Earthrise, la foto que sacó el astronauta Bill Anders desde el Apollo 8 en 1968, fue la primera prueba visual definitiva de una Tierra única y conectada. Se convirtió en el símbolo del primer Día Mundial de la Tierra en abril de 1970 y representa el despertar a una realidad en la que todas las formas de vida que existen en este planeta están intrínsecamente interconectadas.
A principios de la década de los 70 se cruzó un umbral crítico: el consumo humano empezó a superar lo que el planeta podía producir. En la actualidad, la demanda de recursos de la humanidad equivale a la de más de 1,7 Tierras, y los datos sugieren que vamos camino de necesitar los recursos de dos planetas antes de llegar al ecuador del siglo XXI.
El Earth Overshoot Day (EOD) o el día de la sobrecapacidad de la Tierra marca la fecha en la que la demanda humana en un año supera lo que el planeta es capaz de regenerar o reponer en ese mismo año. Es un indicador metafórico que refleja que no se vive de forma sostenible. La fecha este año es hoy, 29 de julio.
El mundo está cada vez más urbanizado. Desde 2007, se calcula que la mitad de la población mundial vive en ciudades y se prevé que en esta década la cifra aumente al 60%. Convertirlas en “comunidades sostenibles” está en el puesto 11 de la lista de objetivos de desarrollo sostenible de la ONU.
Hacia un consumo inteligente en las ciudades
La transformación más atractiva de la actual economía lineal de “tomar-fabricar-tirar” en un sistema impulsado por la producción y el consumo “inteligentes” parece ser la economía circular, donde la fase de eliminación (de los commodities) se sustituye por una fase de circulación.
Mientras que los materiales biodegradables vuelven a la biosfera, por ejemplo, mediante el compostaje, los materiales técnicos se reciclan (ya sea a nivel de materia prima o a nivel de componentes), se redistribuyen (por ejemplo, un celular usado se revende) o son reutilizados por el usuario original (un celular roto se arregla).
Sin embargo, es fundamental no solo centrarse en los productos circulares, sino también en los procesos y modelos empresariales circulares. Resulta cada vez más evidente que la visión tradicional de los productos tangibles vendidos como unidades de propiedad privada debe sustituirse por una visión más holística de un sistema-producto-servicio (SPS).
El modelo de negocio correspondiente es una estrategia de acceso y rendimiento; abreviado como “Access trumps ownership” (el acceso gana a la propiedad).
Dentro de la economía circular se encuentra lo que se suele denominar la economía colaborativa, con modelos de negocio basados en el uso y no en la propiedad. Tomemos como ejemplo a Bundles.
Esta pequeña empresa que llegó a la brillante pero sencilla conclusión de que los hogares necesitan tener ropa y sábanas limpias en lugar de aparatosas lavadoras. Así, en colaboración con otros grupos de interés como Miele, idearon un modelo de negocio de pago por lavado. La lavadora no es propiedad de nadie, sino que se concede su uso.
Algunos ejemplos, entre otros muchos, son Airbnb (para compartir apartamentos), Car2Go (para compartir coches), Kickstarter (crowdfunding) o Uber (para compartir desplazamientos).
Los denominadores comunes de estos diversos modelos de negocio consisten en que son muy disruptivos, que acumulan ingresos a partir de servicios (y experiencias) en lugar de la venta de unidades, que la mayoría son empresas muy ágiles basadas en plataformas y que suelen tener mucho éxito.
Los riesgos de las economías colaborativas
Sin embargo, la sostenibilidad no es sólo ecológica, y algunos aspectos sociales dejan mucho que desear. Así los resumen Malhotra y Van Alstyne :
1) Los servicios pueden convertirse rápidamente en exclusivos, y las personas suelen ser condenadas al ostracismo.
2) Muchas plataformas utilizan vacíos legales para evitar pagar impuestos o cumplir con ciertas normativas.
3) La economía colaborativa suele ir de la mano con la denominada “gig economy”, en la que las tareas más pequeñas se subcontratan a trabajadores, sin pagarles seguro y sin brindarles otras prestaciones laborales.
4) El subarriendo puede llegar a extremos cuando un usuario “vende” un servicio a un usuario secundario o terciario.
5) Los departamentos compartidos pueden elevar los precios de los inmuebles por encima del poder adquisitivo de los residentes locales.
6) A menudo las plataformas externalizan la responsabilidad afirmando que sólo se ajusta a la oferta y la demanda, como Uber, que dice no ser responsable de una persona atropellada por un conductor contratado.
7) Dado que los coches, las bicicletas, los apartamentos y todo lo demás no son de propiedad privada, el servicio invita al vandalismo y al robo.
Sin embargo, la cuestión no es prohibir los modelos de uso compartido. Se necesita mucha más investigación sociológica, política, económica y jurídica para fomentar las inmensas ventajas de la economía colaborativa y reducir al mismo tiempo algunas externalidades sociales muy negativas.
El ejemplo de algunas ciudades europeas
Dado que el diseño y la construcción urbanos forman parte de lo que se ha denominado la construcción de nichos humanos, son también objeto de procesos evolutivos. Al estudiar la ventaja selectiva que las ciudades ofrecen a las personas y a los grupos humanos, hay que considerarlas como laboratorios del cambio.
Hay ejemplos notables en el norte de Europa, donde la iniciativa “Sharing Cities Sweden” está desarrollando laboratorios metropolitanos de economía circular en Estocolmo, Gotemburgo, Malmö y Umeå.
En los denominados bancos de pruebas se investigan y se desarrollan servicios compartidos, cooperación municipal y soluciones digitales para evaluar los riesgos y las oportunidades de la economía circular y la economía colaborativa. Los datos recogidos en estos bancos de pruebas se utilizan a nivel nacional e internacional.
Las ciudades son siempre sistemas complejos conformados por procesos ascendentes cuyos resultados son difíciles de prever y planificar. Esta perspectiva se ve reforzada por el actual giro hacia las ciudades inteligentes y el uso intensivo de las tecnologías digitales para optimizar los ecosistemas urbanos.
Todavía es pronto, pero a juzgar por los ejemplos escandinavos citados arriba, serán las ciudades las que tomen la delantera en el cambio global hacia una vida circular y sostenible.
FUENTE: Michael Leube – www.clarin.com