La zona estaba apenas demarcada. En cada esquina se colocaban mojones unidos por cordeles que iban bosquejando las líneas trazadas en el plano por los profesionales del Departamento de Ingenieros encabezado por Pedro Benoit. Moría 1882 y en la recién fundada capital de la provincia de Buenos Aires todo estaba por hacerse.
Al norte de aquel deslinde, en tierras pertenecientes al terrateniente Jorge Eduardo Bell, en lo que hoy es la localidad de Ringuelet, la sociedad francesa Portalis Frères, Carbonnier y Compañía -dedicada originalmente al comercio internacional- se había asociado con el emprendedor Luis Cerrano para instalar el primer horno mecánico a vapor para fabricar ladrillos macizos, insumo básico para abastecer a ese proyecto increíble: la construcción de la ciudad de La Plata.
La planta, ubicada sobre un lote de unas cincuenta hectáreas, contaba con un horno de cocción ininterrumpida de avanzada para la época que el propio Cerrano había construido tras adquirir la patente del modelo desarrollado por alemán Friedrich Hoffmann en 1859. Se trataba de una fragua continua para ladrillos, cerámicos, cal, tiza y otros materiales de construcción que alcanzaba hasta 1000 grados centígrados.
El emprendimiento estaba ubicado en un amplio sector denominado “Hornos del Norte”, que era una de las tres áreas habilitadas por el gobierno de Dardo Rocha en las afueras del casco urbano para el desarrollo de la actividad ladrillera, además de la instalación de corralones y canteras cuya radicación dentro del cuadrado de la ciudad estaba prohibida por razones de salubridad.
La superficie correspondiente a Hornos del Norte cobijaba varias empresas y actividades en una franja de 669 hectáreas que habían sido expropiadas a Bell para tal fin. Además del ya mencionado Cerrano, esas tierras se distribuyeron entre un puñado de emprendedores como Inchauspe, Botet, Picabia, Richard, González Morell, Rezzano, Dufour, Llano, Bertomeu, Cerviño, Rodriguez y Bidart. Esos apellidos se erigieron en los primeros pobladores de lo que sería Ringuelet al igual que los de muchos trabajadores de la fábrica, de cuyos nombres se han perdido los registros, y que con los años fueron comprando lotes y se asentaron en esa zona de acuerdo con la reconstrucción histórica realizada por la arquitecta Cristina Avinceta, investigadora en Patrimonio y coordinadora del Museo del Ladrillo así como de la recuperación de la historia del lugar.
Durante casi una década la fábrica aportó cientos de miles de ladrillos con los que se levantaron los más importantes palacios, iglesias e innumerables construcciones tanto públicas y privadas. Según documentos de la época la firma asentada en Ringuelet fue el mayor proveedor en las obras que dieron vida a la ciudad, tal como lo consigna la investigadora Beatriz Amarilla en su trabajo “Edificios fundacionales de La Plata. El costo de sus insumos básicos”, publicado en 1999 por el Laboratorio de Investigaciones del Territorio y el Ambiente (Linta) dependiente de la Comisión de Investigaciones Científicas de la provincia. La relevancia del emprendimiento quedó de manifiesto a partir de un decreto gubernamental que garantizó la apertura de calles para el acceso al predio fabril justificado en el gran movimiento que éste generaba.
Sin embargo, la bonanza se interrumpió como consecuencia de la crisis económica y financiera que sufrió el país en 1890, precedida por la quiebra del Banco Constructor, principal entidad que otorgaba créditos para las obras en la ciudad. Esta situación paralizó practicamente todas las construcciones de la naciente urbe y, por ende, dejó sin demanda a la ladrillera.
El checo que trabajó con Eiffel
Es entonces cuando entra en escena Frantisek (Francisco) Ctibor, un ingeniero nacido en 1857 en Tabor, República Checa, que había llegado al país a finales del siglo XIX. Antes había trabajado en París con Gustave Eiffel en la construcción de la famosa torre que lleva su nombre para luego viajar a América donde participó en la apertura del primer tramo del canal de Panamá. Desde allí, corrido por los letales efectos de la fiebre amarilla, el profesional desembarcó en Buenos Aires.
