Playa Serena, zona sur de Mar del Plata, a dos kilómetros y medio del faro de Punta Mogotes. Es una noche de verano de los años ’50. En la planta alta del Parador Ariston, una construcción con forma de trébol de cuatro hojas y fachada de vidrio, la gente baila con la música de Paul Anka. Lo que abunda es el glamour y el clima festivo, como si la escena fuera en una boite de las europeas Saint Tropez o Montecarlo. De delantal blanco y botones plateados, los mozos sirven tragos en las mesas que se ubican junto a las ventanas: desde allí puede verse la luna reflejando sobre el mar. Romántico por donde se lo mire, el momento más esperado llega con el clásico del cantante canadiense, Apoya tu cabeza sobre mi hombro.
Con los años, el Ariston, una pieza única de la arquitectura, un emblema del movimiento moderno, cambió de rubro varias veces: pasó de ser restaurante y boite a discoteca, y de discoteca a cantobar, y de cantobar a parrilla, y de parrilla a… Así, cada vez que se alteraba el plano original para las diferentes refacciones, se fue deteriorando. Y desde 1993, cuando cerró definitivamente, o al menos hasta ahora, quedó en estado de abandono. O peor: después de haber sufrido una serie de vandalizaciones, incluidos dos incendios, parece que le hubieran puesto una bomba.
Afortunadamente, y aunque a esta altura ya parezca algo irrealizable, un grupo de vecinos se propuso devolverle su fisonomía original y su brillo. Andrea Germinario, de 33 años, es una de las más involucradas en la causa. ¿Por qué lo hace? ¿Cuál es su vínculo emocional con el parador? ¿Qué la lleva a dedicarle buena parte de sus esfuerzos a la restauración de un monumento que para otros no es más que una triste combinación de paredes descascaradas y maderas rancias?
“Como hay personas que son fanáticas de una banda de rock, yo soy fanática de la arquitectura”, se define Andrea, que se recibió de licenciada en Arte, “a distancia”, en la Universidad Nacional del Litoral. Y agrega con entusiasmo: “El Ariston es la única construcción de la escuela Bauhaus en Latinoamérica. Sí, una joya, definitivamente. Por eso insistimos para que el Estado compre el terreno y la propiedad y se inicie un proceso de restauración como corresponde. Y que después se transforme en un museo o centro cultural abierto a la comunidad”.
Andrea, que vive con sus dos gatos, Negro y Chiquita, trabaja en el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata, el MAR. Allí coordina la producción de exposiciones. Con la agenda cargada, también da clases de Historia del arte en un instituto terciario donde se estudia locución. Y, además, es profesora de yoga. Sus ratos libres los dedica a su desvelo: que el Parador Ariston vuelva a lucir como en sus mejores años. Como parte de esa cruzada, y siempre ad honorem, se reúne con vecinos, instituciones, funcionarios municipales… En fin, sigue de cerca el estado de situación. “Y difundo el tema”, señala.
-¿En qué momento empezaste a involucrarte con este proyecto?
-En 2015 yo estudiaba la carrera de Gestión Cultural en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Y para un trabajo práctico nos pidieron que analizáramos una “arquitectura singular”. Entonces, como el Ariston siempre me había llamado la atención, desde que iba a pasear por esa zona junto a mi familia, escribí sobre este parador, lo subí a Internet en una plataforma académica y tuvo una repercusión impresionante. Me empezaron a llamar investigadores de todo el mundo… Ahí comprendí la importancia que tenía el lugar.
Para su trabajo práctico, que escribió junto a Paula Scavuzzo y se tituló Análisis y reflexiones en torno a una arquitectura singular, Andrea consiguió ingresar al parador “de manera ilegal”. Una tarde fría y lluviosa de agosto entró a sacar fotos con un amigo, admirador de la arquitectura como ella, y a reconstruir algo de lo que se vivía en esos metros cuadrados. “Cuando estábamos cerca de uno de los accesos, aparecieron dos chicos y nos dijeron: ‘si quieren, les enseñamos cómo entrar’. Y nos enseñaron…”, relata Germinario, dispuesta a correr el riesgo con tal de concretar sus deseos, orgullosa de su aventura.
-¿Qué encontraron en el parador?
-Fue increíble ver la estructura original, caminar por ahí, imaginar cómo había funcionado en sus años de esplendor. Pero no había nada, salvo grafitis y restos de mampostería.
