Nuestra querida ciudad, cuna de la bandera, también reconocida por su rico patrimonio arquitectónico y cultural, sigue siendo víctima de una dolorosa práctica de actos de vandalismo que afectan o destruyen sin piedad la “casa de todos”.
No hay edificio o símbolo que se respete. Hasta el Monumento a la Bandera ha sido objeto de destrozos y robo de elementos de su arquitectura. Ya no asombran las noticias de sustracciones en espacios públicos, como la baranda protectora de “El sembrador”, la escultura de Lucio Fontana, sobre las barrancas de Av. Belgrano, o del interior del Planetario, en numerosas escuelas públicas, o los bronces de edificios históricos como el Palacio Fuentes. Ni el cementerio El Salvador se ha salvado del despojo de centenas de piezas valiosísimas. La lista podría ser infinita…
Al vandalismo campante en los espacios públicos se suman los grafitis que –en determinado contexto pueden ser considerados un arte, limitados en lugares propicios– hoy invaden todo espacio público y privado, sin criterio ni respeto alguno, avasallando su relevancia histórica o cultural y el derecho de los vecinos frentistas comprometiendo la identidad común y el valor turístico de la ciudad.
Esta problemática no admite justificación en la falta de recursos o la pobreza (que no sea la cultural), pero sí viene a revalidar la ausencia de autoridad para aplicar las normas básicas de convivencia, que están, y que fueron legisladas por los mismos que están desprovistos de ánimo para ejercerlas.
El vandalismo es fiel reflejo de la falta de conciencia cívica, no solo de los autores, también de pasivos espectadores y de los que tienen el deber de actuar y miran para otro lado.
El ejemplo de Manuel Belgrano, modelo en el equilibrado ejercicio de la autoridad, hoy perdida, nos sigue interpelando con su exhortación: “La educación es el verdadero tesoro de un pueblo”. Es hora, que las autoridades se decidan a velar por una mejor educación y una mayor conciencia cívica para terminar con estas prácticas dañinas, que en instantes pulverizan el patrimonio colectivo que costó décadas construir.
La ciudad cuenta con un tesoro único, que es su identidad urbana, constituido por una gran cantidad de edificios históricos y monumentos que han sobrevivido al paso del tiempo, legado de nuestros mayores, y su preservación es responsabilidad de todos.
Resulta inaceptable que la enorme cantidad de personal público disponible en los diferentes niveles del Estado y de las diversas fuerzas del “orden”, no se apliquen a prevenir y a sancionar a los responsables de actos tan ruinosos.
Instamos a tomar conciencia de la importancia de preservar esta rica herencia y a exigir en todo momento a las autoridades que adopten de una buena vez medidas efectivas para terminar esta verdadera “demolición urbana”.
FUENTE: Miguel Culaciati y José Petrocelli – www.lacapital.com.ar