El 5 de septiembre de 2008 murió Eduardo Bergara Leumann. Su partida dejó en este plano un legado insustituible esparcido en la memoria colectiva de los argentinos. Herencia concretada a través de sus dibujos ofrendados generosamente y atesorados por miles, en los cientos de grabaciones de sus programas de televisión de perfección estética, en los diseños de vestuario y, fundamentalmente, en el tesoro aglutinado en el museo escenográfico que bautizó como la Botica del Ángel.
Ahora, ese templo que homenajea al arte, donde se guarece la memoria del espectáculo argentino, vuelve a abrir sus puertas al público para ofrendar a quien desee recibirlo ese pedacito de exquisito bagaje con el aura de su creador sobrevolándolo todo.
El “Gordo Bergara”, como lo llamaban sus amigos cariñosamente, vivía allí, cumpliendo su propio deseo de transcurrir sus días rodeado de arte y acompasado por el ir y venir de artistas notables. Antonio Berni y Josefina Rovirosa; Marikena Monti y Nacha Guevara; Leonardo Favio y Ariel Ramírez. Allá lejos, fue vanguardia y experimentación. Germen del arte grande que haría historia.
Hoy, la Botica del Ángel, refugio y hogar de Bergara Leumann, sigue de pie mostrando esa colección única de pinturas, manuscritos, vestuarios, objetos y ambientaciones. La recorrida por el lugar es todo un homenaje a la figura de su creador y a los cientos de artistas que conformaron su universo.
Con solo atravesar el pórtico que da a la veredita angosta de la calle Luis Sáenz Peña, en el corazón de Montserrat, cada ambiente se convierte en un rincón tematizado. “La visita dura casi dos horas e incluye un video donde Bergara Leumann cuenta la historia del lugar y se puede ver a los grandes artistas que trabajaron con él. Además, se exhibe un material sobre Carlos Gardel y se recorren las salas acompañando la visita con una degustación de café”, explica José Luis Larrauri, uno de los responsables del lugar.
“Bergara era único, tenía un carácter muy fuerte porque era un perfeccionista, pero era muy generoso con la gente que él quería”, sostiene Yolanda Acuña, quien fuera la otra mano derecha de Bergara Leumann. Larrauri y Acuña trabajaron durante décadas con el artista y fue él quien dejó aclarado en su testamento que ellos debían ser los guardianes de su obra. En esa misma donación designaba a la Universidad del Salvador como destinataria del lugar para que se convierta en albaceas del mismo.
“Buscaba una institución seria que pudiera interesarle su obra y contara con trayectoria y medios para poder mantener un lugar tan grande como éste. Además, pidió que el lugar siguiera cumpliendo el mismo rol y estuviera abierto al público”, aclara Larrauri. La casa de altos estudios no solo sigue cumpliendo con lo indicado por Bergara Leumann, sino que mantiene en perfecto estado edilicio cada uno de los 33 ambientes que conforman la Botica.
De todo como en…
Sería imposible enumerar el acervo que se cobija bajo los muros de la Botica. Si un coqueto teatrito de la planta baja está dedicado a Carlos Gardel y otro espacio lindante con la calle es un homenaje al folklore argentino. Allí, Domingo Cura y Ariel Ramírez interpretaron parte de la Misa criolla.
“Esto no es una acumulación de objetos. Todo está puesto con un sentido estético y dando un mensaje concreto”, dice Larrauri, quien nació en Santa Fe y es una de las personas que más conoció a Bergara Leumann. Si el manuscrito gardeliano impresiona, ingresar al toilette implica encontrarse con un ambiente minúsculo dedicado a Libertad Lamarque y Eva Duarte, quienes habían mantenido un enfrentamiento (sin cachetada) cuando rodaron el film La cabalgata del circo. El encono entre ambas jamás se suavizó, por eso Bergara Leumann decidió montar un sitio que hiciera convivir las enemistades en un claro mensaje conciliatorio.
