Nos vemos obligados a no continuar al frente de La Flor de Barracas . La extensa cuarentena terminó de asfixiar nuestra actividad que ya venía herida y era sostenida a costa de un gran esfuerzo familiar”. Con estas palabras comunica Carlos Cantini , quien estuvo a cargo del establecimiento, la decisión de cerrar el bodegón notable, ícono del sur de la Ciudad de Buenos Aires, ubicado en la “esquina mistonga” de Arcamendia y Av. Suárez . Abierto en 1906 (sí, hace 114 años ), el histórico bar no pudo hallar la salida en el contexto de aislamiento que tiene en jaque a los establecimientos gastronómicos.
” La decisión de cerrar nos excedió . En este caso la gastronomía era persona de riesgo. Los respiradores del Estado, no alcanzan para todos”, afirma Cantini, que junto a cuatro miembros de su familia sostuvieron una propuesta original que revalorizó un esquina oscura y olvidada.
El bodegón cerró sus puertas el 20 de marzo como consecuencia de las medidas preventivas por el coronavirus. ” Tantos días sin facturar son insostenibles en cualquier presupuesto. Las ventas por delivery o take away tienen mucho que ver con la ubicación de los locales -dice Cantini-. Solo aportan un 10% de la facturación mensual. Y el costo de las apps de entrega recortan muchas de las ganancias de una venta”, completa.
El entorno no es el ideal: enfrente, la Escuela Normal 5, está cerrada. También los galpones de la zona, el Centro de Participación y Gestión N° 4 y los comercios.
“Una AFIP que sostuvo un rigor nórdico para contribuyentes de un país descarrilado en su desarrollo y que nos generó multas sin que jamás aceptaran explicaciones, justificaciones ni argumentos sólidos y veraces de defensa fue roja directa”, sentencia Cantini.
El bodegón daba trabajo a siete personas . Estar cerrado desde mediados de marzo sin posibilidad de generar ingresos fue crucial. Lo que sí pudo lograr es que el Estado Nacional se hiciera cargo del 50% de los salarios de abril. “Los servicios, por otro lado, lo único que hicieron fue postergar pagos y suspender cortes”, afirma. “Afortunadamente, la propietaria del local fue piadosa y no nos cobró alquiler desde que se decretó la cuarentena”, confiesa Carlos.
La Flor de Barracas, dos años atrás 02:14
Desde hacía 114 años La Flor de Barracas era el punto de encuentro de trabajadores, bohemios, vecinos, docentes y alumnos del barrio. La familia Cantini hacía cinco años se había hecho cargo de una profunda tradición barrial. Recibieron premios de prestigiosas aplicaciones gastronómicas. “Creamos platos que se convirtieron en los más pedidos con denominaciones que activaron repertorios locales como ‘La Puñalada’ (Bondiola con papas rústicas, morrones, panceta crocante, a caballo) o también los ‘Sueglios’ recordando al pueblo italiano de nuestros antepasados justamente en un sitio que nació bajo el nombre de Fonda Génova”, refiere Cantini.
Los clientes podían disfrutar de leer libros sin costo en la Librería Impopular Roberto Fontanarrosa, a un costado del mostrador. Colaboraban con el Hospital del Niño, el Hospital Borda, en el salón se hacía el Ciclo de Cine Etnográfico a cargo de docentes e investigadores de la UBA y CONICET, también prestó su espacio para la Milonga por la Integración (tango para personas con discapacidad). “Ofrecimos nuestros salones sin costo a cuanta propuesta emprendedora barrial se nos acercase”, sostiene.
Impotencia y tristeza
“Desde los cinco años transito esa esquina y conozco La Flor de Barracas, siento mucha tristeza e impotencia”, afirma Graciela Puccia, de 72 años, vecina, exdocente de la Escuela Normal 5 y vicepresidenta de la Junta Histórica de Barracas, aunque el título que más prefiera sea el de “Madrina” de La Flor.
“Era un final anunciado”, confiesa. “Las mesas del bar fueron testigos de todas mis alegrías y de mis tristezas, de los chicos que me gustaban, de las amistades, toda la vida la tengo ahí”, finaliza.
La relación con la escuela también fue muy fuerte. “Pudimos comprobar cómo una escuela y un bar pueden establecer un vínculo pedagógico. Construir cultura, saberes”, afirma Graciela Estévez Scansani, de 55 años, vecina y docente de Historia. Daba un taller de patrimonio en el mismo bodegón, con sus alumnos. “Siempre teníamos el espacio abierto, es una gran pérdida para la cultura de la ciudad”, resume.
“No se nos permitió formar un colchón de reserva (ni una mantita en el piso). Todas estas extensas semanas sin ingresos, y la dura proyección, son el soplido final que echa por tierra a cualquier cuerpo, por robusto que sea, que ha sufrido una paliza en una contienda desigual”, sintetiza Cantini.
FUENTE: Leandro Vesco – www.lanacion.com.ar