No son la Confitería del Molino, pero sus reaperturas acumulan espera. Y cada una, a su manera, son emblema de una forma de vivir y encontrarse en la Ciudad. Son La Ideal y La Giralda, que están siendo renovadas por un mismo estudio de arquitectos, que ya recuperó otros clásicos porteños como el Petit Colón, el bar Iberia y el café La Paz.
Con cierres repentinos pero también regresos con gloria, los cafés notables siguen siendo una pieza clave del ritual del café como los porteños lo entienden: una excusa perfecta para reencontrarse, charlar y mirar. Este sábado, de hecho, celebran su día con shows musicales y un recorrido gratuito por algunos en el Bus Turístico de la Ciudad.
Pero dos de los más notables siguen cerrados, aunque tomando envión para reinventarse y regresar. La Giralda volverá en enero o febrero, y La Ideal, dentro de unos meses más: la obra terminará en agosto de 2020, tras cuatro años de puesta en valor.
Es que, cuando el equipo del estudio Pereiro, Cerrotti & Asociados tomó el proyecto en la confitería de Suipacha al 300, se dio cuenta de que el trabajo por delante era monumental. “Todo estaba oscurecido por el paso del tiempo y el humo. Las columnas y la boiserie estaban completamente negras. Los perfiles de los pisos, carcomidos. Para hacer espacio a la milonga, habían cerrado la apertura del techo de planta baja, que permitía que pasara la luz natural que entraba por la cúpula”, explica el arquitecto Adrián Brudner, entre ruidos de amoladoras y el resplandor de soldaduras, mientras guía a este diario en una recorrida por el lugar.
Más de un siglo de historia y poco y nada de restauración se habían apilado en esta confitería de 1912. Es por eso que hubo que reforzar estructuras, rehacer pisos y baños, cambiar la cabina del ascensor, aplicar estuco en paredes y techos, instalar equipos de aire acondicionado, dorar a la hoja y restaurar arañas, madera y vitral. Muchas de esas tareas aún están en proceso.
Una de las más complicadas fue reabrir el hueco central entre la planta baja y la alta, que, suponen los arquitectos, “fue cerrado en los setenta para hacer pista de baile en el primer piso. Le pondremos una baranda vidriada, de poco menos de dos metros de alto”. Sobre esa claraboya colocaron un techo de vidrio de control solar, para que pase la luz pero no el calor.
A su vez, la barra de la planta baja se adelantó un metro y se sumaron entrepisos en la parte trasera para dar espacio al nuevo equipamiento de producción. Es que, de los 2.000 metros cuadrados que ocupa la confitería, la mitad serán para servicios: mucho de lo que se servirá en las mesas se elaborará allí mismo. Al área para hornos a gas y eléctricos se están sumando entonces salas para pastelería y repostería, e incluso para cocinar al vacío. Los clientes podrán elegir entre un área de cafetería al paso y otra más señorial.
Un capítulo aparte merecen los vitrales de La Ideal: en las ventanas semicirculares y los aleros del frente, en un exhibidor conocido como “bombonero” y en la cúpula con claraboya de la planta alta. Todos están siendo restaurados por un equipo comandado por Paula Farina Ruiz, también encargada de poner a punto los vidrios de las confiterías del Molino y Las Violetas.
“Lo que tienen de raro los vitrales de la cúpula es que, desde abajo, parecía que estaban todos los paños, pero en realidad en algunos había un acrílico con un vinilo que seguía el dibujo. Se ve que alguien los había sacado para restaurarlos, y quedó así”, se sorprende Farina Ruiz, que trabajará con su equipo hasta los primeros días de diciembre.
Según el estado de cada vitral, su tarea puede ser desde limpiar in situ hasta desmontar, remasillar, consolidar piezas rotas o rehacer faltantes. “Hubo que hacer de cero 11 paños de la cúpula. Otra cosa que nos dio trabajo fue el bombonero: tenía mucho hollín, laca que no era original, paños combados. Si hasta había gente que se metía adentro para bailar en fiestas que se hacían”, resalta.
El frente fue otro reto. Alejandro Pereiro, el arquitecto que dirige la obra, cuenta que debieron “retirar más de diez capas de pintura y tirar la capa de hongos y bacteria que había dejado a la fachada casi negra, para pulir la piedra París y que ese revoque aparezca en todo su esplendor, con las tonalidades originales. Queremos que quede como en 1912”.
A menor escala, en La Giralda (Corrientes 1453) ocurrió algo similar: el deterioro del lugar y el trabajo por delante eran más grandes de lo que podían imaginar. “El local estaba muy abandonado, apenas tenía cocina. Muchos azulejos estaban rotos y los zócalos de madera, podridos”, describe Gabriel García en una mesa de otro clásico, el bar La Ópera, que administra junto a su primo Nicolás Marques. Ambos ahora se pusieron al hombro lo que ambos definen como “un gran desafío”: reabrir un café que fue marca registrada de la avenida Corrientes por casi nueve décadas.
Prometen conservar esa marca, “pero con una vuelta: el chocolate con churros, el café y los sándwiches, pero también platos más elaborados para almuerzos y cenas”, explica Marques. García agrega: “Queremos aportarle a este café lo que La Ópera ya tiene: la cocina”. Y, de paso, sumarle “el conocimiento que tenemos del público de la avenida Corrientes”.
Ambos firmaron el contrato de alquiler en abril, comenzaron la obra en agosto y ahora esperan abrir para enero o febrero del año que viene. Pero, primero, deberán tachar todos los ítems de una larga lista de elementos que hay que construir de cero: pisos de mármol y granito, barra de madera con pasamanos de bronce y un gran vitral iluminado por detrás con el motivo de “La Giralda”, que “recordará a los clientes el cuadro antiguo que estuvo colgado allí durante años”, detalla el arquitecto Gustavo Cerrotti.
También se colgarán artefactos de iluminación que recuerden a los primeros tiempos del local y se reconstruirá una vitrina lateral para pequeñas botellas, que siempre fueron un clásico de la decoración de esta cafetería. Las mesas seguirán teniendo las recordadas tapas de mármol blanco, y habrá un separador entre ellas con detalles en bronce para ordenar el salón.
Los elementos que se mantendrán, restauración mediante, son la fachada con sus vitrinas y su carpintería de roble, el cielorraso de yeso con moldura escalonada, la media boiserie y los espejos con grabados al ácido -una técnica extinguida hace décadas-, que se van a replatear.
Una agenda que puede abrumar, pero cuya meta lo amerita: devolverle a dos cafés emblemáticos el esplendor de un siglo atrás, pero con propuestas y tecnología de este.
FUENTE: Karina Niebla – www.clarin.com