Casi escondido detrás de enormes carteles publicitarios, en medio del intenso tránsito o de los puestos de venta ambulante que proliferan en sus veredas angostas, la calle San Luis aún conserva su aristocrático pasado. A lo largo de las diez cuadras del centro comercial se suceden unos veinte edificios centenarios, que son parte del catálogo de construcciones de valor patrimonial. Bellas y singulares, tanto por su arquitectura como por su historia, la propuesta para revitalizar el paseo de compras más antiguo y popular de la ciudad busca señalizar y sacar a la luz estas construcciones.
La calle de locales enormes y llenos de mercadería tiene su origen en las primeras décadas del siglo pasado, cuando Rosario recibió gran cantidad de inmigrantes de origen sirio, libanés, palestino o judíos que, de a poco, fueron estableciendo sus locales en el núcleo fundacional de San Luis y Dorrego. Eran tantos y tan pujantes que el centro comercial fue creciendo hacia el río, hasta llegar a la calle San Martín.
Pero tanto como la variedad de sus comercios, las bellas mansiones con influencias italianas y francesas son otro sello característico del paseo de compras, aunque a veces haya que levantar la vista del suelo para encontrarlas. “Antes de ser una mini estación de colectivos, la plaza Santa Rosa (de San Luis entre Corrientes y Entre Ríos) era un lugar muy lindo, con una escuela enfrente. Mucho antes que la plaza Pringles, ese espacio público fue un lugar de encuentro de la burguesía local”, señala Pablo Mercado, arquitecto, especialista en la historia de la ciudad.
Además, recuerda, “en la actual plaza Montenegro funcionaba el Mercado Central, era un edificio francés, muy ornamentado, con mansardas. Y a su alrededor se establecieron familias tradicionales, por ejemplo los Castagnino tenían la esquina de la calle San Juan y San Martín, donde ahora venden envases plásticos. Lo comercial de esa calle no era mal visto, no deterioraba el entorno, la actividad comercial dignificaba el lugar y lo hacía más atractivo”.
Junto a otros arquitectos, Mercado participó de la elaboración de la Guía de Arquitectura de Rosario editada en 2003, un libro bilingüe de unas 320 páginas, editado por la Junta de Andalucía (España). Uno de los capítulos del trabajo está dedicado a la calle San Luis, un sector que califica como “heterogéneo y multifacético”, de intenso movimiento comercial, donde “transeúntes, vehículos particulares y ómnibus generan un movimiento constante y un gran bullicio”.
La publicación señala también que el corredor tiene una característica particular: sus propiedades se han ido renovando lentamente, por lo cual la nueva edificación convive en las mismas cuadras con edificios levantados a principios del siglo XX.
Varios mundos en diez cuadras
Si se camina con la vista en alto, los edificios de alto valor patrimonial de calle San Luis presentan todo su encanto. De acuerdo al catálogo de edificios de valor patrimonial de Rosario, las diez cuadras del corredor comercial albergan unas 20 construcciones con distintos grados de protección, por su valor histórico y cultural.
El trayecto empieza con la antigua Asistencia Pública, donde actualmente tiene su sede el Iapos. La mansión fue construida por Juan Canals en 1888 como vivienda personal y fue donada al municipio apenas unos años después para instalar el Palacio de la Higiene en 1902, al que muchos consideran la piedra fundamental del sistema de salud pública municipal.
A pocos metros se encuentra el antiguo edificio de la Maternidad Martin, inaugurada en julio de 1939 y producto de una sentida promesa. El centro de salud fue donado al municipio por Angela Joostens de Martin, después de que su hijo, Marcelo Martin, saliera ileso de un secuestro. Como gesto de gratitud, Angela hizo construir el centro asistencial.
Pero hay muchos más. En las esquinas con España, Presidente Roca y Paraguay hay importantes casonas de dos pisos con distintos grados de protección que en su planta baja exhiben las vidrieras de negocios de ropa, bazar y blanco. Aunque una de las más particulares es la mansión de la esquina de Corrientes y San Luis, la antigua residencia de la familia Fracassi, hoy convertida en una famosa tienda polirrubro, diseñada por el arquitecto Angel Guido en 1925, reconocido a nivel mundial por la creación del Monumento Nacional a la Bandera.
En la esquina de Entre Ríos, frente a la plaza Sarmiento, se destaca un conjunto de viviendas centenarias, una de las cuales aloja un café Havanna. En Mitre, el Palacio Nápoli, considerado uno de los mejores ejemplos de arquitectura art decó, un conjunto de departamentos de renta construidos en 1933.
Llegando a Sarmiento, varias construcciones disputan la atención. La confitería La Europea (San Luis 1145) construida en 1911 por Francisco Roca i Simó, cotizado representante del modernismo catalán en la ciudad, el Palacio Cabanellas, construido tres años después por el mismo arquitecto, y actualmente destinado al funcionamiento de oficinas y comercios. Y la tríada se completa con el edificio Boero, proyectado por el Arquitecto Ángel Vanoli en el año 1930 y construido por la Empresa Constructora Tainana, Paolini y Cía.
La calle que no dormía
Segunda generación de una de las primeras familias en abrir su negocio en calle San Luis, Elías Soso podría considerarse la memoria viviente del centro comercial. Heredó historias de cuando la zona de Dorrego y San Luis estaba apenas en construcción y de las mejores épocas de la calle, cuando era el centro mayorista de artículos textiles y de indumentaria de toda la región.
Cuando se le pregunta por la mejor época de la calle, no duda. “Fueron la década del 30 o del 40, cuando Rosario era la capital del interior del país en materia de producción de indumentaria. En esa época podía venir un cliente y pedir cien pantalones y los teníamos”, recuerda.
Y como los mejores clientes provenían del interior y llegaban en tren por la noche, muchos comerciantes mantenían sus negocios abiertos hasta la madrugada “para capturar al público que bajaba del tren”. La costumbre no estuvo exenta de dificultades. “Muchos se quejaron porque lo consideraban una competencia desleal”, cuenta Soso.
Para evitar conflictos, primó la camaradería. Según dice el comerciante, se firmó un documento donde todos los dueños de locales acordaron cerrar a las 20. “Quienes no cumplían con ese mandato corrían el riesgo de ser despreciados”, completa Soso. ¿Qué quería decir esto? Que no lo iban a admitir a jugar a las cartas en el café de San Luis entre Italia y España, lugar de encuentro después del cierre. Pero esa es ya otra historia.
FUENTE: Carina Bazzoni – www.lacapital.com.ar