una excepción que confirma la regla y es la torre de Montparnasse. Un gigante marrón de cuyo permiso nadie quiere hablar.
FUENTE: Alicia de Arteaga – lanacion.com.ar