Ctibor, que según los recuerdos familiares hablaba seis idiomas y se había formado como ingeniero mecánico en Karlsruhe -la primera universidad alemana con orientación técnica-, se radicó en Quilmes junto a su esposa Ruzena (Rosa) Zeis con la que tuvo tres hijos: Carlos, Francisco y Rosa. Con suerte regular probó llevar adelante varios emprendimientos; fundó un aserradero y una fábrica de picaportes de bronce y hasta incursionó en la importación de cabañas de madera desde Estados Unidos. Pero hacia fines de 1905 se encontró ante la oportunidad de su vida. En octubre de ese año vio publicado en la prensa un llamado a licitación para construir el canal troncal de los desagües pluviales de La Plata. La obra implicaba tender el conducto maestro que correría bajo la avenida 66 hacia el Río de La Plata y debía hacerse con el sistema abovedado, lo que implicaba una enorme cantidad de ladrillos. Confiado, el checo se presentó y ganó la licitación. Esto lo llevó a tomar la estratégica decisión de adquirir la fábrica de ladrillos de Ringuelet que se hallaba prácticamente paralizada y a la que, con el tiempo, convirtió en un establecimiento industrial modelo.
Las instalaciones sumaban cuatro hornos; dos de combustión continua, del tipo Hoffmann y otros dos “de llama invertida”, además de secaderos naturales y un edificio en el que se realizaba la producción y también funcionaban oficinas de administración y mantenimiento.
La fábrica Ctibor llegó a tener doscientos cincuenta trabajadores que, al principio eran, en su mayoría, de origen checo e italiano. Trabajaban en tres turnos de ocho horas, lo cual implicaba que un ciclo de producción continua que se prolongaba durante todo el día y la noche. Según los relatos familiares Ctibor reclutaba a compatriotas que llegaban al país y se alojaban en el Hotel de Inmigrantes que funcionaba en inmediaciones del embarcadero del puerto de la ciudad de Buenos Aires.
Impulsado por los postulados europeos sobre políticas de equipamiento social que contemplaban ese tipo de soluciones habitacionales además de otros beneficios para los trabajadores dentro del predio, en el que también vivía la familia, se construyeron viviendas para obreros y personal jerarquizado y se habilitaron una enfermería, un destacamento policial y un almacén. La casa más antigua de ese conjunto, que sirvió de residencia del ingeniero checo y su familia, data de 1906 y aún se conserva. Está ubicada en el actual Camino Centenario y 514 y linda con el cauce del arroyo Del Gato a metros del distribuidor Pedro Benoit.
En otras franjas del predio se dispusieron dos grupos de viviendas para obreros. Si los empleados estaban casados les correspondía unidades con dos habitaciones; mientras que en el otro sector estaban los solteros con casas de una sola pieza que podía ser a compartir.
A medida que fue pasando el tiempo el predio que ocupaba la planta se fue reduciendo y se lotearon tierras. De las cincuenta y dos hectáreas adquiridas originalmente por Francisco Ctibor en la década del 90 quedaban unas diecinueve de las cuales solo tres constituían la zona operativa de la fábrica, el resto de las tierras se fueron loteando poco a poco.
Hacia 1950 la sucesión de Francisco Ctibor, fallecido en 1922, dio lugar a subdivisiones y loteos de terrenos contiguos a la fábrica. De acuerdo con las constancias y documentos de la época, con el tiempo se produjo la apertura de calles y durante un tiempo la zona se conoció como el “barrio Ctibor”. Si bien el nombre se perdió, aquel fue el germen poblacional de lo que luego sería Ringuelet.
Para La Plata y más allá
El ladrillo, obtenido de la cocción de una mezcla en base a arcilla y agua es hasta hoy uno de los más nobles insumos usados en la construcción por sus propiedades de resistencia, aislación y perdurabilidad. En los primeros tiempos cada pieza llevaba grabado en relieve el nombre de la firma, algo que con el tiempo se dejó de hacer.
La extracción de tierra para la producción fue aplanando la lomada donde se asentaba la fábrica hasta llegar a la cota permitida que obligó a traer la tierra de otras canteras. Se contaba con el tendido de rieles del ferrocarril que garantizaban por un lado la provisión de los insumos a la vez que permitían la distribución de ladrillos. Mediante conexiones era posible descargar en una terminal ubicada en Barracas. Asimismo, la firma habilitó una oficina comercial en la city porteña y, cuando salieron al mercado adquirió los primeros motores diésel para alimentar su maquinaria.