“El vivía para esto, por eso no entendía cuando la gente llegaba tarde o dejaban un trabajo sin terminar porque ya había cumplido el horario”, recuerda Larrauri. Acuña acuerda y remarca que “le molestaba lo que estaba mal hecho y las cosas realizadas a medias, buscaba siempre la perfección y la excelencia”.
Sus famosos sombreros están al alcance de la mano, como aquel teléfono blanco de Zully Moreno, los manuscritos de Alfonsina Storni y Ernesto Sábato o los baños cuyos azulejos fueron intervenidos por Raúl Soldi. Desde ya, los mil y un ángeles que caracterizaban al artista se cruzan una y otra vez.
En el primer piso hay una sala en refacción. Es el lugar donde se realizan los conciertos de música ante un techo y paredes sembradas de estrellas con el nombre de figuras relevantes de nuestro espectáculo. Los filetes del maestro Jorge Muscia confirman la impronta porteña. Tanto, como la sala dedicada a Mirtha Legrand y, otra vez, los ángeles austeros y confirmatorios.
Cuando los artistas iban a Botica de tango, su programa de televisión, pintaban una obra durante el transcurso de la emisión. Bergara, con buen ojo, les pedía si la podían donar a la Botica y, de esa forma, sumarse a la colección. Las obras de Kuitca son sublimes.
Si Buenos Aires vibra entre estos muros centenarios, el Patio de la Morocha es una joya al aire libre que homenajea a los conventillos. “Encontraba mucho material en la calle. Si algo le gustaba, no dudaba en traérselo para restaurarlo y exhibirlo”, sostiene Larrauri. Es que entrar a la Botica es un viaje en el tiempo y sus objetos históricos conjugan una forma de preservación de la historia.
Dulce hogar
En el último piso, Bergara Leumann había montado su casa, un coqueto espacio de muy pocos metros, atestado de color, biblioteca con abundancia de volúmenes sobre arte y con una vista al cielo soñada que desafía al cemento de las construcciones vecinas. La paleta estridente se le planta de bruces a lo grisáceo del barrio.
“Todo se conserva como él lo dejó”, reafirma Yolanda Acuña, mientras que José Luis Larrauri remarca que “hasta los colores de cada pared se mantienen como él los pensó”. El lugar, que detuvo sus relojes cuando su alma soñadora partió, rebosa de vida, curiosa amalgama que solo el arte puede conceder.
La cocinita es minúscula y uno piensa en lo robusto de la osamenta del propietario. “El no cocinaba, acá solo hacía té o café para sus amigos”, remarca Larrauri. Las tazas de diseño y las paredes con pinturas convierten a esa cocina en un lugar sumamente acogedor.
“Su última noche la pasó acá. Nos quedamos todos a dormir con él para acompañarlo. Falleció durmiendo, en plena madrugada”, se emociona el hombre que acompañó a Bergara Leumann de aquí para allá. “Una vez fuimos a un consultorio médico y era tan chico que Bergara giró y tiró al piso un esqueleto. No quedó un hueso sano”, se ríe Larrauri, recordando esa esencia histriónica de su ex jefe que lo saca rápido del duelo por su muerte.
Yolanda Acuña aún se sorprende con una premonición: “Poco antes de morir, le recordé que se acercaba su cumpleaños y el mío, ya que yo cumplo un día después que él. Su respuesta me impactó; me dijo: ‘Nena, yo no sé si llego’”. No estaba equivocado. Bergara Leumann falleció el 5 de septiembre del 2008, en la madrugada de su cumpleaños. Había nacido en 1932. “Me dejó el regalo preparado”, aún se sorprende esa mujer que hizo de la Botica un segundo hogar: “Hubo épocas en las que mi marido me traía ropa para cambiarme porque no podía moverme de acá de tanto trabajo”.
Las bacanales que organizaba para celebrar su cumpleaños fueron inolvidables. Desde la siesta empezaba el desfile de amigos, todos estelares. Y si en los comienzos de la Botica pasaban Haydée Padilla, Susana Rinaldi, Manuel Mujica Láinez, Mecha Ortiz, Niní Marshall y Tania, más acá en el tiempo Mirtha y Silvia Legrand daban el presente reforzando el convite estelar.
