La resiliencia está profunda e intrínsecamente conectada con la sostenibilidad y emerge de la estructura, los recursos, las capacidades y otras propiedades de las comunidades, ciudades, regiones o cualquier sistema. Con la necesidad de adaptarse a los cambios en el clima, la recuperación frente a anomalías, desastres, crisis y pandemias, la resiliencia se ha convertido en una piedra angular para la Agenda 2030.
Incrementar la robustez, la adaptación y la integración de comunidades, ciudades y regiones del mundo es un objetivo clave que afrontar desde la gobernanza. Un desarrollo sostenible pasa por diseñar sociedades con resiliencia emergente. La gobernanza es clave para conectar lo global y lo local de forma no caótica, sino armónica, siendo necesaria que se produzca a todas las escalas para manejar la complejidad de tal misión.
Definir la resiliencia es un problema difícil y sobre el cual no hay consenso científico. En general, se considera como la propiedad que permite a un sistema recuperarse tras un shock. Sin embargo, no hay claridad sobre si implica recuperar un estado o configurarse de forma diferente.
De procesos como el desarrollo del propio ser humano podemos observar que es una propiedad profundamente dinámica y que emerge de la complejidad del sistema. La resiliencia de nuestro desarrollo como seres de la naturaleza depende de sistemas complejos orquestados a través de diferentes mecanismos que tienen como principios básicos la comunicación entre entidades (nuestras células y tejidos), la flexibilidad y la elasticidad (una física sofisticada), la señalización y sincronización de procesos (a través de genes) y un tipo de organización a diferentes niveles o escalas (complejidad que produce algo armonioso).
De esto podemos inferir que los sistemas sensores y de coordinación entre elementos de nuestro cuerpo debe replicarse en un mundo global compuesto de diferentes sociedades particulares que funcionan con autonomía, pero que son profundamente interdependientes.
El tejido socioeconómico global y local está conectado con la naturaleza. Los desastres y el cambio climático ponen de manifiesto las fortalezas y debilidades de nuestros sistemas sociales y también sus interdependencias con el ecosistema que, frecuentemente, son ignoradas por la clase de vida que se ha desarrollado en las ciudades, ajenas en gran medida a la naturaleza de forma constitutiva. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible muestran, en gran medida, las relaciones sistémicas entre lo humano y el clima como el funcionamiento de la ciudad, los medios de vida, la industria, las relaciones de género o las migraciones.
La gobernanza requiere hoy más que nunca ser data-driven (guiada por los datos) para generar catalizadores y directrices que permitan tomar decisiones en el corto y en el largo plazo. Siendo dinámica, la resiliencia no se puede entender ni medir de forma estática. Por esto, las diversas fuentes de Big Data y los métodos de análisis son grandes aliados. Además, la resiliencia está compuesta de tantas variables que requiere de un tratamiento holístico de los datos combinando lo cualitativo y lo cuantitativo. La percepción humana y su capacidad colectiva para la creación de sentido en torno a los elementos que implica no puede reducirse a los convencionales marcos de indicadores, sino que requieren de inteligencia colectiva aumentada con datos y ciencia.
La temporalidad de los sistemas y la toma de decisiones es la clave para construir resiliencia. La gobernanza requiere de sistemas de alerta que sean sensibles a posibles desastres o impactos negativos del cambio climático. Gestionar el riesgo de un mundo global con peligros como la pandemia de la covid-19 nos lleva a repensar los sistemas de gobernanza.
Estos sistemas no pueden ser solamente locales, sino que tienen que ser holísticos y representar las interconexiones entre las ciudades, las comunidades, los grupos vulnerables y el ecosistema. La coordinación y la transmisión de información verídica son clave para responder de forma coordinada y efectiva a los riesgos globales. Con rapidez y coordinación es posible absorber lo negativo y potenciar lo positivo, la clave de la resiliencia y la anti-fragilidad.
Estos mecanismos deben ser reproducidos a diferente escala, desde comunidades y ciudades a sistemas globales formando un tejido global y complejo, pero que es capaz de evaluarse y reaccionar con automatismos. La automatización de ciertas decisiones de gobernanza es clave por diversos motivos, entre ellos la necesidad de tomar decisiones con alto nivel de responsabilidad y riesgo que en muchos casos pueden llevar a la inacción. Además, los datos, analizados apropiadamente pueden ser mucho más fiables y transparentes eliminando sesgos en los procesos de decisión que deben ser cercanos al tiempo real.
Además, los datos ayudan a entender las relaciones espaciales y temporales de cómo vivimos y cómo los desastres nos afectan desde lo más básico a un mapeo con todos los sectores y servicios. Por estos motivos, es importante generar nuevos enfoques innovadores sobre cómo medir la resiliencia para poder potenciarla e incorporarla de diversas maneras en procesos de diseño y decisión. Las ciudades del futuro requieren de estos nuevos marcos de resiliencia y los datos y la computación las herramientas sobre los cuales construirlos.
Las herramientas computacionales pueden ser útiles en este contexto para entender anomalías o debilidades del tejido social que puedan dar pistas sobre cómo construir mecanismos que potencien la resiliencia con una visión detallada y holística que sea intuitiva. Los procesos de simulación de información y procesos sociales integrados con herramientas de participación ciudadana e inteligencia colectiva tienen el potencial de ser la base para generar un aprendizaje sobre la complejidad y no-linealidad que caracteriza el grado de resiliencia de una ciudad.
FUENTE: David Pastor Escuredo – elpais.com