Es el único palacio de estilo veneciano de Sudamérica. Su frente luce anillos olímpicos, porque de allí salió la única medalla de oro argentina en Helsinki 52. Tiene vitrales, frescos y una fachada de aire medieval. Pero el centenario Club Canottieri Italiano empieza a ser restaurado recién ahora, justo cuando atraviesa una caída histórica de socios. Crisis es oportunidad.
Porque, con la idea de sumar socios, este sábado arrancaron las primeras visitas guiadas para todo público en la historia del Canotto, como lo llaman sus socios. Una apertura que podría tener un efecto secundario: llamar la atención sobre este edificio singular, dar a conocer esta gema eclipsada por los demás clubes de remo y el bullicio gastronómico cercano a la estación fluvial.
“Nunca más va a construirse un edificio así y es una pena que esté deteriorándose. Vamos poniéndole el alma para mantenerlo pero hay trabajos que llevan mucha plata. Por eso es clave conseguir fondos. Queremos que sea declarado Monumento Histórico Nacional”, explica Florencia Colman (48), la primera mujer que preside el club. Hija de socios vitalicios, nació con la pala verde y roja en la mano.
Son esos colores los que distinguen al Canottieri, junto a sus botes de madera, algunos de 100 años. Son esos botes una marca registrada del club, a la que se destina buena parte de lo poco que se ahorra por mes, ahora que sus socios pasaron de 750 a 350. Mantenerlos es un costo en sí mismo. También lo es capacitar a uno de sus trabajadores en el desaparecido oficio de repararlos.
Así queda poco margen para evitar que el edificio siga envejeciendo. Las frases en latín escritas en uno de los laterales de la torre se fueron borrando por las filtraciones del tanque de agua. Uno de los dos vitrales con escenas venecianas de su salón de honor recibió un pelotazo años atrás y está sostenido con una lámina similar al papel contact.
La falta de fondos para atacar esos problemas no impidió encarar mejoras más accesibles. Se pintaron los pasillos y el hall principal. Se impermeabilizó la torre con membrana asfáltica, para impedir que la humedad siguiera avanzando. Se restauró la interminable serie de lockers blancos de madera originales, que transportan a los usos y costumbres de hace un siglo.
Una atmósfera de otros tiempos que se aprecia no sólo en la imponente fachada. También en los detalles: la clásica silla de barbero Koken que viajó de Missouri a uno de los vestuarios, los delicados gabinetes labrados que antes guardaban relojes y hoy ocultan los tableros eléctricos, los letreros en italiano en todas partes, incluido su restaurante Vivanco, ubicado en el mismo predio.
Los anillos olímpicos del club hacen referencia a la medalla de oro que en los juegos de Helsinki 1852 ganaron Tranquilo Capozzo, que era socio del club, y Eduardo Guerrero. Fue el último primer oro hasta 2004.
Esos aires tradicionales contrastan con la sangre nueva que inyectan sus remeros estrella actuales, como Carmela Colombo (19) y Federico Martí (20). O la de algunos de los que se pusieron al hombro la tarea de difundir la labor de la institución y la belleza de su sede, como Tomás Gally (33), que rema en el Canotto desde hace apenas cuatro meses pero ya organiza las visitas guiadas al club.
En ellas se recorren la escalera principal y el salón de honor: un siglo de historia en sus telas, maderas y estucos; unos cuantos más en las escenas de los vitrales y en sus dos frescos en estuco. Uno de ellos representa a San Jorge contra el Dragón, el otro muestra a Américo Vespucio confeccionando el primer mapa del continente que lleva su nombre.
También se visitan el hall principal, la secretaría, los vestuarios y la terraza, que da vista privilegiada al predio, el río y los motivos medievales de la torre. Y, desde luego, la botería con sus embarcaciones históricas de madera y modernas de fibra, que después de todo es un club de remeros.
“La idea es hacer una visita mensual abierta y gratuita, para atraer socios”, explica Gally mientras guía el recorrido de este diario y menciona otras tareas finalizadas. Entre ellas, el hidrolavado de ventanas y molduras, la limpieza de remates de la fachada, y la pintura y enmasillado de la escalera secundaria, caracol. Hasta hubo que cambiar los cables de tela.
Con vista al río
Además de seguir con las visitas, en el Canotto tienen otra meta: acondicionar parte de sus dormitorios para ofrecer alojamiento a turistas. “Tigre no tiene mucha plaza hotelera y creemos que tenemos un plus para ofrecer: un palacio veneciano frente al río, en un club de remo”, destaca Colman.
A las habitaciones, ubicadas en el segundo piso, se accede por la escalera caracol de la torre. Son luminosas y amplias, y dan en su mayoría al jardín delantero. Pero tampoco fueron renovadas en un siglo y transformarlas en alojamiento demandará trabajo: reparaciones, pintura, recambio de muebles.
Mientras tanto, se ilusionan con conseguir la declaratoria de Monumento Histórico Nacional, un proceso que demandaría “al menos unos cuantos meses”, confía una fuente especializada en el tema. Por lo pronto, ya comenzaron a tener conversaciones con la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, para poner en papel un estatus tan necesario como merecido.
FUENTE: Karina Niebla – www.clarin.com