El origen
En 1947, durante el primer gobierno peronista y con la sanción de la ley de propiedad horizontal, comenzó el loteo de la zona de Playa Serena, que incluía los barrios Alfar, San Jacinto, San Patricio, San Carlos, Costa Azul y Acantilados. Justamente, para promocionar la venta de terrenos en ese sector, la Facultad de Arquitectura de la UBA encargó la construcción del parador a metros de la Ruta 11.
El diseño lo asumió el arquitecto húngaro Marcel Breuer, que había viajado a la Argentina para dar un seminario en la Facultad de Arquitectura y terminó pensando el parador junto con los argentinos Carlos Coire, entonces decano de la misma Facultad, y su socio, Eduardo Catalano, que años más tarde construiría la Casa Catalano en Raleigh, Carolina del Norte, Estados Unidos, y le donaría a Buenos Aires la flor metálica Floralis Genérica.
“Con Breuer y Catalano almorzábamos todos los días en un restaurante de Carlos Pellegrini al 600”, contó Coire. “Habíamos recibido con Catalano el encargo de una obra, mientras comíamos no podíamos evitar hablar de eso, y Breuer se quedaba fuera de la conversación. En eso nos miramos con Catalano y nos dimos cuenta de que pensábamos lo mismo: ‘¿y si lo invitamos a Breuer a trabajar con nosotros en la obra?'”.
Coire y Catalano convocaron a Breuer y el húngaro aceptó sin titubeos. “Le explicamos cuál era el tema: un parador para una playa de Mar del Plata, destinado a confitería para la tarde y boite con pista de baile para la noche, y que debía estar funcionando en cuatro meses”, siguió Coire. “Breuer se quedó mirando un punto fijo, desplegó una servilleta sobre la mesa y dibujó el trébol del Ariston con esta aclaración: ‘Se necesita un gran perímetro para favorecer las visuales al mar durante el día, y al mismo tiempo lograr que, de noche, las miradas se dirijan a la pista de baile’. Ese día el restaurante perdió una servilleta”.
En aquel tiempo, con las vacaciones pagas consolidadas, Mar del Plata empezaba a transformarse en un destino popular, con trabajadores que disfrutaban junto a sus familias de las primeras excursiones a la playa y de sus atracciones: la rambla, el puerto, los lobos marinos… Además, se acababa de pavimentar la Ruta 2, un camino que llegaba hasta Miramar, y en el medio de ese trayecto se empezaba a levantar el complejo hotelero de Chapadmalal.
De gran prestigio, Breuer fue un maestro de la escuela alemana Bauhaus, que revolucionó el arte, el diseño y la arquitectura con sus ideas innovadoras. Luego, siempre a la vanguardia en formas y materiales, el húngaro concretó una producción que incluye el edificio de la Unesco en París y el Museo Whitney de Arte Americano de Nueva York, dos joyas de la arquitectura moderna.
“Breuer estuvo en contacto con los arquitectos y diseñadores más influyentes de su época, y él mismo fue uno de ellos”, sigue Germinario con admiración, como si hablara de alguien que marcó su vida. “Por eso diseñó para el Ariston un edificio que respetaba buena parte de los postulados de Le Corbusier, el famoso arquitecto suizo: el primer piso se apoyaba sobre columnas con el objetivo de liberar la planta baja y, además, el local tenía grandes cerramientos y ventanales horizontales”.
La planta baja del parador incluía el hall de entrada, el guardarropas, la zona de baños y dependencias de servicio. En el primer piso se ubicaban el salón, el bar y la pista de baile premium, revestida con chapas de metal inoxidable sobre entablonado de madera.
La construcción se hizo muy rápido: en dos meses. “El Ariston es un lugar íntimo de reunión social, danza, té y cocktails, alejado del centro urbano de Mar del Plata”, lo definió la revista Nuestra Arquitectura en abril de 1948, dos meses después de la inauguración, que había sido el 11 de febrero de aquel año.
“El parador era lo que hoy se conoce como club house, algo que se ha desarrollado mayormente en los barrios privados”, profundiza Germinario. “Servía como puerta de entrada, como la principal atracción de un barrio que invitaba a pasear por la zona o, directamente, a comprar un terreno y edificar una casa”.
-¿Había gente que iba al Ariston después de pasar por el Casino, en el centro de la ciudad?
-Sí, claro. Sobre todo si disponía de un auto… Por eso también el parador fue un espacio tan revolucionario: hoy es común ir a la playa a la noche en plan boliche. Pero en aquella época, no. Y el Ariston, ubicado a 100 metros del mar, lo permitía.
