Cuentan que Wong Kar-wai quedó impactado. Eran los años 90 y el icónico cineasta hongkonés se encontraba rodando en Buenos Aires lo que sería una de sus películas más aclamadas: Happy Together. Para contar la tormentosa historia de desamor de dos hombres asiáticos en Buenos Aires, necesitaba de una locación que le permitiese captar la nocturnidad bohemia, la melancolía del tango y esa mixtura tan elegante como under de un paisaje que solo esta tradicional zona porteña ofrece. La respuesta que obtuvo fue Bar Sur, el emblemático club de Balcarce y Estados Unidos, un reducto de época que supo ser el destino de celebridades de todas partes del planeta y que hoy —a duras penas— volvió a abrir tras permanecer 17 meses con las persianas bajas.
“Estamos sobreviviendo. Este era un boliche tanguero dedicado al turismo y al espectáculo. Tras la llegada de la pandemia, perdimos ese público y no pudimos volver a hacer shows adentro”, se lamenta Ricardo Montesino, artífice de este lugar que nació el 31 de enero de 1967.
Rememora con nostalgia los días de grabación de aquella película: “Fue maravilloso, Wong improvisaba todo el tiempo. Habían venido por un par de días, pero estaban tan encantados que finalmente se quedaron varios más. Yo les dije entre risas ‘los fines de semana las jornadas se cobran doble, acá y en la China’. Claro que como buen bohemio no se las cobré. El resto es historia”.
De Mercedes Sosa a Liza Minnelli
Favorecido por una calle cortada a pocos metros, el Bar Sur se encuentra en un cuadrilátero de esquinas alejadas del alboroto del resto de San Telmo. En diagonal está otro rincón de culto: el Bar Rivas. La sensación de intimidad aumenta al ingresar al pintoresco espacio, ambientado con muebles de diseño vienés y un piso calcáreo de damero blanco y negro que pisaron figuras como Mercedes Sosa, Ernesto Sábato, Chunchuna Villafañe, Astor Piazzola, Mirtha Legrand o Ben Molar. La lista también se nutre de figuras internacionales: Liza Minnelli, Antonio Banderas, Robert Plant, Baek Mu-san, Franz Beckenbauer, Anthony Bourdain, Christopher Hampton, Chayanne y Sean Connery, entre otras estrellas.
“Nunca supe muy bien cómo se armó. Yo sé que me relacioné con el mundo del arte desde siempre. De hecho, participé de la primera Feria del Libro [en 1975], entonces me puedo imaginar que la primera corriente de personalidades destacadas fueron escritores, como Mario Vargas Llosa, Marcos Denevi o Luisa Mercedes Levinson. Corrió boca en boca y de ahí no paró hasta recibir figuras internacionales. Y después lo de Happy Together fue espectacular: todos los días entra algún asiático a conocer”, cuenta Montesino. Cuando tenía 26 años —edad a la que estrenó el bar—, le vaticinó a su madre que su propósito era abrir un bolichito porteño que quisieran visitarlo de todas partes del mundo.
Tapeo, aperitivos y show
Proveniente de una familia de clase media acomodada de origen española, radicada en zona norte y dedicada a la industria panificadora, Montesino comenta que su pasión por la estética de los espacios surgió de sus primeros trabajos como decorador de vidrieras y locales. “Yo me abrí a esta actividad buscando el contacto social y el buen gusto. Este lugar lo encontré en uno de los paseos con el coche que hacía desde Olivos y San Isidro hasta la zona sur de la ciudad. Esta parte de Buenos Aires era considerada remota, hasta marginal. Cuando compré, mis amigos no lo podían creer. Pero siendo nadie pasé a jugar con los grandes de la época como Mau Mau, África, Viva María y Zum Zum”.
El Bar Sur no tiene horno en la cocina. “Nunca quise ser restaurant”, dice Montesino, que comparte la administración junto a Beatriz Mendonça, su exmujer, pero inseparable compañera de aventuras. El concepto se remite a la vieja escuela de las llamadas “confiterías”. La comida se limita a las picadas y el tapeo. Nada más. En cambio, sí es extensa la carta de aperitivos. Se puede beber vermú, whisky, gin-tonic, entre otros clásicos, acompañamientos ideales para disfrutar de la atracción principal: la música, los espectáculos en vivo y el bailongo. Una tradición que perdura hasta estos días. “La gente nunca vino por el morfi. El Gato Dumas, quien fue un gran amigo de la casa y hasta me ayudó con la puesta a punto, se me reía. Decía que yo con unos quesos me arreglaba, mientras que él tenía que hacer un suplicio para vender un plato”.
“El Bar Sur no tiene clientes. Allí esta palabra carece de sentido. El Bar Sur tiene amigos, feligreses, cófrades, congregantes. O, todavía mejor, desempolvemos un antiguo vocablo ahora en desuso: parroquianos, un término impregnado de camaradería y de comunión”, escribió Marco Denevi, y las palabras se pueden leer en un plotter que cuelga en una de las paredes.
El último tango
Más allá de la esquina emblemática que ocupa el Bar Sur, resulta inimaginable la existencia de un lado B. Pero lo hay: sobre uno de los costados de su extensa barra de madera, una puerta conecta con una escalera que da al subsuelo, incluso más grande que el sector de arriba. Allí, Ricardo llegó a hacer eventos de todo tipo: obras de teatro, arte performático, exposiciones de pintura, tertulias y presentaciones de libros. Durante los años 70, por ejemplo, se realizaban números travestistas de music hall en plena dictadura militar. Esta parte baja más “trash” hoy luce renovada con una pista de baile y hasta tiene su propio nombre: “Nuevo Hidrógeno”.
“Yo pinté, compré materiales, hice los baños nuevos y remodelé lo que hoy es Nuevo Hidrógeno, un nombre que tomé de la fuente de energía renovable que se utiliza en Chile para generar electricidad. Había pedido un préstamo pequeño al banco y gastado un montón de guita. Ya tenía espectáculos programados y hasta reservas para largar con todo. Además, contábamos con nuestro staff de músicos y mozos. En ese momento, cayó la pandemia y no pudimos volver a abrir hasta ahora”, lamenta con mucho pesar su dueño.
Pese a encontrarse en un momento de “números en rojo”, agudizado por la crisis económica que transita la Argentina, Ricardo confía en que “el boliche” —como repite cariñosamente— logre sortear el ocaso, a diferencia de otras insignias del barrio que no pudieron subsistir, como el notable Bar Dorrego. “Yo no tengo marcha atrás. Soy un romántico. Hemos vivido otros momentos duros, pero este pegó mucho. A mí no me respaldó ningún gobierno para salir adelante. En un mes vinieron a hacerme interviews desde China, Rusia y Estados Unidos. También me han invitado de un montón de países más para conocerme. El Bar Sur es argentino, tiene casi 60 años, han venido figuras de primer nivel a visitarlo y está dando vuelta al mundo en este momento. Es historia pura, necesitamos cuidarlo”.
FUENTE: Manuel Casado – www.lanacion.com.ar