Con motivo de la crisis del coronavirus es necesario valorar si el diseño urbano puede hacer algo para minimizar los efectos negativos de estas pandemias u otros riesgos.
La mayoría de los urbanistas actuales diseñan ciudades fluidas, donde la conectividad es un pilar fundamental en su ordenación. Existe un consenso en que las ciudades mejor conectadas favorecen las relaciones sociales y presentan una mejor competitividad económica. No obstante, la reciente pandemia del coronavirus ha creado nuevas necesidades, como el aislamiento social para evitar la expansión del virus.
En varias noticias de prensa se reflexiona si el desarrollo urbano puede ser útil para reducir la expansión de enfermedades favoreciendo su cierre. A lo mejor este planteamiento es muy radical (diseñar una ciudad para su cierre), pero sí que es recomendable que el diseño territorial y urbano minimice los posibles riesgos, como las pandemias, para ello debemos crear ciudades resilientes.
Ciudades resilientes
Las ciudades deben tener capacidad para afrontar crisis tanto de origen natural como cultural. La ordenación y gestión de cualquier ciudad debe garantizar la calidad de los servicios básicos durante las condiciones extremas y evitar, en la medida de lo posible, las situaciones de riesgo.
Garantizar los servicios básicos
Muchas infraestructuras y dotaciones no se planifican para escenarios extremos sino en condiciones habituales, por tanto, cuando sucede un fenómeno excepcional puede provocar graves perjuicios a la ciudadanía ya que las instalaciones no tienen capacidad de asumir esas intensas desviaciones. Muchas ciudades con una gran dependencia de su entorno, no están tomando medidas para minimizar los potenciales riesgos. Además, la ciudadanía presenta un gran desconocimiento de la fragilidad de sus ciudades.
En periodos de sequía o de inundaciones si no existe una planificación adecuada se producen cortes en el abastecimiento de agua potable lo que supone graves perjuicios a la sociedad. No sólo la red hídrica, sino otras infraestructuras como la red eléctrica y de telecomunicaciones son fundamentales, y más en estos días, para garantizar unos servicios mínimos a la ciudadanía. Por tanto, estas redes deben estar concebidas para su correcto servicio ante fenómenos extremos (previsibles).
En relación a las dotaciones, la planificación urbana debe reflexionar y garantizar el correcto funcionamiento de las dotaciones básicas de la ciudad. Cuando se analiza ciertos planes se ha primado excesivamente el desarrollo económico en vez de la red dotacional básica, cediendo bolsas de suelo residuales para los equipamientos. Estos planteamientos pueden ser contraproducentes en tiempos de crisis (epidemias o catástrofes naturales).
Estos días por desgracia observamos la saturación del servicio sanitario en muchas ciudades de los países afectados por coronavirus. La mayor parte de las carencias en los sistemas sanitarios se deben a causas políticas, en las cuáles se han recortado sensiblemente o no se han dotado suficientemente dichos servicios. A pesar de que los urbanistas no tienen un papel fundamental, si que se debe realizar una reflexión cómo se puede proporcionar la mejor y más eficiente atención médica en una ciudad. Si analizamos el número, superficie y localización de la red sanitaria en nuestras ciudades veremos que la planificación pudo ser mejorable. En muchos casos su localización no ha sido una prioridad en la planificación de la ciudad, en zonas residuales alejadas de la población que tiene que dar servicio, en muchos casos con difíciles accesos, etc.
Evitar situaciones de riesgo
La planificación urbana y territorial tiene que garantizar la seguridad de las personas y de sus bienes. La mayor parte de los riesgos que asolan a nuestras ciudades se pueden prever y por tanto evitar, a pesar que no estamos ajenos que pueda aparecer un cisne negro y altere nuestro mundo.