El parador empezó a decaer en los ’70, cuando cambió de dueño varias veces y se alteró el espíritu original: allí funcionó el café bar Bruma y Arena, la discoteca Maryana y la parrilla Perico. Dejó de funcionar en 1993. Abandonado, sólo lo visitaban curiosos y amantes de la arquitectura. Como nació en 1990, Germinario no llegó a ver el parador en actividad.
-¿Te hubiera gustado ir a bailar al Ariston?
-Por supuesto.
Otras joyas
Andrea también es fan de la Casa sobre el Arroyo, otra de las construcciones emblemáticas de Mar del Plata, ubicada en Quintana 3998, esquina Funes, a unas 15 cuadras del estadio José María Minella. Andrea vivía con sus padres, Vicente y Patricia, y su hermana Carolina (cuatro años menor que ella) a pocos metros de esa construcción. “Mis padres trabajaban en un vivero y me transmitieron el amor por las plantas. Por eso, de chiquita siempre andaba jugando cerca de la casa, en el arroyo, entre los árboles…”, recuerda. “Y en la adolescencia, cuando iba al Colegio Nacional, me pasaba el día dibujando la casa y hasta hice un documental sobre esa joya de la arquitectura marplatense. Estoy tan atravesada por esa casa que me la tatué en la parte interna de una de mis muñecas”.
-¿De dónde viene la fascinación?
-Sin dudas, esa casa definió mi identidad: mi pasión por el arte, la arquitectura, la historia y la naturaleza. Si soy lo que soy, en gran parte es gracias a esa casa. Y es lo que también me lleva a pelear por la recuperación del Ariston.
En abril de este año, y después de décadas de abandono, concluyó la primera etapa de la recuperación de la casa, también conocida como “Casa del Puente”. El siguiente paso es convertirla en museo y que pueda ser visitada por el público. “Gracias al esfuerzo de mucha gente se avanzó en la restauración. Ahora falta que se hagan obras de infraestructura, como los baños que se necesitan para recibir visitantes, y se contrate el personal adecuado”, detalla Andrea.
La historia de la Casa sobre el Arroyo se remonta a 1942, cuando el compositor y pianista Alberto Williams compró un terreno muy particular, atravesado por el arroyo de Las Chacras, fundacional de Mar del Plata. Williams decidió mudarse de su casa de veraneo en el barrio Los Troncos porque los “ruidos urbanos” interferían en su trabajo. Entonces, les pidió a su hijo, el arquitecto Amancio Williams, y a su nuera, Delfina Gálvez, también arquitecta, el proyecto de una casa nunca vista.
Desde 1946, la casa funcionó como vivienda y estudio de música, donde Alberto Williams componía y ensayaba. Luego, en 1970, la compró el empresario Héctor Lago Beitía, quien instaló la emisora LU9 Mar del Plata y convirtió a la casa en un estudio de radio, cuyo eslogan era “desde la Casa del Puente, un puente hasta su casa”. En 1977, la radio fue cerrada por el gobierno militar y, poco a poco, el edificio decayó y se convirtió en una ruina. En 1997 fue declarado Monumento Histórico Nacional. Al final, en 2020 el Estado nacional aportó los recursos para llevar a cabo la restauración: se invirtieron 72 millones de pesos.
La tercera construcción emblema del movimiento moderno en Mar del Plata es el Terraza Palace, también conocido como La Máquina de escribir, un edificio ubicado en Boulevard Marítimo Patricio Peralta Ramos 5659, en Playa Grande. Diseñado por el español Antonin Bonet, fue inaugurado en 1957. Y hoy, a metros del hotel Costa Galana, es una de las construcciones más codiciadas por residentes o turistas que eligen descansar en Mar del Plata.
“Bonet era un genio. Pensaba más en la armonía de las formas en el espacio, que en los beneficios de la especulación financiera. El Terraza Palace se levantó de forma escalonada para que la sombra de la construcción no le quitara sol a la playa, y de esa manera generar una mayor armonía con el entorno”, describe Germinario.
-¿Qué otros diseños admirás?
-Me encanta todo lo que sea puro en sí mismo, como la ruta de Salamone, en la Provincia de Buenos Aires. No se puede creer que alguien haya diseñado algo así (se refiere al arquitecto ítalo argentino Francisco Salamone, que levantó una serie de edificios modernistas y art decó en localidades como Alberti, Carhué y Saldungaray).
-¿Y fuera de la Argentina?
-El Monte Saint Michel, en el noroeste de Francia, me volvió loca. Fui especialmente a conocerlo.
