Suena el despertador en el airbnb de Asnières-sur-Seine, un Avellaneda de París. Me levanto, desayuno y encaro el tren para ir a trabajar. Dos estaciones y 10 minutos después me encuentro en el centro de París. A fines de noviembre de 2019, el espíritu navideño se empieza a confundir con el clima preelectoral, en tres meses hay elecciones y los debates comienzan a copar el espacio público y los centímetros en los diarios. La alcaldesa Anne Hidalgo lucha por su reelección y su principal propuesta es “La ciudad de 15 minutos”. Es decir, una ciudad multicéntrica en la que puedas trabajar, vivir, estudiar, abastecerte, cuidarte y disfrutar dentro de un radio determinado al que puedas acceder caminando o en bicicleta.
Esto incluía extender la red de bicisendas a todo el anillo urbano, lo cual implicaría una reducción drástica del espacio de estacionamiento y, con ello, ir hacia la erradicación definitiva de los vehículos motorizados dentro de una amplia zona de la ciudad. Ese espacio se reciclaría en zonas verdes, huertos urbanos y parques para los niños. Pensando en ellos, el plan incluía generar sitios de encuentro y entretenimiento, desde áreas de juego sin peligro hasta la apertura de las escuelas los fines de semana como para sumar espacio público seguro.
Esta idea proyectada por el urbanista colombo-francés Carlos Moreno incluye acercar todos los servicios municipales a esos núcleos urbanos, servicios policiales de proximidad sin armas, comisarías de la mujer y espacios de acompañamiento a las personas mayores. La propuesta pasa por asegurar la diversidad mediante el desarrollo de nuevas interacciones sociales, económicas y culturales, y de asegurar la densificación sustancial, optimizando la gama de servicios a través de la tecnología digital y modelos colaborativos y compartidos. En definitiva, pasar de un modelo de planificación urbana a uno de planificación de la vida urbana.
Pandemia mediante, en el marco de un encuentro virtual de la Maestría en Gestión de Ciudades de la UBA, le consulté acerca de este plan al comisionado de Cultura en el Ayuntamiento de Barcelona Joan Subirats. Me respondió que en Barcelona estaban alineados con esa idea. Ellos trabajan sobre un concepto que popularizó el sociólogo Richard Sennett: las superislas. Esto significa la capacidad de bloquear el tráfico dentro de un marco de nueve manzanas buscando una acentuación de la proximidad y un mejoramiento sustancial del nivel de habitabilidad en zonas densas al aumentar la calidad de los espacios, de los servicios, los parámetros ambientales y la creación de lazos de comunidad. Proponen articular equipamientos estatales, culturales, sanitarios, educativos, para que puedas desarrollar tu vida dentro de esas superislas.
Los estudios prevén que la implementación de estos “superbloques” o “supermanzanas”, en principio, mejoraría la calidad del aire, bajaría los niveles de irradiación de calor y reduciría mucho la contaminación acústica. Por otro lado, una mayor cantidad de espacios verdes motivan a los vecinos a salir de sus casas y propician un estilo de vida más activo, lo que redundaría en una reducción de los problemas de obesidad, hipertensión, diabetes y riesgos cardíacos. Esto aliviaría mucho la red de salud pública, más allá de la pandemia. La apuesta incluye un fortalecimiento de la comunidad, y a través de la generación de estos espacios comunes, un relacionamiento clave para la lucha contra la soledad y el aislamiento.
En los papales todo parece ideal. La implementación de media docena de estas superislas ya genera material para el análisis y para las críticas, que se centran en dos temas: uno es que sacar los autos de estos espacios tiende a obstruir el resto de las calles, el otro es que los alquileres y el valor de la propiedad tienden a subir y a generar procesos de gentrificación.
Lo que por ahora no se duda es que esta hiperproximidad propone nuevos modelos de desarrollo humanos, sociales y económicos que pueden llegar a ser tan entrañables como la vecindad del Chavo. Ahí sí que no había problemas de gentrificación porque primero había que cobrarle la renta a Don Ramón y la historia dice que eso era una misión imposible.
FUENTE: Pablo Montiel – www.lanacion.com.ar