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Cómo será vivir y trabajar en las ciudades adaptadas post-Covid

24 marzo, 2021
in Por el mundo
Cómo será vivir y trabajar en las ciudades adaptadas post-Covid

Éste ha sido el año con la mayor cantidad de cambios urbanos en décadas. Muchas ciudades se volvieron a plantear durante la pandemia, colocando bicisendas o convirtiendo, de la noche a la mañana, plazas de estacionamiento en terrazas de cafetería. Las oficinas se vaciaron y los comercios cerraron, algunos para siempre. Todas las organizaciones del mundo parecen haber realizado un webinar sobre “El futuro de las ciudades”. La ciudad -con 10.000 años de antigüedad- obviamente no va a morir, pero está evolucionando a gran velocidad.

Hay limitaciones para el cambio. La mayor parte de la infraestructura urbana del mañana ya existe, a menudo en los lugares incorrectos. Muchas ciudades carecen de fondos para innovar, pues la pandemia ha arrasado con fuentes de ingresos como los impuestos y las tarifas del subte. Sin embargo, existe un camino claro y realista hacia una ciudad mejor que sea más verde, más barata, más feliz, más sana, más igualitaria y productiva, y menos contaminada y solitaria.

El intercambio básico que se necesita es obvio: las ciudades deben restar espacio a los autos, las oficinas y los comercios para destinarlo a la vivienda accesible, la comunidad y la naturaleza. La ciudad del futuro puede parecerse mucho a la del pasado, sólo más limpia: bicicletas, granjas y trabajo en casa al estilo del siglo XVIII en lugar de coches voladores.

He intentado extraer las mejores ideas para la ciudad post-Covid, centrándome en las megapolis de países ricos, como Londres, Nueva York y París. Las ciudades del mundo en desarrollo tienen problemas diferentes, pero gran parte de lo que sigue se aplica también a ellas.

La oficina

Crece el consenso después de un año de debate: la oficina será más chica, pero no desaparecerá. El propósito de vivir en una ciudad sucia, cara y superpoblada es conocer gente e intercambiar bienes e ideas. Muchas oficinas seguirán siendo centros de intercambio de ideas.

Pero los trabajadores urbanos del conocimiento pueden seguir desempeñándose desde casa la mayor parte del tiempo. La mayoría de ellos quieren hacerlo. En una encuesta realizada a miles de empleados británicos que pasaron a hacer home-office durante el confinamiento, el 88% quiere seguir haciéndolo de alguna manera, según informan Alan Felstead, de la Universidad de Cardiff, y Darja Reuschke, de la Universidad de Southampton. En una investigación de McKinsey, cuatro de cada cinco consultados aseguraron que les gusta trabajar desde casa.

Al desaparecer los desplazamientos diarios -además de la tintorería y los almuerzos en la oficina- los trabajadores ganan tiempo y un aumento de sueldo de facto. Algunos podrían abandonar las grandes ciudades para vivir de forma más barata en otros lugares: puede que hayamos encontrado accidentalmente la fórmula mágica para trasladar los buenos empleos al interior, incluso para sanar la división política entre el campo y la ciudad.

En el futuro, los trabajadores pueden ir a la oficina una o dos veces por semana para reunirse con colegas y clientes. Eso les permitiría a las compañías reducir o cerrar oficinas: las reuniones de equipo semanales podrían realizarse durante un desayuno en una cafetería o en un espacio alquilado. Algunas compañías podrían reunir al personal durante un par de días al mes en una casa de campo o un resort. Eso sería más lindo y más barato que alquilar permanentemente oficinas en el centro.

Así, los trabajadores tendrían lo mejor de ambos mundos: la alquimia de las reuniones presenciales más la flexibilidad para ayudar en la crianza de los hijos o el cuidado del hogar. Las ciudades obtendrían un aire más limpio y reducirían las emisiones de carbono. Las compañías que mantengan todo su espacio de oficinas previo a la pandemia podrían perder ante rivales que hayan dejado de pagar el alquiler y el mantenimiento.

Los distritos comerciales centrales pueden seguir dedicados a las oficinas. A bajar los alquileres, las compañías que antes no podían permitirse esas ubicaciones privilegiadas podrían trasladarse allí. La City of London Corporation aprobó en febrero su tercera nueva torre en menos de un mes. Pero los edificios de oficinas situados en lugares de alto riesgo (como la operación de Ricky Gervais en la serie de televisión The Office) podrían convertirse en viviendas, al igual que las fábricas abandonadas se convirtieron en “lofts” en la década de 1980.

Esta conversión es “totalmente factible”, aunque las viviendas suelen requerir una distribución más densa de los accesorios, como la plomería y las escaleras, afirma Stephen Barrett, socio del estudio de arquitectos Rogers Stirk Harbour. La conversión también es más ecológica que la demolición de edificios antiguos y la construcción de nuevos.