Cruzada
Andrea no está sola en la búsqueda de recuperar el Parador Ariston. Las entidades barriales del sur de Mar del Plata, el movimiento de murgas, el club social y deportivo Defensores del Sur y el grupo de scouts Islas Malvinas, entre otras agrupaciones, organizaron varias marchas con la consigna “salvemos el parador”.
De parte del municipio marplatense, cuyo intendente es Guillermo Montenegro, de Juntos por el Cambio, “la funcionaria que encabeza la pelea para que el parador sea recuperado, como la Casa sobre el Arroyo, es Magalí Marazzo”, cuenta Germinario.
Otro de los que trabajan en este sentido es Gustavo Nielsen, arquitecto y escritor, ganador del premio Clarín de novela en 2010 con su texto La otra playa. “Si no salvamos el parador, ¿qué vamos a hacer? ¿Dejarlo como está hasta que se caiga solo? ¿Demolerlo? El parador es pequeño, casi una alhaja. Hay que enviar a un joyero a repararla, y hay que visibilizar lo máximo posible todo el proceso”, dice convencido.
Su pasión por el parador lo llevó a escribir un cuento, El fin del paraíso. El comienzo es así: “‘El paraíso llega cuando ya no lo necesitamos’. Mi abuelo decía esta frase enigmática. Siempre queremos que el paraíso llegue; sentí que estaba cerca cuando empecé a trabajar en el Ariston. O en lo que quedaba de él. Soy arquitecta, hago patología muraria y recuperación edilicia. Me llamo Silvia. Mi abuelo Vicente, este que ven en la foto, fue metre del Parador, desde agosto de 1949 hasta julio de 1952. Es el que posa feliz delante de los mozos que sostienen bandejas. Lo sé porque me lo contó mi abuela Sara. Tenían una carta de doce platos. Una sopa de tomate con camarones que era una delicia, según ella, picantita y espesa. Rabo de res y tortilla flambeada de postre. Ya no se come rabo en ningún lugar de Mar del Plata'”.
También hay extranjeros enamorados del Ariston, como la inglesa Vanessa Bell, que vive en Plaza Congreso desde hace 12 años y lleva adelante su sitio Cremedelacreme, en el que publica diferentes atracciones del diseño nacional. “Amo Mar del Plata, pero tiene un potencial que no se explota. No comprendo por qué los argentinos no entienden que al restaurar un edificio histórico como el Ariston la zona atraería a turistas de todo el país y del mundo. La ciudad debería poner el foco en su legado modernista y aprovechar el turismo arquitectónico”, plantea Bell.
Las décadas perdidas
El derrumbe del Parador Ariston y de la Casa sobre el Arroyo no fue de un día para el otro: empezó en los años ’70, y ocurrió en paralelo con la crisis nacional. Con la caída de la economía pero también con las pérdidas culturales. ¿Se puede pensar a estas joyas de la arquitectura como una metáfora de la decadencia argentina, de una grandeza hoy en ruinas?
“Sí, es terrible pero es así. El deterioro de estos monumentos tuvo que ver con la crisis económica, por supuesto. Pero también es el resultado de la falta de un proyecto integral, un plan que supere los gobiernos y los partidos políticos. Si hay una crisis económica, algunos proyectos pueden quedar suspendidos, pero nunca anulados”, señala Hugo Kliczkowski, arquitecto argentino residente en Madrid, España, desde hace 34 años, el primero que empezó a insistir para la restauración del Ariston.
El retroceso de la Argentina en las últimas décadas no fue sólo económico: también hubo un declive cultural, vinculado con el “conocimiento”. Según un informe del Observatorio de Argentinos por la Educación, publicado en 2022, sólo 16 de cada 100 estudiantes que empiezan la escuela primaria llegan al final de la secundaria “en el tiempo esperado (12 años)”.
A mediados del siglo XX la situación era distinta. De 1935 a 1955, por ejemplo, la cantidad de alumnos que se inscribió en la Universidad de Buenos Aires aumentó considerablemente, de 12.000 a 74.000. Y ocurría porque no se escatimaban recursos en los niveles iniciales: jardín de infantes, primario y secundario.
“La crisis es económica, cultural y yo le agregaría moral”, sigue Kliczkowski, de 74 años, que también dio clases de Diseño Arquitectónico en la UBA.
-¿Por qué “moral”?
-Porque hay que entender que estos edificios son de todos. Y cuidarlos. Forman parte de nuestra historia colectiva. Si desaparecen, las historias también desaparecen. Los edificios tienen valores inmanentes que van más allá de la ubicación o los metros cuadrados. ¿Cuánto vale el Cabildo, la Catedral, el Congreso? Valen porque ahí pasaron cosas. En la Argentina se demolieron edificios muy importantes durante muchos años. Y eso no puede ocurrir.
