Palermo, un barrio que se gesta de ideas urbanísticas de una clase política que, a fines del siglo XIX, encontraba la motivación en el liberalismo, el desarrollo científico y la tarea modernizadora.
Sus primeros asentados traían consigo un apellido patricio que portaba peso a su identidad. En estas tierras, un solar de fachada italianizante remataba una esquina, cercana a los bosques, las quintas y chacras de por entonces.
Una familia de origen vasco continuaría la historia. Los Carabassa habrían llegado de España a mediados del siglo XIX. José de Carabassa Rogier (1831-1895), hacedor de una gran fortuna, había nacido en Portugal, en el seno de una familia diplomática. Luego de la muerte de su padre en Londres, José se trasladó a Buenos Aires, abreviando su nombre a José de Carabassa.
Aquí fundó el Banco de Carabassa en 1860 ubicándolo en la escena financiera como uno de los banqueros más destacados de la época, tanto en Argentina como en Inglaterra y España cuyo gobierno le confirió la condecoración de la Gran Cruz de Isabel La Católica. Cuentan que se desempeñó activamente por aquellos años, impulsando industrias y promoviendo la comercialización en nuestro país. Paris lo conocía como el “papier rouge” debido a que las letras del Banco Carabassa estaban impresas en caracteres rojos.
En el año 1858 se casó con la tucumana Felisa Ocampo y Silva (1839-1914) con quien tuvo cinco hijos, José Alberto, Bernabé, Luisa, Enrique y Adela.
Encolumnada en las filas de mujeres de beneficencia y religiosidad, su esposa Felisa Ocampo de Carabassa dedicó su tiempo y gran parte de su fortuna a obras de caridad. Fundó los llamados “asilos para viudas vergonzantes” destinados a dar alojamiento a mujeres solas y sus hijos desprotegidos.
El primogénito del matrimonio Carabassa, José Alberto de Carabassa Ocampo (1859-1928) y su esposa Julia del Carril Lagos, compraron un petit hotel en Lafinur y Juan María Gutiérrez, por entonces residencia de Doña Antonia de Lammardo en Palermo.
El ingreso estaba dispuesto por la esquina a través de un hall de marco circular. La casa de planta baja y dos pisos ha sufrido varias modificaciones desde su génesis, citándose el año 1916 como la fecha en que se gesta un replanteo arquitectónico, realizándose intervenciones menores como ser la escalera que abre al patio posterior.
Los Carabassa decidieron reformarla en 1926 y para la faena contrataron al arquitecto argentino Estanislao Pirovano (1890-1963) quien era uno de los referentes de la corriente de restauración nacionalista de aquellos años. La premisa, darle su toque neocolonial de principios de siglo.
Pirovano introdujo todo el arreglo posterior construyendo y modificando una superficie edificada de 2123 m2 que comprenden parte de la planta baja y dos pisos de alto, conformados por prismas rectangulares en dos niveles de altura, diferenciando la zona de los accesos vehiculares y peatonales. Remataba la residencia una significativa torre de planta cuadrada con cuatro niveles y techo de tejas coloniales, de línea hispanizante. También se agregó un nuevo cuerpo de acceso sobre Lafinur. Por la parte trasera, la casa contaba con un patio abierto a la calle Gutiérrez.
Claramente, hoy la residencia presenta aditamentos arequipeños platerescos, con una elaborada herrería en las puertas de acceso y ventanas, tanto exteriores como interiores, de pesada fabricación española.
Sin duda, la casa guarda elementos simbólicos que hacen a la historia de sus dueños y que el arquitecto Pirovano utilizó para la ornamentación. Esto puede observarse en los escudos heráldicos de la familia que permanecen en los vitreaux de la casa Carabassa. En su diseño aparece un faro y una torre donde los personajes se entremezclan relacionados con la navegación como Colón, Magallanes, Vasco de Gama, elementos que muestran su origen vasco, relacionado con los mares.
Las ménsulas escultóricas con figuras fantásticas enriquecen la fachada. Sobre el lado izquierdo, la entrada permitía el descenso hacia el ingreso principal.
Adentro, la recepción de piso damero se abría a una imponente escalera en mármol donde colgaban rojos gobelinos con los escudos reales españoles. La planta baja era el lugar ocupado por el numeroso personal de servicio que allí trabajaba. Una cocina de generosas dimensiones contaba con armarios y muebles de guardado celosamente etiquetados por las hermanas de la orden, que se ocupaban de administrar los insumos en tiempos en que funcionaba el hogar.
En el primer piso de la casona se realizaban los bailes con orquestas en vivo. Cuentan que en 1924 el príncipe Humberto II de Saboya realizó una visita en el marco de las relaciones sociales que los emparentaba, ya que la familia tenía título de nobleza. La casa contaba con ascensor, algo poco usual para aquel momento, tratándose de una vivienda unifamiliar.
El estar, presidido por un esplendoroso hogar a leña, estaba amueblado con sillones tapizados en terciopelo de Génova. Sobre el lado izquierdo, el salón comedor adornado con importantes obras de arte, dos monumentales arañas de cristal de Venecia iluminaban el recinto. Junto a él se abría el llamado salón árabe dispuesto para el descanso, con un diván y dos sillones, el techo en color azul zafiro iluminado con pequeñas luces blancas simulaban la noche turca.
La habitación del matrimonio se encontraba a la izquierda del patio Andaluz y se comunicaba con un baño de importantes dimensiones para la época.
Me detengo en el patio interno, un recinto andaluz cuenta con la imagen de la Virgen de Covadonga. Se trata de un luminoso espacio azulejado que permanece en perfectas condiciones y nos transporta al momento en que la casa fue habitada por el matrimonio. Una capilla con un bello altar encabezado por la imagen de la Virgen de Luján oficiaba las ceremonias religiosas y en el segundo piso se disponían el resto de las habitaciones.
Para 1941 Julia del Carril de Carabassa, viuda de José Alberto decide vender la casa para instalarse junto con su familia en el sur de Francia.
A partir de este momento tuvo varios destinos. La residencia fue vendida a Luis Goetz y su esposa Flora Igersheimer. Los nuevos dueños decidieron alquilarla al “Patronato Nacional de Ciegos Manuel Belgrano” y su destino era alojar a niños a partir de seis años. El hogar estaba regido por monjas suizo-alemanas quienes impartieron la tarea educativa.
Cuentan que el matrimonio Goetz frecuentaba el hogar y promovía el estudio de la música entre los pequeños que allí se alojaban. Algunos aprendieron a tocar el piano, el clarinete o la flauta. Para 1942, el gobierno construyó un complejo para no videntes en Villa Zagala donde fueron trasladados tiempo después.
Aquí se inicia un recorte de la historia. Es cuando la casa se vacía, permaneciendo abandonada por un tiempo, hasta septiembre de 1948 cuando la familia Goetz vende la propiedad a la Fundación Eva Perón. Funcionó allí el Hogar de Transito N°2 para dar asistencia y contención a ciudadanos en situación de vulnerabilidad, brindándoles asistencia espiritual, material y moral.
Actualmente y desde 2002, la casa es la sede del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas, “Museo Evita”, biblioteca y restaurante.
El edificio es Monumento Histórico Nacional y continúa siendo una dependencia estatal de la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación.
Desde sus cimientos, la Casa Carabassa pareciera estar ligada a recomponer el tejido social, congregando al encuentro colectivo y al servicio. Una casa patrimonial que carga un peso histórico de relevancia, interpelando al visitante a restaurar ese montón de espejos rotos para ver, al fin, reparar nuestra historia.
FUENTE: Silvina Gerard – www.parati.com.ar