Se estima que en Buenos Aires llegaron a existir 40 cementerios o enterratorios, como se los llamaba en otras épocas. Muchos de ellos estaban ubicados junto a las iglesias. E incluso en el interior: cuanto más importantes o adinerados eran los difuntos, más cerca se encontraban de los altares. Hoy, algunos de aquellos cementerios se ocultan debajo de plazas.
En muy poco tiempo, Buenos Aires dejó de ser una aldea para transformarse en una urbe y eso cambió la configuración de estos lugares, muchas veces ubicados en pueblos que se fueron convirtiendo en barrios de la Ciudad.
Pero sobre todo la llegada de dos epidemias puso en jaque un sistema de saneamiento endeble y obligó a replantear la manera de enterrar a los muertos. Primero fue la de cólera, entre 1867 y 1868; luego la de fiebre amarilla que comenzó en 1871.
La epidemia de fiebre amarilla provocó la muerte de 14.000 personas. En aquel entonces, el número de fallecimientos diarios no llegaba a 20, sin embargo hubo días en los que murieron más de 500 personas; la mayoría inmigrantes. Las familias pudientes dejaron el sur de la Ciudad, en donde se concentró el foco, para mudarse al norte. Mientras tanto, el cólera mató a 1.300 personas.
Estas circunstancias, entre otras, llevaron a que las diferentes administraciones reorganizaran los camposantos en territorio porteño. Las familias fueron convocadas para trasladar los restos de sus seres queridos. Y poco a poco, los cementerios originales fueron desapareciendo para concentrarse en tres grandes, que son los que funcionan actualmente en la Ciudad: Flores, Recoleta y Chacarita.
De aquellos pequeños cementerios antiguos, siete se encuentran ubicados en lo que hoy son espacios verdes, parques y plazas. Y hay un octavo enterratorio que desde hace años es un terreno baldío de forma triangular. Se encuentra ubicado en un cruce de cinco esquinas, en el límite entre los barrios de Belgrano y Coghlan.
Dónde se ocultan los antiguos cementerios de la Ciudad
El historiador e investigador de costumbres funerarias Hernán Vizzari, declarado personalidad destacada por la Legislatura porteña, guía a Clarín en este recorrido por los espacios verdes que esconden restos de lápidas debajo de sus juegos y mobiliario urbano.
Uno de ellos es el Parque Florentino Ameghino, en Parque Patricios. Allí estaba el Cementerio del Sud, que fue inaugurado en 1867 para dar sepultura a los muertos por la epidemia de cólera. En este lugar también fueron enterrados los primeros fallecidos por fiebre amarilla.
Hoy todos los caminos y los senderos conducen a un monumento ubicado en el corazón de este parque. Es el que rinde homenaje a las personas que lo dieron todo por socorrer a las víctimas de estas epidemias. Fue creado por el artista plástico Juan Manuel Ferrari, también autor del grupo escultórico Ejército de los Andes, en el Cerro de la Gloria, en Mendoza.
En una de sus caras, el monumento tiene la reproducción de la famosa pintura de Juan Manuel Blanes, que representa a la epidemia de fiebre amarilla; se ve un bebé al lado de su madre yaciente y autoridades que ingresan a la casa. Aún en 1940, cuando se realizaron remodelaciones en la plaza, se encontraron ataúdes y huesos humanos.
El Parque Los Andes, en Chacarita, uno de los más grandes de la Ciudad, albergó el cementerio original, que hoy se encuentra a pocos metros. Fue construido cuando, desde los límites con Brasil, comenzaban a llegar las primeras noticias sobre la existencia de la fiebre amarilla.
Hacia este nuevo emplazamiento se comenzaron a derivar las defunciones que ya no podía contener el Cementerio del Sud, el de Parque Patricios.
Aunque este primer emplazamiento de Chacarita debió ser desafectado en 1875, fue recién en 1886 que quedó definitivamente clausurado.
Un desprendimiento del Parque Los Andes es la Plaza Elcano. Aquí sucedió una disputa territorial que Vizzari describe así: “La plaza es relativamente nueva, se inauguró en 2016 sobre terrenos anexos al cementerio. De hecho, esa franja de tierra se llamaba Anexo 22. Era un sector de sepulturas que funcionó durante 80 años, casi hasta 2011”, cuenta.
“El Gobierno porteño transformó ese espacio en una plaza sin haber hecho nunca un estudio ambiental y sin informar qué ocurrió con esas sepulturas. No sabemos si se hicieron las exhumaciones que corresponden. La Legislatura porteña pidió un informe pero nunca se presentó”, dice Vizzari.
En Barrancas de Belgrano hubo un camposanto con una historia muy curiosa y que da cuenta de cómo era la Buenos Aires del siglo XIX. Como siempre indica el arqueólogo urbano Daniel Schávelzon, la ribera de Buenos Aires que conocemos en la actualidad está totalmente modificada, debido a los rellenos que se han hecho a lo largo de todos estos años.
