Hace seis meses 17 familias consiguieron mudarse a la vivienda que soñaban desde hacía más de 10 años. Un edificio construido completamente en madera, ecosostenible, con grandes patios, espacios comunes y una terraza que al atardecer ofrece una vista del distrito de Usera, al sur de Madrid, que dejaría a cualquier vecino sin aire. Durante una década este grupo de familias buscó un solar donde edificar la casa de sus sueños, aunque con un pequeño gran matiz: nunca serán propietarios de las viviendas. Los vecinos de la “promoción Las Carolinas” —el edificio que la cooperativa Entrepatios construyó en el barrio madrileño que lleva el mismo nombre— viven en la primera vivienda en derecho de uso de la capital.
Se trata de un modelo habitacional, asentado desde hace muchos años en países como Alemania o Dinamarca, donde la propiedad reside en la cooperativa, en este caso Entrepatios, y no en cada una de las personas que habitan las casas. Las familias entran en la cooperativa a través del pago de una cuota inicial de entre 30.000 y 50.000 euros —correspondiente al 20% del coste de construcción del proyecto, la parte restante la cubre el banco— que les es devuelta cuando deciden salir de la vivienda. Además, mensualmente pagan una contribución fija, de forma similar a un alquiler, aunque el precio se encuentra muy por debajo del mercado.
La familia de Nacho García, madrileño de 46 años, es una de las seis que están en el proyecto desde el principio. Habían intentado algo similar varias veces, pero siempre chocaron contra las dificultades de un mercado inmobiliario adverso como el de Madrid. “Tardamos cinco años en encontrar un solar donde construir”, cuenta García en la corrala, en la puerta de su vivienda, en la calle de González Feito. Vive en un piso de 70 metros cuadrados, en la primera planta de la construcción, con su pareja, Inés Grocin, de 44 años, y sus dos hijos, Víctor y Olivia, de nueve y siete. Su familia contribuyó con 50.000 euros iniciales, y paga mensualmente 580 euros por el derecho de uso del piso.
“No puedo decir que este modelo habitacional vaya a resolver el problema de la vivienda en España, porque no es verdad, necesitas un capital inicial”, reconoce García, que durante los cuatro años de construcción se mudó a las afueras de Madrid para ahorrar y poder contribuir a los gastos de la obra. En los próximos años, una vez que las familias hayan terminado de pagar la hipoteca a los dos bancos éticos que financiaron el proyecto, el precio del “alquiler” bajará hasta llegar a los 400 o 350 euros. “Lo que sí va a hacer es ofrecer una alternativa a la especulación de la vivienda, además de un modelo de vida ecológico y comunitario”, puntualiza.
Una arquitectura social y ecosostenible
Las bicicletas y los cascos de los 23 niños que viven en Las Carolinas son lo primero que aparece al entrar al patio. A la izquierda hay una sala recreativa con juegos para los más pequeños, mientras que a la derecha las escaleras llevan a las viviendas. Al fondo, un pequeño jardín con plantas aromáticas y mesas de madera hace posible olvidar el ruido y la contaminación de la ciudad. “No se trata solo de espacios comunes, sino de espacios para vivir en común”, explica García.
Así, en el aparcamiento hay menos coches que familias, porque cuando hace falta siempre hay alguien dispuesto a prestarlo a quien lo necesite. En la planta baja, tres lavadoras cumplen con las exigencias de todos los inquilinos, que además de ahorrar espacio en las viviendas comparten todo tipo de productos. “Es una doble ganancia, porque nos permite aumentar el sentimiento de comunidad y respetar el medio ambiente”.
El edificio —diseñado por el arquitecto Iñaki Alonso, también vecino de Las Carolinas —ganó el pasado agosto el máximo reconocimiento en la categoría Ciudades sostenibles: Comunidad urbana de la octava edición de los Premios Latinoamérica Verde 2021 por su contribución a la sostenibilidad social y ambiental. Además de producir su propia energía gracias a las placas solares, está dotado de un circuito de recuperación de agua de lluvia, que luego se utiliza en las cisternas de los inodoros o para regar el jardín.
El vínculo comunitario
El atractivo de vivir con los amigos ha sido la razón más importante para Luis Rico, de 43 años, que trabaja en una cooperativa involucrada con el medio ambiente: “Me encanta que mi casa sea ecológica, pero no hay nada como vivir con un grupo de personas que comparten tus mismos valores”. Describe los primeros meses en Las Carolinas como una luna de miel: “Ha sido tan complicada la parte antes de entrar, que desde que estamos aquí tenemos solo ventajas”. Nadie lo sabe mejor que él, que no puede salir de casa por una rotura del tendón de Aquiles y ha podido contar con el apoyo de los vecinos para todas las necesidades.
Sergio García tampoco tiene dudas: nunca cambiaría su vivienda en derecho de uso por una casa en propiedad. Es profesor de Antropología en la Universidad Complutense de Madrid, padre de dos niños, y miembro de Entrepatios desde 2016, justo antes de comprar el suelo donde se edificó Las Carolinas. Vendió su casa para pagar la cuota de ingreso. “Tal y como está montada la economía, la propiedad da seguridad”, reconoce. “Pero no hay mayor seguridad que tener una comunidad que te va a respaldar en un momento difícil”.
La promoción de Vallecas
La cooperativa de Las Carolinas dejará de ser la única de la capital sin derecho de propiedad en el verano de 2022. Entonces, las 10 familias de otra promoción en Villa de Vallecas podrán mudarse al segundo edificio con el mismo régimen. Esta promoción, formada por 19 adultos y 10 menores, la componen en parte familias que no consiguieron entrar en la primera cooperativa. Además, hay otras dos promociones de la cooperativa que están buscando un suelo donde edificar.
FUENTE: Clara Angela Brascia