Del casamiento de las clases medias y las grandes ciudades se nutre la modernidad. Epicentros del capital y la creatividad, las metrópolis reúnen los mejores empleos, talentos y escuelas.
Ellas hospedan los espacios tanto de desarrollo cultural, artístico y científico, como de innovación social, comercial o tecnológica, condiciones que también favorecen la multiplicación de las clases medias. Cuanto más urbano el contexto, más oportunidades de movilidad social ascendente; a mayor ensanchamiento social de las capas medias, más fuerte el espacio y espíritu metropolitanos.
Metropolitanización y “aburguesamiento social” caminan juntos, un matrimonio con varios “hijos” célebres: de las libertades civiles a la democracia política, de la sofisticación intelectual y espíritu empresarial a la meritocracia como criterio de recompensa educativa o profesional.
Históricamente, es la clase media urbana quien presiona a los gobiernos para mejorar su desempeño, proveer educación, salud y un medio ambiente más limpio o implementar políticas efectivas contra la inflación o la inseguridad delictiva.
También es la barrera contra proyectos autoritarios, de impunidad judicial o abuso fiscal. La pérdida es grande cuando las clases medias menguan y las ciudades desfallecen.
La pandemia desafía ambos protagonistas, culpabilizados por diseminar el virus. Las clases medias por importarlo fruto de su movilidad internacional. Las mega-ciudades son culpadas por su fenomenal densificación edilicia y por albergar una sociedad proclive al uso de áreas públicas para esparcimiento o sociabilidad.
Ellas concentran la inmensa mayoría de los casos pero no se las trata como víctimas y –por lo tanto- candidatas a un auxilio del tesoro nacional. La ayuda saltea las alcaldías metropolitanas. Ni un peso para las ciudades.
Socialmente, el auxilio se individualiza, puenteando a las clases medias y orientándose a los más pobres o a los grandes grupos económicos. Excepto en Chile donde se aprobó un paquete de préstamos por USD 1.500 millones exclusivo para ese segmento social, no hubo ayuda del gobierno.
En Argentina y Brasil, la oferta de créditos para las pequeñas empresas (eje financiero de parte de la clase media urbana) simplemente no funcionó. Sin esos negocios se debilitan los sectores medios como las ciudades donde viven.
Siguiendo tendencias urbanistas en boga desde los años 90, las metrópolis promovieron pesadamente la revitalización de los centros históricos, favoreciendo la concentración humana y densificación residencial, inclusive como política de sostenibilidad ambiental.
Se incentivó la aglomeración intensa de actividades comerciales y culturales y se implementaron medios optimizados de transporte público y movilidad colectiva. Resultado: más de ocho de cada 10 latinoamericanos viven en ciudades.
Las políticas de planificación urbana priorizaban condiciones de alta calidad de vida presuponiendo que el tiempo libre, laboral o de estudio ocurriera fuera del hogar.
Trabajar en oficinas, estudiar en escuelas y universidades, aprovisionarse en supermercados, socializar en restaurantes y cafés, divertirse en cines y teatros, ejercitarse en gimnasios o parques.
La construcción de bici-sendas, la recuperación de plazas y el ensanchamiento de las calzadas peatonales en los microcentros ilustraban la tendencia. El menor tiempo de uso de la vivienda alentó el minimalismo residencial, contribuyendo –también- a reducir la huella ambiental y proteger los ecosistemas.
El aislamiento social, el cierre económico y la digitalización laboral eliminaron los incentivos más poderosos para vivir en las ciudades. El encierro en departamentos chicos convertidos en espacios multi-tareas 24×7 sembró la necesidad de viviendas más amplias o el acceso a áreas verdes próximas, objetivos demasiado caros en una mega-ciudad.
De irresistibles fuentes de oportunidades profesionales, sueños económicos, glamour cultural, networking social y libertades y derechos ampliados, las ciudades se convierten en sinónimo de riesgo contaminante.
Diferentes estudios revelan el creciente desinterés por continuar viviendo en las metrópolis. Menos británicos desean vivir en urbes, percibidas como espacios poco atractivos (Ipsos-Mori).
Cuatro de cada 10 parisinos piensan en abandonar la ciudad de las luces privilegiando áreas rurales o suburbanas (ENMMV). Proyectos de repoblación rural ganan fuerza entre más de 20 mil voluntarios argentinos ya inscriptos (Fundación Es Vicis).
En San Pablo capital se disparan las búsquedas por residencias en pequeños municipios (+124 %, Imovelweb) o el interior del estado (+ de 340 %, Grupo Zap). Ese éxodo es protagonizado, sobretodo, por la clase media urbana.
Bajo la pandemia, la despoblación de las ciudades ocurre paralela al encogimiento de las capas medias. Según la Cepal, 29 millones de latinoamericanos bajarán de clase media a “nuevos pobres”.
Sin ingresos debido al desempleo y la debacle económica, ellos abandonan alquileres y compras no esenciales, cursos y seguro médico particular, microempresas y entretenimiento offline.
Ciudades vacías de clase media significarían un retroceso a sociedades muy desiguales que no controlan a sus gobiernos, la negligencia cultural y científica y libertades y derechos deshidratados.
Como en otras latitudes, la modernización latinoamericana se nutrió de ciudades y clases medias urbanas vigorizadas, sin ellas será imposible completar su promesa de progreso.
FUENTE: Fabián Echegaray – www.clarin.com