-¿Qué destino debería tener el Parador Ariston?
-Lo mejor sería organizar un eje de comprensión de la arquitectura moderna que una ese monumento con la Casa sobre el Arroyo y el Terraza Palace. Como sucede en las grandes capitales, el público podría tomarse un bus y visitar los diferentes edificios mientras le cuentan la historia de la ciudad.
Kliczkowski conoció el Ariston a los 11 años, cuando veraneaba con su familia en Mar del Plata, y quedó impactado con el trébol de vidrio. “Ese era el futuro”, señala.
En aquel tiempo la Argentina era un país que convocaba a eminencias de distintas disciplinas, como Breuer, que le puso su sello al parador. ¿Qué pasó con ese intercambio de “saberes”? ¿Se mantuvo con la misma intensidad o se fue diluyendo?
“Antes era muy común que nos visitaran figuras de esas características”, sigue Kliczkowski, conocedor de la historia de la arquitectura. “Como el francés Eduardo Le Monnier, que construyó un edificio emblemático en el puerto de Buenos Aires. O como el mismísimo Le Corbusier, que diseñó la Casa Curutchet en La Plata. Hay muchos de estos casos… Pero todo eso se fue perdiendo. Por suerte, cada tanto reaparece algún talento, como Norman Foster, el prestigioso arquitecto inglés que diseñó el Palacio Municipal de la Ciudad, en Parque Patricios, y viajó para su inauguración en 2017”.
El arreglo
En 2018, como senadora del Pro, Marta Varela presentó un proyecto para que el Parador Ariston fuera considerado “patrimonio arquitectónico” y logró media sanción de la Cámara Alta. En noviembre de 2019, la Cámara de Diputados sancionó la ley para declararlo Monumento Histórico Nacional y de esa manera se evitara su demolición. Ese mismo año, un artículo publicado en la sección de arquitectura del diario The New York Times difundió el tema. ¿Por qué no se concreta su restauración? ¿Qué se necesita para destrabar el trámite? “Siempre se dice que los arreglos del Ariston están por empezar… Oficialmente, ya se cercó el espacio, se tapiaron las paredes, se pusieron carteles, pero al final no se avanza…”, sigue Germinario.
-Cuando se terminó la primera etapa de la recuperación de la Casa sobre el arroyo, el presidente Alberto Fernández dijo: “Ahora hay que hacer lo mismo con el Ariston”. ¿Eso no debería servir para acelerar los tiempos?
-Ojalá. Esperemos que se tome en cuenta lo que dijo el presidente.
En su momento, el dueño del parador, Miguel Ángel Donsini, presidente del Colegio de Martilleros, señaló que iba a iniciar una restauración a fines de 2019, con la participación de la Universidad Atlántida Argentina y la secretaría de Planeamiento Urbano. “Estamos en vías de buscar buenos carpinteros que puedan trabajar sobre las aberturas existentes e iniciar el proceso de reparación”, explicó. Pero llegó la pandemia y otra vez se frenaron las obras. “Además de Donsini hay otros dueños que prefieren que no se conozcan sus nombres”, señala Germinario.
-¿Por qué?
-Porque es un lugar en el que se pueden hacer grandes negocios inmobiliarios. Hay mucha especulación… Está ubicado en un barrio que no ha crecido en cuanto a propuestas gastronómicas o de entretenimientos como sí ha ocurrido en otros lugares de la zona sur.
-¿Se puede construir un edificio en ese terreno?
-No está permitido. Pero alguien podría fantasear con edificar algo más bajo, pocos pisos. Por eso creo que, con la repercusión mediática que está teniendo el tema, es el momento para iniciar la restauración del parador.
-Un informe técnico sostuvo que la remodelación es posible debido a que el daño estructural es “leve y muy localizado”. Y que el arreglo costaría unos 100.000 dólares. ¿Es así?
-Es lo que se dice. Por eso hay que seguir sumando gente que nos apoye en el pedido de remodelación de parte del Estado. En la plataforma Change.org ya conseguimos 35.000 firmas. Y vamos por más. Junto con las firmas nos llegan mensajes de estas características: “Mi abuelo fundó Playa Serena e hizo construir el Ariston”, escribió un joven, y fue uno de los comentarios más likeados. Es muy emocionante.
FUENTE: Federico Ladrón de Guevara – www.clarin.com