Entre las principales obras de la ciudad que tienen ladrillos de Ctibor figuran la Catedral, la Gobernación, el palacio de Tribunales, la Legislatura provincial, el Instituto Médico Platense, el viejo Hotel Provincial, el Cine San Martín, el Molino de la familia Campodónico, los viejos muros perimetrales del club Estudiantes, el ex Distrito Militar donde hoy funciona la Facultad de Artes de la Universidad y el aeropuerto local.
En Berisso también se usaron ladrillos de la planta en las instalaciones de os frigoríficos Swift y Armour, la fábrica de Sombreros, el Hogar Social y varias viviendas particulares; mientras que en Ensenada se encontraron en la Destilería de YPF.
Pero la planta no solo abastecía de ladrillos a La Plata, sino que también realizaba envíos a la ciudad de Buenos Aires y otros puntos del interior del país. Dos de los proyectos más importantes acometidos por la firma de los Ctibor fueron la provisión de ladrillos para las obras del Ferrocarril del Sud y los subterráneos de la Capital Federal, obras que demandaron unos 55 millones de ladrillos de confección industrial. Desde Ringuelet también se aportó a la construcción de emblemáticos edificios porteños como la torre Kavanagh, algunos docks en lo que hoy es Puerto Madero, la actual Usina del Arte y el Museo de Bellas Artes.
El imperio del ladrillo hueco
A lo largo del tiempo, en la planta de Ringuelet se fabricaron básicamente cuatro tipos: macizos, perforados, refractarios y huecos. A partir de los años 40 empezó a crecer el uso de los ladrillos huecos que habían comenzado a fabricarse casi dos décadas atrás. Con el surgimiento del hormigón armado el ladrillo pierde terreno en cuanto a su capacidad portante y su utilización principal tiene que ver con los cerramientos. Es decir, la industria cambia.
A su vez, la evolución tecnológica fue dejando atrás el horno Hoffmann para pasar a lo que se conoce técnicamente como “hornos de túnel”, que se habían comenzado a usar en Europa en la década del 60 y que disminuían sensiblemente el tiempo de producción. A su vez, se daba paso a un nuevo proceso de fabricación que permitía reunir todas las etapas en un único edificio. Para 1995 la fábrica de Ringuelet había quedado rodeada de casas por el avance de la urbanización y fue entonces que se decidió desactivarla. Su ubicación privilegiada hizo que al año siguiente el predio fuera alquilado por un hipermercado que usó buena parte del terreno para construir el estacionamiento.
En 1998 la fábrica de ladrillos renació por impulso de Jorge Ctibor, nieto del pionero y responsable desde 1978 de la firma, cuyo directorio integran también otros miembros de la familia. Así, radicada en el Parque Industrial de Abasto se inauguró rebautizada como Cerámica Ctibor y abocada a la fabricación de ladrillos huecos mediante procesos automatizados y equipamiento de avanzada. Desde allí se provee a un amplio mercado que abarca prácticamente toda la provincia de Buenos Aires así como Rosario y su zona de influencia. La firma hoy es presidida por otra representante de la cuarta generación: Eugenia Ctibor, que además es, desde abril último, presidente de la Unión Industrial del Gran La Plata.
Sin bien la rehabilitación de la planta se fue haciendo imprescindible por los cambios en el mercado, en la decisión influyó el peso del legado familiar: Jorge siempre repite que siente una gran responsabilidad y orgullo al pensar que de la empresa de sus ancestros “salió el material con el que está hecha prácticamente toda la ciudad”.
Para el empresario: “Cerámica Ctibor ha logrado un alto grado de madurez y organización en un sistema de management en el que el directorio se enriquece a partir de una dinámica multidisciplinar. Aún así la estructura sigue teniendo las mismas cualidades propias de una empresa familiar que son la pasión, la convicción y el compromiso”.