Los perdedores de este cambio serán los propietarios de inmuebles comerciales y sus bancos prestamistas. Los ganadores serán sus antiguos inquilinos corporativos, los ex trabajadores de oficina liberados y el planeta.

Los barrios

Muchos habitantes de la ciudad no pueden trabajar en sus pequeños hogares. Algunos alquilarán espacios flexibles de trabajo cooperativo ubicados sobre las calles comerciales cercanas, a menudo con ayuda de sus empleadores. Los vendedores de sándwiches, limpiadores y personal trainers que antes atendían a los trabajadores del centro tendrán que desplazarse ahora a estos barrios.

El home-office borrará la división del siglo XX entre los barrios residenciales y de oficinas. El sueño de la clase media de la posguerra era tener un auto grande frente a una casa en las afueras. Ahora es una vivienda multifamiliar y buenos restaurantes en barrios que tengan de todo un poco. Pero para fomentar este cambio, las ciudades tienen que deshacerse de las antiguas leyes de zonificación que especifican usos únicos para edificios o barrios enteros.

La madre del urbanismo, Jane Jacobs, autora de Muerte y vida de las grandes ciudades (1961), se habría alegrado. Sostenía que todo barrio necesita usos múltiples, en parte para que pueda funcionar las 24 horas del día. Escribió: “En las calles citadinas exitosas, la gente debe aparecer en diferentes momentos”. Su propia Greenwich Village era el ideal. A cualquier hora había gente: niños jugando, amas de casa comprando, oficinistas almorzando, personas en los bares por la noche.

Todos esos “ojos en la calle” reducen la delincuencia, explicó Jacobs. Los vecindarios de uso múltiple también fomentan la confianza, porque los residentes se conocen entre sí (aunque sólo sea de vista) de cruzarse por la calle, en las cafeterías y los mercados. “La ausencia de esta confianza es un desastre”, dijo, y lo vio en los distritos comerciales y en los suburbios. “Los investigadores que andaban a la caza de los secretos de la estructura social en un aburrido barrio gris de Detroit”, escribió, “llegaron a la inesperada conclusión de que no había estructura social”.

Cuando las personas pasan todo el día en su barrio, en una hora pueden pasar de trabajar a comprar y a cuidar a los niños. Sería una “integración de la vida laboral y familiar” en lugar de un “equilibrio”, según palabras de Mary Daly, presidenta del Banco de la Reserva Federal de San Francisco.

Sería como vivir en un pueblo dentro de una ciudad global, dice Elizabeth Farrelly, autora de “Killing Sydney”. Los lugareños podrían recorrer sus barrios a pie o en bicicleta, reemplazando la contaminación por el ejercicio físico. Sin autos, se podrían convertir más avenidas en calles de juego seguras.

El nuevo eslogan urbano -acuñado por Carlos Moreno, de la Universidad de la Sorbona de París- es “la ciudad de los 15 minutos”, donde toda la vida está al alcance de la mano y los espacios se utilizan todo el tiempo. Por ejemplo, París y Nueva York abren cada vez más los patios de las escuelas cuando éstas están cerradas. Muchos espacios se volverán adaptables: oficina durante el día y club juvenil a la noche.

Movilidad

Los habitantes de las ciudades estamos tan acostumbrados a los coches estacionados que rara vez nos damos cuenta de cuánto espacio ocupan. Un lugar de estacionamiento (por el que los conductores pagan menos de su valor real, y a veces nada) se dedica a activos que se deprecian y que permanecen inactivos alrededor del 98% del tiempo, señala Ross Douglas, organizador de la Cumbre de Movilidad Urbana.

Sin embargo, ese lugar tiene innumerables usos alternativos. Las ciudades podrían convertirlo en un espacio para estacionar varias bicicletas o patinetas eléctricas. Se podría convertir en un lugar para una mesa de ping-pong, una huerta, una cafetería o un microparque al que los niños podrían acudir, sin necesidad de cruzar la calle. Entonces la gente utilizaría el espacio para el objetivo principal de las ciudades: conocer a otras personas.

El auto eléctrico no es el futuro de las ciudades densas, dice Douglas. Califica a las bicicletas eléctricas como una “solución increíblemente práctica, completamente infravalorada”. Las bicicletas eléctricas se vendieron cinco veces más que los coches en Europa en 2019, y luego se volvieron inmensamente populares durante la pandemia.

Una bici eléctrica decente cuesta alrededor de 700 libras, o aproximadamente el precio de cinco semanas de propiedad de un coche en el Reino Unido, según lo calcula LeasePlan Corporation. A una cómoda velocidad de 15 millas por hora (24 kph), puede ir desde muchos suburbios de Londres hasta el West End en menos de 30 minutos. Una bicicleta eléctrica de carga también puede llevar a un niño o dos y 25 kg de carga. Convenientemente, las calles de la ciudad anteriores al siglo XX se construyeron para una criatura del tamaño aproximado de una bicicleta: el caballo.

