Muchas ciudades ya han entrado en la fase de desescalada. La necesidad de disfrutar del espacio urbano, siempre manteniendo las normas de distanciamiento físico de dos metros entre personas, es vital para reconectar con el entorno así como fortalecer relaciones sociales.
Durante semanas, hemos visto la proliferación de noticias sobre los ajustes que las ciudades están haciendo para asegurar un adecuado distanciamiento. Parece que la idea de ciudad de 15 minutos, elaborada por el equipo de Hidalgo, ha calado fuerte y el concepto de proximidad se empieza a reflejar en las medidas implementadas en distintas ciudades alrededor del mundo.
En Londres, por ejemplo, tanto la Alcaldía como Transport for London (TfL) esperan incrementar los carriles bicicleta y espacios para el peatón con el fin de priorizar el comercio local y promover los desplazamientos cortos. De la misma manera, ciudades como Barcelona, París, Budapest, Lima o Bogotá han incorporado carriles temporales para bicicletas en muchas calles y parques, y ciudades como Berlín, Londres o Glasgow han optado por facilitar el transporte gratuito en su red de bicicletas municipales.
Las ciudades de Berna y Vilna han dado un paso más allá para convertir sus centros urbanos en cafés al aire libre; y la ciudad de Milán intenta implementar de forma permanente una estrategia para ampliar y ceder más espacio de circulación al peatón.
La relación entre la movilidad, el espacio urbano y la salud ha generado, sin duda, una aceleración para implementar una transformación urbana en las ciudades del mundo desde las instituciones. Estas intervenciones temporales se han considerado como una medida rápida, económica y efectiva para acomodarse y amoldarse a esta nueva situación. Pero, más allá de estas estrategias a corto plazo, ¿qué soluciones podrían lograr un cambio real y solventar este “problema” de espacio?
A diferencia de muchas ciudades y pueblos españoles, los cementerios de las principales capitales europeas son concebidos como grandes parques urbanos ya que se han tratado como tal. Claros ejemplos son el Assistens Kirkegård en Copenhague, el The Woodland Cemetery diseñado por Gunnar Asplund y Sigurd Lewerentz en Estocolmo, el Cimetière du Père Lachaise en París o el Hampstead Cemetery en Londres. Estos equipamientos municipales son espacios amplios, verdes y bien cuidados, donde la atmósfera y el paisaje invitan a pasear y reflexionar.
n muchas localidades españolas, estos equipamientos públicos son espacios más bien tristes, cerrados y un tanto lúgubres pues se han concebido como espacios aislados, sectorizados y muchas veces, olvidados. Muchos de ellos están delimitados por muros altos y su horario de acceso es limitado. ¿Sería descabellada la idea de concebir y acomodar estos espacios como equipamientos verdes que inviten al paseo, al descanso o a la reflexión y respeto?
La posibilidad de abrir los parques municipales durante la noche, o al menos, extender los horarios de cierre, especialmente en verano, podría ser otra solución. Sería una oportunidad para mejorar la iluminación de los parques, incrementar la vigilancia, así como promover nuevas rutas para pasear e ir en bicicleta durante el atardecer. Los espacios verdes ya existen, simplemente, sería necesario hacerlos más accesibles por un período de tiempo más largo. De la misma manera, los patios de las escuelas municipales podrían permanecer abiertos para los vecinos ya sea después de la jornada escolar, durante los fines de semana o durante los meses de verano, con el fin de proporcionar más espacios de recreación. Si en la actualidad muchas ciudades ya abren al público los patios de las escuelas durante el domingo, ¿por qué no estudiar la posibilidad de habilitar y acercar estos espacios a la vecindad?
Durante esta fase de confinamiento, tanto las zonas de aparcamiento azules, verdes y naranjas, los solares asfaltados, así como los estacionamientos en la calle han estado relativamente vacíos evidenciando ser uno de los grandes fracasos urbanos. ¿Qué medidas pueden tomar las autoridades municipales al respecto?
Si verdaderamente existe la voluntad de ceder espacios al peatón desde las instituciones, estas zonas asfaltadas pueden sin duda convertirse en lo que en su día fueron y dejaron de ser: espacios para el juego, jardines y parques. El abandono del verde y la incorporación del gris en el paisaje urbano ha sido una de las transformaciones que han sufrido muchas poblaciones de la costa catalana. Gradualmente, grandes extensiones de terreno cerca de las playas se han habilitado como aparcamientos de pago, solares baldíos en estacionamientos, calzadas convertidas en zonas naranjas durante determinados meses del año… Esta pequeña localidad de menos de diez mil habitantes (imagen) sirve como escenario para visualizar como, desde los años 90, el espacio verde se ha ido reduciendo para convertirse en espacios para el automóvil.
Desde una perspectiva global, muchos espacios de aparcamiento se han convertido durante este confinamiento en instalaciones médicas, espacios habilitados como Banco de Alimentos, auto-cines, gimnasios, espacios de culto, así como locaciones para la realización de test de detección rápida de la covid-19. En Vilna, el estacionamiento del aeropuerto se ha convertido en un teatro al aire libre y en Teherán, las autoridades han abierto y habilitado zonas de aparcamiento para orar durante el Ramadán. Definitivamente, estos espacios –inicialmente mono-funcionales– pueden adaptarse y convertirse en espacios multiuso para el beneficio de todos.
A pesar de que muchas de estas soluciones pueden sonar un tanto radicales, son un claro ejemplo de que el espacio público puede y debe adaptarse a nuevas realidades. Este 2020 ha puesto de manifiesto la necesidad de revertir el modelo de ciudad centrado en el automóvil para devolverle el espacio al peatón.
FUENTE: Tere García – elpais.com