Huellas de la historia
Acompañado por el entusiasmo de la familia, Jorge Ctibor impulsó el proyecto para crear un museo con la idea de poder recuperar el valor histórico, tecnológico, social, arquitectónico y científico del sitio donde funcionó la antigua fábrica. Al edificio se le habían anexado dos viviendas, una a cada lado de la planta en “U” destinadas al gerente y capataz respectivamente.
Se procedió a un trabajo de restauración e intervención a cargo del arquitecto Guillermo García quien inició la tarea en 2004 transformando la vieja casona de ladrillo sin revocar de unos trescientos metros cubiertos que fue la administración de la planta en el Museo del Ladrillo. Se eliminaron revoques internos posteriores a la obra original y se relocalizaron vigas, aberturas, zinguerías, pisos de pinotea, objetos de bronce que se habían rescatado de la demolición de otros sectores de la vieja planta.
Al descubrir los muros interiores se advirtió que estaban construidos con ladrillos con fallas e imperfecciones en el proceso de cocción que se advierten a simple vista por su coloración. Además, durante las tareas de puesta en valor se halló en el patio un viejo pozo con desperdicios del que se extrajeron en una tarea de antropología urbana diferentes objetos desde frascos de esencias, botellas hasta un juego casi completo de vajilla que hoy se encuentran exhibidos junto a los elementos que dan cuenta de los procesos productivos en distintas épocas a lo largo de la vida de la fábrica. En los trabajos se logró reconstruir el escritorio original de la oficina de administración, además de varias máquinas, herramientas y ladrillos de antigua data, algunos con el viejo sello Ctibor.
En septiembre de 2007 el horno principal y la estructura existente, cuya parte más visible es la chimenea de unos 35 metros de altura fue declarado “Patrimonio de Interés Municipal Arquitectónico de la Ciudad de La Plata”, en unión con el conjunto de bienes y componentes de la fábrica de la familia Ctibor.
Para poder abocarse a la preservación integral del viejo complejo industrial se creó en 2008 la Fundación Espacio Ctibor que al año siguiente consiguió, como primer gran logro: inaugurar el Museo del Ladrillo.
Único en su tipo en el país y con escasos antecedentes en el mundo, el museo cuenta con cinco salas de exposición permanente, una galería semicubierta, un salón de usos múltiples y una sala de exposiciones temporarias o salón auditorio. A la escalera de ingreso, que exhibe el desgaste propio del uso intensivo por más de cien años se le anexó una de hierro que cumple con las reglas de seguridad para el ingreso de visitantes permitiendo, a su vez, el resguardo de la original. La historia de la empresa familiar está condensada en el libro Ctibor. Tradición y futuro de la industria ladrillera, editado en 2019 y del que se han tomado varias de las fotos que ilustran este artículo.
Desde hace casi una década los Ctibor trabajan para recuperar el horno mayor con que contaba la fábrica que en su chimenea lleva el nombre Ctibor y la fecha 1905.
Ante el ostensible deterioro que presentaba el lugar en manos de una firma comercial estadounidense que se había comprometido a su mantenimiento, los descendientes del fundador de la ladrillera iniciaron en 2014 una cruzada para lograr la desafectación de ese espacio de la zona comercial y tras largas conversaciones consiguieron en febrero de 2018 recuperar el control tras acordar una devolución a cambio de otra porción de terrenos aledaños.
En base a un relevamiento del lugar y el estudio de documentos históricos se estableció un plan integral de actuación en procura de su refuncionalización. Comenzó así un trabajo de recuperación artesanal y puesta en valor de la estructura anular en que se ubicaban los ladrillos para su cocción. También se acometió el apuntalamiento y restauración de la chimenea, referencia ineludible para quienes ingresan al casco urbano desde el norte por el camino Centenario. El conjunto estará rodeado por un espacio público que llevará el nombre del precursor de la empresa.
Según explicó María Victoria Ctibor, bisnieta del fundador y miembro de la Fundación, “la idea es convertir ese lugar en un espacio destinado a la cultura para que todos los platenses puedan conocerlo y disfrutar de un espacio que es patrimonio de la ciudad”. Será un nuevo espacio de arte y tecnología que permita la exhibición de obras artísticas vinculadas a la temática de la industria, la cerámica y la historia de la ciudad y su evolución, devolviendo así este bien tan preciado bien a la comunidad.
FUENTE: Pablo Morosi – www.0221.com.ar