En días plomizos, el Otto Wulff refuerza su imagen, una de las más enigmáticas de la Ciudad. El edificio, en la esquina de Belgrano y Perú, en Monserrat, se recorta de una manera singular.
El basamento, oscuro y algo sucio por la contaminación; los ocho atlas que, con un rictus de esfuerzo, sostienen el resto del edificio; los cóndores que lucen como vigías. Y sus dos cúpulas que resplandecen con ese característico “verde bronce” con el que se tiñen las obras de arte, los monumentos y tantas otras cúpulas porteñas.
Todas sus partes conforman una composición simbólica y arquitectónica que atrae y provoca.
Detrás de este edificio está el genio de un arquitecto, el danés Morten F. Ronnow, que trabajó para el empresario maderero alemán Otto Wulff en la construcción de esta inversión inmobiliaria; pero que no se quedó sólo en la especulación, sino que transformó su fachada en una obra de arte. Y aunque podría estar en el podio de los edificios más lindos y singulares de la Ciudad, hoy se encuentra en peligro.
Semanas atrás, debieron quitarle la garra a uno de los cóndores porque estuvo a punto de caer. Y no le falta solo limpieza, se estima que el 50% de las figuras necesitan una restauración profunda.
Es la paradoja del patrimonio porteño.
Nadie duda del valor que poseen algunos edificios, pero en muchos casos el mantenimiento es casi imposible sin la asistencia del Estado. En el caso del Otto Wulff, acaba de obtener un financiamiento para la restauración del basamento y de los cóndores.
Se trata del programa de Mecenazgo del Ministerio de Cultura porteño, que le destinará 3 millones de pesos. Es algo, pero una cifra exigua para este tipo de obras.
Para el Centenario de la Patria, la Ciudad era todo obras. Las familias hacendadas y los inmigrantes que amasaban fortunas aquí convocaban a los más renombrados arquitectos europeos.
En el caso de Wulff, se la jugó por Ronnow, que aunque tenía una gran formación, no contaba aún con una importante producción. De hecho, sería este edificio su obra más trascendental. Y el danés aprovechó para rodearse de uno de los mejores artistas de la época, Franz Metzner, a quien encargó los atlantes de las fachadas.
En ellos representó a los oficios y a algunos de los hombres que tuvieron que ver con el edificio. ¿Quiénes son y qué representan ? De izquierda a derecha, desde Belgrano hacia Perú, hay un herrero con el rostro de Hiram Abif, a quien la logia masónica considera el constructor del Templo de Salomón. Le sigue el oficio del caesor lapidum, el cortador de piedras.
El tercer atlas representa a uno de los ingenieros que participaron de la obra, Willem Dates. Trabajó junto a Pedro Dirks, y lo hicieron con hormigón, aún cuando este material estaba en un etapa de investigación. El cuarto atlas es el arquitecto. El quinto y el sexto, un aprendiz y un maestro de la cantera. El octavo es Tubal Caín con el rostro del escultor Franz Metzner; en la Biblia, Tubal Caín representa la metalurgia.
Cuando Wulff compró el terreno de Belgrano y Perú, adquirió también una parte de la historia del país: la Casa de la Virreina. Rönnow lo sabía.
Francisco Girelli -investigador y especialista en arquitectura colonial- cree que el arquitecto buscó persuadir al comitente para que compre otro terreno, pero no lo logró. Entonces, Rönnow tuvo un gesto con un increíble valor patrimonial: elaboró un registro detallado de la Casa y dibujó también los planos. No publicó su estudio, pero en 1950 lo donó a la Facultad de Arquitectura de la UBA. Y ese mismo año llegó a manos de Mario Buschiazzo, a cargo del Instituto de Arte Americano.
Es una carpeta con once láminas realizadas en tinta. Se estima que la casa se levantó para 1780. Tenía 20 habitaciones y caballeriza.
Primero la habitó Pedro Medrano, tesorero y secretario de la gobernación del Río de la Plata. Luego, el Virrey Joaquín del Pino y Rojas, con su segunda esposa, Doña Rafaela de Vera y Mujica. Vivieron allí con 11 hijos del primer matrimonio del Virrey y otros 7 que tuvo con Rafaela. Fue uno de los sitios de la defensa durante la segunda invasión inglesa. Algunos historiadores aseguran que en ella vivió también Bernardino Rivadavia, quien se casó con una hija del Virrey; volvió a manos de la familia Medrano y fue residencia obispal; embajada del Imperio de Portugal; sede del Monte de la Piedad, antecesor del Banco Ciudad; y terminó sus años como conventillo.
Volviendo al Otto Wulff, “es un edificio con elementos del gótico, del Jugendstil (el Art Nouveau en versión alemana), algunos del Art Nouveau original, esculturas monumentales del taller de Viena y una profusión estilística tan grande que es difícil ponerle una etiqueta. Pero podría decirse que remite a la arquitectura sincrética, en la que se concilian distintas doctrinas”, describe el arquitecto Fernando Lorenzi, una de las personas que más conoce este edificio.
Lorenzi lo estudió y relevó toda su fachada. Identificó imágenes del Kublai Kan -primer emperador chino de la dinastía Yuan-, símbolos egipcios e Iluminatis (como los búhos), pingüinos, cóndores, sapos, mulitas, cobras, bebés gateando, yaguaretés, abejas, símbolos sacros, un 666 en el taparrabos del atlas que representa a Rönnow, y libélulas. “Conté 670 ojos mirando a los transeúntes”, detalla.
Curiosamente, el interior del edificio es todo lo opuesto. “Rönnow trabajó la volumetría exterior como si se tratara de una escultura. Y dejó para el interior un nivel de austeridad que llama la atención. Es intencional. En el interior decide construir una planta moderna y funcional, inusual para la época”, detalla Alejandro Mareque, también arquitecto y socio de Lorenzi.
FUENTE: Silvia Gómez – www.clarin.com