“En las Barrancas había una construcción de 1726, un oratorio que había sido bautizado Capilla de la Calera. Sucede que los franciscanos pulían rocas y conchillas que encontraban en las cercanías, debido a que el Río de la Plata llegaba hasta las barrancas. Con este material, construyeron la capilla. En 1834, por pedido vecinal, esa capilla dejó de funcionar como tal. Y un par de años después, un aviso publicado en el diario La Razón dio cuenta de la existencia de un cementerio en sus inmediaciones”, detalla Vizzari.
Entre 1875 y 1898, en la plaza Marcos Sastre, en lo que hoy es Villa Urquiza funcionó el antiguo cementerio del pueblo de Belgrano, en cuya creación intervino Juan Antonio Buschiazzo. Este arquitecto vivió en esta zona, que estaba considerada como las afueras de la Ciudad. Él tuvo mucho que ver con varias de las obras más importantes de lo que fue el Municipio de Belgrano. Por ejemplo, la construcción de la Casa Municipal, hoy Museo Histórico Sarmiento.
Justamente en este museo, recientemente, se descubrió que las baldosas de mármol que recorren todo el perímetro del edificio están hechas con lápidas. En una reparación de rutina, los trabajadores del museo realizaron el hallazgo y ahora se encuentran haciendo tareas de conservación e investigación. Se estima que las baldosas pueden provenir de las lápidas de estos antiguos cementerios de Belgrano, que quedaron clausurados. Y se cree que pertenecen a familias que por diferentes motivos no trasladaron los restos de sus seres queridos cuando esos cementerios fueron clausurados.
La plaza Marcos Sastre, donde estaba uno de esos enterratorios, ocupa la mitad de una manzana entre Miller, Monroe y Valdenegro. En la otra mitad hay viviendas, con mayoría de casas bajas y algunos edificios entre medianeras. ¿Sabrán estos vecinos que allí hubo un cementerio?
“Tenía un ingreso muy importante, con pilares gruesos y una puerta de hierro sólida; se accedía a un sendero principal, con un cañón de árboles muy frondosos. A los costados de ese acceso estaban las bóvedas de las familias más importantes de la zona, como los Agrelo, Saravia, Lambruschini, entre otros. También se encontraban los restos del escritor Marcos Sastre, vecino del barrio. Falleció en 1887 pero luego sus restos fueron trasladados al cementerio de la Recoleta”, explicó Vizzari.
El crecimiento de la población obligó a relocalizar las sepulturas. La mayoría fueron derivadas a Chacarita, que recién se inauguraba. Sólo los restos de Sastre fueron a Recoleta.
Pero el primer cementerio de Belgrano estaba en inmediaciones de las actuales cinco esquinas conformadas por Monroe, Balbín y Zapiola, en el límite con Coghlan. Fue inaugurado el 21 de enero de 1860 y funcionó hasta 1875, cuando comenzó a recibir difuntos el de Monroe y Miller.
En el lugar actualmente hay un pequeño terreno triangular. Baldío desde hace años, hay muchos mitos sobre esta esquina de la Ciudad: hay vecinos que cuentan que siempre estuvo abandonado y que tiene una maldición. Otros dicen que allí hubo una casa baja, habitada por una familia que luego nunca más nadie vio.
Hoy el lugar está tapiado. Las imágenes satelitales permiten ver que no hay nada detrás de los paneles publicitarios. Solo el Google Maps indica que allí existió un cementerio.
Los cementerios céntricos
En los actuales barrios de Monserrat y Balvanera hubo otros dos cementerios. Uno estaba en donde hoy se encuentra la plaza Roberto Arlt, ubicada entre medianeras en Rivadavia y Esmeralda, y el otro en la plaza Primero de Mayo.
En el de la Plaza Roberto Arlt se hizo un descubrimiento relevante hace 20 años. Se hallaron restos óseos de al menos 6 personas, lo que permitió confirmar que allí funcionó el único cementerio para pobres y ajusticiados de la época colonial. Las excavaciones arqueológicas ya habían revelado la existencia de construcciones centenarias y fragmentos de vajilla.
En los tiempos de la colonia, la Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo y su iglesia, San Miguel Arcángel, rompieron con una arraigada costumbre de la época: las órdenes religiosas cobraban por dar sepultura a los muertos. Pero la Hermandad abrió un cementerio para pobres, esclavos y ejecutados. Este enterratorio funcionó desde 1738 y casi hasta la Revolución de Mayo, según algunas investigaciones.
Más adelante, ya entrado el siglo XIX, fue necesario un cementerio para la población extranjera que no profesaba la religión católica. Y en 1833, fue inaugurado el El Cementerio de Disidentes Victoria, ubicado en donde hoy se está la Plaza Primero de Mayo, entre Hipólito Yrigoyen, Pasco y Alsina. Funcionó hasta 1923, principalmente para recibir a los difuntos de las comunidades inglesa, norteamericana y alemana. También allí, desde 1870, fueron enterrados los primeros judíos que vivieron en Buenos Aires.
Aunque nunca fue confirmado, se dice que en este solar descansan los restos de Elizabeth Chitty de Brown, la esposa del almirante Guillermo Brown. Cuando lo cerraron, los restos fueron trasladados a Chacarita, donde aún hoy es posible ver algunas lápidas provenientes de aquel cementerio de disidentes.
FUENTE: Silvia Gómez – www.clarin.com