París está ejecutando actualmente un proyecto de 42.000 millones de euros para construir nuevas líneas de subte y 68 estaciones en los suburbios. Quizás por un tercio de ese precio, podría darles una bicicleta eléctrica a los 12 millones de habitantes de su área metropolitana y prestarle una gratis a cada turista.

El reciente aumento en las entregas urbanas dio origen a una plaga de camiones estacionados ilegalmente en doble fila. Los usuarios de los camiones (a menudo Amazon) rara vez pagan por el espacio vial que utilizan. Una vez que la mayoría de los autos sean expulsados, las ciudades podrían alquilar sus lugares de estacionamiento restantes a los vehículos de reparto, incluyendo cada vez más bicicletas de carga.

Comercios

Incluso antes de la pandemia, las ciudades tenían demasiados locales comerciales, una reliquia de la era anterior al Internet. Muchos están desapareciendo, especialmente las grandes tiendas y los comercios insulsos de las áreas suburbanas. Las tiendas que sobrevivan pueden convertirse en showrooms y mini-depósitos, el propósito de los vendedores sea adquirir clientes a largo plazo (y sus datos), en lugar de realizar ventas inmediatas, afirma Michael Ross, de la consultoría de comercio minorista DynamicAction.

Los comercios en lugares prestigiosos como Oxford Street de Londres podrían alquilarse a corto plazo a casas de venta minorista que lancen nuevas colecciones.

La desaparición del comercio minorista perjudicará a los propietarios, a las municipalidades (cuyos ingresos fiscales se verán muy afectados) y a los vendedores (quienes podrían seguir el camino de los mineros del carbón). Los ganadores serán los residentes que puedan mudarse a las antiguas tiendas. Los moribundos centros comerciales podrían convertirse en viviendas para personas mayores con áreas de comidas mejoradas. Los restaurantes y bares – lugares de encuentro por excelencia – tienen un futuro urbano brillante.

Viviendas

Las grandes ciudades occidentales se han convertido en fortalezas de los ricos. El libro de Thomas Dyja, “New York, New York, New York” ofrece este resumen de su historia reciente: “Cuarenta años que favorecieron la riqueza y los negocios”. Incluso durante el empobrecimiento masivo del año pasado, los precios de las viviendas en 20 metrópolis estadounidenses subieron un 10%. Nueva York, a pesar de todo lo que se dice sobre su supuesto abandono, alcanzó exactamente ese promedio.

Muchos de los londinenses y neoyorquinos más pobres gastan la mayor parte de sus ingresos en vivienda. Otras personas están excluidas de las grandes ciudades y sus intercambios de ideas. A medida que las oficinas y las tiendas se conviertan en viviendas, los precios deberían bajar. Los perdedores serán los propietarios adinerados, en su mayoría mayores.

La casa en sí va a cambiar. En la medida de lo posible, incluirá una oficina construida a medida o un espacio de trabajo cooperativo común. Puede recibir calefacción ecológica de fuentes como el sistema de alcantarillado, como en Oslo. Tendrá su propio buzón para paquetes incorporado, o compartirá uno común.

Para combatir Covid-19 (que probablemente se volverá endémico, aunque menos letal), la gripe y los resfriados comunes, la nueva casa podría contar con un dispensador de desinfectante decorativo junto a la puerta principal. Los balcones y los espacios al aire libre serán elementos esenciales no negociables, dice el arquitecto David Adjaye.

Jardines

En parte para hacer más felices a los ciudadanos, en parte para combatir las olas de calor más frecuentes, las ciudades están adquiriendo jardines. Barcelona está animando a los residentes a crear jardines comunitarios en las azoteas, dice Jill Litt, de la Universidad de Colorado y del Instituto de Salud Global de Barcelona.

De un golpe, un espacio no utilizado puede fomentar la comunidad y la salud, reducir la soledad, producir alimentos, dar sombra y ahorrar en aire acondicionado. Denver tiene más de 180 jardines comunitarios. Pero su creación no puede ordenarse desde arriba, dice Litt. La población local debe participar, con un compromiso que dure muchos años.

Los espacios verdes pueden adoptar muchas formas diferentes. Las paredes de las casas pueden estar cubiertas de plantas. Las granjas urbanas proliferan en Filadelfia y Detroit. París está planificando “bosques urbanos” en lugares de piedra u hormigón, como la explanada de su ayuntamiento. Pero incluso un solo árbol en flor en la calle puede darles alegría a los residentes, dice Litt.

FUENTE: Simón Kuper – www.cronista.com

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