“Durante los años que van de 1960 a 1970 Mar del Plata tuvo su mayor índice de construcción. Desde los años 40 se venían operando circunstancias que prepararon la explosión constructiva de los años 60. El acceso a la ciudad de las clases medias altas había ido poblando con chalets los barrios del norte y del sur. La compra de hoteles por parte de sindicatos, coincidente con la proclamación de las vacaciones pagas en 1945, había introducido la clase trabajadora en la ciudad dorada del veraneo argentino. En el centro de la ciudad, y sobre la apreciada línea costera, la clase alta iba deshaciéndose rápidamente de sus grandes residencias formándose así un área blanda para la especulación inmobiliaria. Desde fines de los años 50, el rápido crecimiento económico, el afianzamiento de la industria nacional como asimismo la modernización de los medios productivos produjo en Argentina un estado de optimismo que alentó a amplios sectores de las nuevas clases medias a comprar departamentos para el veraneo; creciendo vertiginosamente los proyectos de edificios en el área central, a lo largo de la avenida Colón y bordeando la línea costanera. Los departamentos, que reflejaban los nuevos gustos y hábitos del veraneo iban de unidades modestas de un ambiente interno hasta pisos de lujo con amplias vistas al mar. Los postulados de la arquitectura moderna y de la densificación de la ciudad -e incluso del Existenzminimum- estuvieron al servicio de la más intensa operatoria inmobiliaria, y a la satisfacción de los anhelos de extendidos sectores de la modernizada sociedad argentina. En 1970, se inicia la declinación de la expansión, y al mismo tiempo se construye su pieza más excepcional: el Mirador Cabo Corrientes proyectado por Débora Di Veroli,
Di Veroli, junto a otras cuatro arquitectas -Martha Alonso Vidal, Nani Arias Incollá, Diana Cabeza y María Teresa Egozcue- recibió recientemente el Reconocimiento 2022 a la trayectoria por la Sociedad Central de Arquitectos. Di Veroli es una presencia rara en nuestro horizonte. Por supuesto su nombre, aparece en “Un día, una arquitecta”, y en “Moderna Buenos Aires”; y en 2006, Bisman & Robles publicaron Débora Di Veroli. Vida, obra y reflexiones, libro que da cuenta de su biografía extendida, de sus muchos proyectos construidos, y de su pensamiento teórico, puesto en forma de memorias. Pero, aun así, casi nunca su nombre o su obra, a pesar de ser extensa y significativa, son mencionados en artículos o textos referidos al desenvolvimiento de la arquitectura argentina durante la segunda mitad del siglo XX. Di Veroli comenzó su carrera a principios de la década de 1950, aún antes de graduarse, con proyectos de viviendas en las que ya enuncia los rasgos de su lenguaje, moderno y apropiado a sus condiciones. Vinculada a empresas constructoras e inmobiliarias comienza a proyectar edificios de viviendas en Buenos Aires que la llevan a un proyecto clave en su producción: el edificio Fernícola de 1958, el primero de departamentos de veraneo en Miramar. La construcción del Fernícola la pone en contacto con Domingo Fiorentini, un importante constructor y promotor inmobiliario marplatense, con quien van a realizar una extensa obra de edificios de departamentos de veraneo en Mar del Plata, cristalizando una lógica proyectual, constructiva y de comercialización que les aseguraron una rápida y exitosa venta. Los proyectos de Di Veroli basculan entre una medida experimentación lingüística -sobre todo en las fachadas- y una resolución programática eficiente.
Los años del optimismo sesentista y del trabajo en propiedad horizontal en Mar del Plata, en sociedad con Fiorentini, la prepararon para el que fue su proyecto más ambicioso y radical, y uno de los más polémicos realizados en la segunda mitad del siglo XX en Argentina. A fines de la década, Fiorentini tenía el más importante terreno de la costa marplatense: casi una hectárea sobre la prominencia del cabo Corrientes, en un punto de máxima visibilidad y con afloramientos rocosos. Di Veroli propone un proyecto extremadamente audaz, cuatro barras de quince pisos de diferentes largos, siguiendo la línea de la costa, unidas por una placa curvada que contiene los accesos a las barras. Todo el conjunto se asienta sobre lo alto del terreno con locales comerciales, accesos, pileta, jardines y espacios destinados al uso deportivo cubriendo solo el 24 por ciento del suelo, y por debajo, las bandejas de los estacionamientos semi expuestas entre la pendiente del terreno y las afloraciones rocosas. A un mismo tiempo, el Mirador responde a la escala del barrio residencial por detrás del edificio con la fachada curva, los jardines escalonados, las fuentes y las pasarelas con comercios, y hacia la costa, las rocas del cabo y las vistas rápidas del la avenida costanera con la neutra figuración de las barras resueltas con bandas de hormigón a la vista -actualmente muy mal pintadas- y las ranuras ininterrumpidas de las ventanas, logrando un efecto lo suficientemente abstracto como para crear una magnífica vista contra el áspero paisaje rocoso. También fue mérito de Di Veroli haber entendido lo que necesitaba el sitio: un contrapunto con el conjunto Bustillo de playa Bristol. Efectivamente, ambos edificios sobrepasan ampliamente la escala de la línea costera conformando una suerte de organización del paisaje que comprende las dos bahías más hermosas de la ciudad. Entre ambos edificios -ambos curvados frente al escenario marino- se desarrolla la línea de construcción de menor escala hilvanando las vistas de la ciudad, de la cual, el conjunto Bustillo y el Mirador son puerta y cierre. Si bien el Mirador fue muy criticado, generalmente con críticas ancladas en una visión romántica de la ciudad congelada a principios del siglo XX, es claro que merece estudios y revisiones dados la excepcionalidad del proyecto y su peso en la construcción del paisaje marplatense. El reconocimiento otorgado a Di Veroli puede ser una oportunidad para conocer y estudiar al Mirador Cabo Corrientes y a toda su obra, no solo por ser arquitecta, sino por sus propios valores.”
FUENTE: Norberto Feal – www.clarin.com