Padecer
Eduardo Bergara Leumann ingresó al mundo del espectáculo siendo diseñador de vestuario del Teatro San Martín. Dada su especialidad, la primera Botica abrió como sastrería teatral. Corría el año 1966 y aquella primera aventura se emplazó en una vieja casona de Lima 670.
Para que las modistas no tuvieran que estar sobre el piso para tomar el ruedo de las prendas de los clientes, Bergara Leumann mandó a construir una pequeña tarima. Sin embargo, las medidas fueron mal tomadas y el retablo de madera ocupaba la anchura del salón principal. En la inauguración, Mecha Ortiz le dijo a su amigo que había construido un escenario y no dudó en recitar para los presentes. Fue el puntapié inicial para que el lugar se convirtiera en un reducto elegido por los músicos y actores. Los artistas de la vanguardia porteña querían actuar allí y Bergara no se negaba. “Fue el primer café concert de Buenos Aires”, rememora Larrauri. Uno de los primeros en trabajar allí fue Miguel de Molina y era usual ver a Irma Córdoba imitando a Berta Singerman.
Cuando se ensanchó la avenida 9 de Julio, la propiedad fue derrumbada y, junto con la demolición, se perdieron muchas obras de arte que allí se conservaban. “Los amigos artistas de Bergara habían intervenido todas las paredes del lugar. Josefina Rovirosa, por ejemplo, había pintado toda una escalera y la cupulita estaba pintada por Raúl Soldi”, enumera Larrauri.
Ante la desazón de la pérdida, Bergara Leumann salió en busca de una propiedad cercana. El ideal apareció en Luis Sáenz Peña 541. Una vieja iglesia católica abandonada daba el marco perfecto para su idea renovada. El edificio era modesto, así que, con los años, el artista lo fue concibiendo a su manera.
Pese a la concreción de su sueño, a comienzos de la década del setenta, Bergara Leumann sintió temor por la realidad nacional y sospechaba que el futuro no sería alentador. No se equivocó. Decidió partir a Europa y Estados Unidos, para regresar varios años después. De censura conocía algo ya que la mujer de Juan Carlos Onganía, cuando el militar gobernaba de facto el país, había visitado la Botica, molestándose con las instalaciones montadas en un baño. “En 1967, Berni intervino un baño con Ramona, el personaje que significa la prostitución social y agregó varios frasquitos que simbolizaban los abortos sociales”. La osadía no fue del agrado de la primera dama y la Botica fue clausurada tres meses.
A comienzos de los ochenta regresó de su periplo internacional y dio vida en Argentina al recordado programa Botica de tango por la pantalla del antiguo Canal 11, pero recién en 1998 pudo volver a comprar el edificio de la calle Luis Sáenz Peña donde la Botica funcionaría para siempre, luego de padecer demoliciones y censuras que no pudieron con su temple y mucho menos con su arte.
Edmundo Guibourg dijo que Bergara Leumann era “el gran armonizador de las artes”. Acaso porque en esa botica de ramos generales se podía encontrar la mejor medicina, esa construida a simbolismo y metáfora.
Desde este martes 5 de abril, las puertas de la Botica del Ángel volverán a abrirse para recibir a ese público sensible que irá tras los rastros de María Casares o Jorge Luis Borges y que al caminar esos laberínticos pasillos atestados de arte irán en busca del aura de Eduardo Bergara Leumann. Resguardo de los músicos. Rococó y exquisitamente kitsch. Así es la Botica del Ángel. A imagen y semejanza de su querido creador.
Botica del Ángel. Luis Sáenz Peña 543. Visitas guiadas con dos horas de duración. Público general: $ 500; jubilados: $ 300. Reservas: 011 4384-9396 de martes a viernes de 10 a 18 horas. Más información: botica@usal.edu.ar
FUENTE: Pablo Mascareño – www.lanacion.com.ar