El patrimonio cultural es la memoria de un pueblo, y la Ciudad de Buenos Aires cuenta con un valioso legado patrimonial. Sin embargo, la preservación de ese patrimonio genera un intenso debate. Mientras algunos sostienen que la ciudad reconoce su patrimonio como un bien no renovable que debe ser protegido a toda costa, otros argumentan que, dado el déficit habitacional, es necesario redefinir el concepto de patrimonio cultural. Según esta visión, esa nueva definición debería permitir o no la expansión del desarrollo inmobiliario, buscando un equilibrio entre la preservación y las necesidades urbanísticas.
Un grupo creciente de vecinos, representados por la ONG Basta de Demoler, alza su voz ante lo que perciben como una pérdida constante de parques, calles y veredas históricas, así como mobiliario urbano que forma parte del patrimonio tangible de la ciudad. Estos ciudadanos, preocupados por la destrucción del paisaje urbano, luchan por proteger los edificios de valor arquitectónico e histórico, organizando manifestaciones públicas en contra de las demoliciones.
Para Emilio Raposo Varela, arquitecto y ex legislador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la preservación del patrimonio no es solo una cuestión de conservación, sino de un cambio cultural profundo que implique a todos los actores de la sociedad. “El patrimonio es la memoria de nuestra ciudad, y para preservarlo es necesario un cambio cultural que legitime su valor mediante la participación ciudadana y el trabajo legislativo y ejecutivo, de manera articulada”, afirmó.
Raposo Varela propone la creación de un “contrato patrimonial”, en el cual se difunda información y se genere un consenso sobre el valor del patrimonio, fomentando la confianza y la empatía en su gestión. Este contrato debe facilitar la construcción de una identidad y pertenencia comunitaria, explorando y divulgando los bienes patrimoniales en las zonas y comunas de la ciudad.
“Es esencial establecer un impacto patrimonial que reconozca el patrimonio como memoria colectiva, recurso y herramienta para el conocimiento histórico, y no como un obstáculo para el desarrollo urbano”, concluyó Raposo Varela, resaltando la necesidad de reglas claras y modernas que permitan la coexistencia entre el crecimiento de la ciudad y la preservación de su identidad arquitectónica y cultural.
Por su parte, Francesco Minervini, arquitecto de CMA Studio di Architettura, coincide en que en los últimos años, el patrimonio arquitectónico de Buenos Aires fue experimentado una revitalización, en gran parte gracias a una mayor conciencia ciudadana y a la participación de instituciones públicas y privadas. “El Casco Histórico es un claro ejemplo de esta revitalización, con intervenciones públicas y privadas que buscan revalorizar su importancia cultural”, señaló Minervini, destacando que el Gobierno de la Ciudad implementó regulaciones en Áreas Históricas Protegidas para garantizar su preservación.
No obstante, Minervini también cuestiona que muchas casonas y quintas históricas en barrios como Belgrano, Palermo y Flores no fueron declaradas protegidas y se facilitó su demolición. “Es frecuente que edificios anteriores a 1941 sean etiquetados como en riesgo de derrumbe y sean demolidos con demasiada facilidad”, lamentó. En este sentido, enfatizó la necesidad de sancionar prácticas que atenten contra el patrimonio y de establecer incentivos para que las inversiones en la restauración y preservación sean más atractivas para los privados.
Si como algunos dicen “todavía hay mucho por hacer”, la pregunta ¿qué y cómo se puede mejorar?
Incentivos versus sanciones
Hugo Koifman, CEO de Branson Real Estate, se suma a esta perspectiva al destacar que los incentivos son más efectivos que las prohibiciones. “Si a un consorcio le haces un descuento en el ABL por arreglar la fachada de un edificio, es mucho más efectivo que una multa o una prohibición”, opina Koifman.
Asimismo, Koifman considera que falta control sobre la preservación del patrimonio, proponiendo que se regulen aspectos como la instalación de aires acondicionados en fachadas históricas, una práctica que degrada su valor estético. “En ciudades como Madrid, hay entidades que se encargan de intimar a los dueños a preservar el estado de las fachadas. Deberíamos aplicar algo similar aquí”, agregó.
El empresario se define como defensor acérrimo del patrimonio y destacó el caso del edificio Lex Tower, uno de los proyectos de Branson, que incluyó la reconstrucción del histórico Teatro Politeama en el mismo sitio donde funcionó el original inaugurado 1879 con presencia de Domingo Faustino Sarmiento en 1879. Este moderno edificio de oficinas es un ejemplo de cómo es posible integrar el desarrollo inmobiliario con la preservación del patrimonio cultural, cumpliendo con la ley 14.800 que exige la inclusión de una sala de espectáculos en cualquier construcción que reemplace un teatro demolido. Por ello, luego de estar vacío por más de cincuenta años, con Branson un nuevo Politeama con una sala para 705 localidades, volvió a funcionar el microcentro porteño, tras su demolición en 1958.
Mirando al futuro
De cara al futuro, Minervini insiste en la importancia de garantizar la preservación de la heterogeneidad y el eclecticismo que caracteriza la arquitectura de Buenos Aires. “Es fundamental que los inversores comprendan que un edificio patrimonial, una vez puesto en valor, es un bien único que trasciende las lógicas comunes del mercado inmobiliario”, explicó.
En definitiva, el arquitecto remarca que un inversor con la visión adecuada no es enemigo del patrimonio arquitectónico.
Para Raposo Varela, el desafío radica en construir una dinámica urbana y patrimonial que equilibre el desarrollo con la preservación, actualizando las normas legislativas y procedimientos para gestionar el patrimonio de manera eficiente. “Otra forma de hacer política patrimonial es posible”.
En síntesis, condicen, en que parece haber un creciente consenso sobre la necesidad de revalorizar el patrimonio cultural de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, promoviendo su cuidado y preservación mediante políticas públicas e iniciativas privadas. Lo más alentador es que la ciudadanía está cada vez más comprometida con la defensa de su identidad cultural y no dudan en alzar la voz para detener la piqueta del desarrollo inmobiliario que sin conciencia identitaria, amenaza con borrar la historia de la ciudad.
FUENTE: Laura Andahazi Kasnya – www.iprofesional.com