El arquitecto Alejandro Csome es más conocido por su alterego de redes sociales, “Bauhasaurus”, guiño a la célebre escuela de diseño y arquitectura alemana que ofrece una pista sobre su foco de interés: acercar esos temas de una forma amena tanto a colegas que quieran despabilar la rigidez académica como al público general. Lo siguen más de 300 mil personas entre Twitter, Instagram, Youtube y Twitch.
En su consultorio abierto responde dudas que van desde cómo transitar la carrera e insertarse en el mundo laboral hasta cómo erradicar la humedad de un ambiente, en “Arquitectura o muerte” discute temas de la profesión que incluyen la vivienda social a través de la historia o críticas de proyectos urbanísticos, mientras que en sus emisiones especiales entrevista a colegas y decanos de universidades. El ejercicio retroalimenta su práctica en el estudio Mestiza, que fundó junto a Sergio Angulo, Diego Heb y Guadalupe Orellano; y otras actividades como caminatas urbanas, charlas y viajes (en breve recorrerá San Pablo, Brasil, enseñando arquitectura a un contingente variado al que se sumó hasta el mediático abogado Carlos Maslatón).
¿Cómo arranca “Bauhasaurus”?
Ejercité temprano la dinámica de intercambio en internet, cómo crear comunidad y conectar con otras personas de forma remota. Fundé con amigos un emprendimiento de producción de podcasts, y en paralelo me fui formando como arquitecto. En un momento me sentí trabado con la carrera y con la práctica profesional, y me propuse unir las cosas que más me gustaban: comunicación y arquitectura.
No soy performático, no hago un personaje de mí mismo. Empecé a escribir sobre lo que yo quería haciendo memes, porque era el lenguaje de mi generación; hacía chistes sacando a la profesión de ese lugar esnob de: “Si no salgo en tal medio, si no hablo de tal forma, la Academia no me valida”. Eso nos hace mal, porque terminamos hablando entre nosotros: los temas no se oxigenan y no damos debates públicos importantes cuando tendríamos que hacerlo. Al streaming llegué por evolución del proyecto, cuando me quedaba corto escribir. Pero trato de que tenga la forma que yo quiero, sin hacer concesiones como bailar un trend de TikTok, porque no soy yo.
¿Cómo describirías el tono del canal?
Yo, además de decir: “qué bueno lo que hace este colega”, quisiera que mi mamá viera una casa y dijera: “Está buenísima”. El espacio académico tiene que ser nutrido, conservado, respetado, pero este otro lugar necesita seguir creciendo. Busco dejar de hablar difícil; buscar a quienes les interesa lo doméstico e interpelarlos desde otro lugar. Por eso hablo de relaciones entre la arquitectura y la música, entre la arquitectura y el arte, entre la arquitectura y las ciudades, y también con colegas, con quienes buscamos entender lo que hacemos y nuestro objetivo como profesionales.
Hablás mucho de la importancia de buscar una identidad argentina. ¿Qué problemas o cuestiones ves relacionadas a esto?
Una problemática que excede a la profesión es la “soberanía cognitiva”. Yo tengo que tener un acervo de consumo, de cultura, de historia, de tradiciones, de costumbres, en común con los que tengo cerca y, necesariamente, lo argentino tiene que comprender diferencias de todo tipo. En ese sentido, no es lo mismo pensar la arquitectura de Italia o de Alemania que la argentina. Hubo muchas ramas en el país: el Casablanquismo, la arquitectura litoraleña, la del sur, la arquitectura rioplatense o la de la pampa húmeda. Tenemos dinámicas mediterráneas, católicas, más para ese lado de Europa, distintas a las protestantes norteamericanas. Entender todo ese ecosistema de variables debería tener un núcleo en lo argentino.
¿Qué elementos de la arquitectura argentina reivindicás?
Lo primero, nuestra relación con el clima. En Argentina, no tenemos una condición climática única, entonces mirar el clima nos obliga a adaptarnos. Otro tema que me parece valioso es la preferencia por los materiales nobles en lugar de aquellos que sean “tendencia”. Un piso de granito o de escalla de mármol, de los que había en las casas nuestros abuelos, es eterno; son pisos que se pueden pulir por siete generaciones. Argentina fue, es y será refugio de mucha gente que viene a ser absorbida por esta cultura, en la que aquello que uno trae se integra y pasa a ser parte de lo común.
FUENTE: Paula Alvarado – www.lanacion.com.ar