En la planificación urbana cada vez es más común la inclusión de análisis sobre riesgos naturales y antrópicos. La mayor parte de estos estudios no suelen ser muy exhaustivos y se refieren a riesgos recurrentes o evidentes. Pero creo que el análisis de riesgos debe ser más importante y estructural en la ordenación y planificación territorial. Para ello se deben realizar más estudios e incluirlos en la planificación territorial, no como anexos sino como fundamentos de la ordenación.
La epidemia del coronavirus ha puesto en evidencia la fragilidad de nuestras ciudades. Esta epidemia junto a otras catástrofes nos hará reformular nuestras ciudades para adaptarlas a futuras situaciones de emergencia. En la actualidad existen multitud de riesgos ya detectados y denunciados por los expertos, que no se están tomando con la seriedad necesaria, entre ellos destaca el cambio climático.
Mejorar la calidad de vida
Ningún urbanista planifica la ciudad para una población encerrada en casa. Si bien, todos intentan o deberían intentar mejorar la calidad de vida de los residentes y visitantes de las ciudades. Con este fin, se debe primar que las áreas residenciales, fundamentalmente, estén próximas a las zonas verdes ya que reducen significativamente el número de muertes prematuras.
Conciliación de la biodiversidad y el desarrollo urbano
La conciliación de la biodiversidad y las áreas urbanas ha demostrado ser beneficioso para la salud humana y del medio ambiente. La mayor biodiversidad de las ciudades y de su entorno las hace más resistentes a las condiciones adversas.
La simplificación de los ecosistemas, reduciendo el número de especies y por tanto procesos ecológicos, ha aumentado los riesgos a nuestra salud. El 70% de las enfermedades infecciosas emergentes en los últimos 40 años proceden de animales que se han transmito al ser humano, entre las que destacan enfermedades como el COVID-19 o el Ébola.
El efecto de amortiguamiento de la biodiversidad en el contagio de patógenos al ser humano se ha demostrado con varios casos, como el virus del Nilo y la diversidad de aves hace más de una década. Por tanto, las ciudades deben fomentar la biodiversidad interna y externa (los bienes que necesita la ciudad no pueden ir en detrimento de la degradación del ecosistema). Como está siendo el caso de la deforestación de la selva y bosques para el cultivo de palma o para pastizales para el ganado.
Preservar las ciudades complejas
La globalización ha desvirtuado los usos de nuestras ciudades, modificando radicalmente sus usos. Se ha creado la paradoja que todos los expertos proponen una complejidad en los usos urbanos, mientras la mayor parte de las urbes se ha producido una simplificación de usos. Muchas ciudades se han enfocado totalmente en el sector turístico, lo que las hace tremendamente frágiles a este tipo de crisis.
Nuestros dirigentes no han tenido una visión estratégica de nuestras ciudades, y los urbanistas hemos canalizado esta visión sesgada y cortoplacista, haciendo ciudades monofuncionales y muy frágiles a cualquier cambio. Y a pesar que ciertos urbanistas sí que han realizado un esfuerzo en crear ciudades y territorios complejos, luego no se han visto acompañados por políticas que incentivarán esta ordenación.
Con el comienzo de la crisis del coronavirus ya se empezó a notar la fuerte dependencia externa de ciertos productos, especialmente de China (la fábrica del mundo). La dependencia de productos chinos ha producido que muchas industrias y comercios locales tuvieran serios retrasos en el suministro. Además ciertos barrios se han despoblado totalmente debido a la inexistencia de turistas.
El sector industrial local no ha sido convenientemente apoyado, reduciéndose en países como España a la mínima expresión. En periodos de crisis, actual, se necesita tener industria fuerte en sectores estratégicos y no depender de terceros países para que nos resuelvan nuestras carencias de productos.
¿Cómo serán las ciudades después del coronavirus?
Seguirá siendo igual o habrá un antes y un después de esta crisis. No lo sé. Sé que necesitamos ciudades más humanas y más conectadas con la naturaleza, si queremos seguir desarrollándonos como sociedad.
FUENTE: José Taboada – www.tysmagazine.com