Durante décadas, el Casal de Cataluña fue un refugio para los inmigrantes que llegaban al país desde esa región de España. Centro de reuniones, de actividades culturales, club social, biblioteca, embajada “sin papeles”; en definitiva, un ancla en la Ciudad para la colectividad. El sitio en donde el idioma catalán era norma y las tradiciones, un mensaje para pasar de generación en generación que se convirtió en una referencia porteña y ahora comenzó una restauración necesaria.
Por fortuna para el barrio de San Telmo, y para el patrimonio en general -es Monumento Histórico Nacional desde 2014-, la obra abarca por ahora a la fachada del edificio. Desde la semana pasada se encuentra envuelta por andamios y se espera que los trabajos se extiendan por seis meses.
En Argentina se asentó la segunda comunidad más importante de catalanes y este casal es el más antiguo del mundo, junto a otro que se encuentra ubicado en Cuba; la primera comunidad de migrantes se encuentra en Francia.
A lo largo de más de cien años, la estructura del casal fue cambiando. Llegó a estar conformado por cuatro instituciones. Y el crecimiento y la importancia de la comunidad le permitió también expandirse; de un edificio pasó a tener dos. Y su fachada acompañó los cambios: era en su origen de estilo italianizante, hasta que se decidió renovarla para que pudiera reflejar el estilo arquitectónico que representa a la región, el modernismo catalán, que tiene al arquitecto Antonio Gaudí como su mayor exponente.
Ariel Vives Bloise, presidente de la institución, acompañó a Clarín en una recorrida por el edificio y por su historia, que se remonta a 1886 y a un matrimonio: Luis Castells y Elisa Uriburu. Ambos con una posición social y económica muy importante, compraron la parcela en donde se construyó el primer edificio, el más grande, que se inauguró en 1889. Elisa era hija de Francisco Uriburu, un político y hacendado que fundó un pueblo al que bautizó en honor a ella: lo que hoy es la localidad de Villa Elisa, en el partido de La Plata.
Y la primera fachada de ese edificio continuó el status quo barrial: un clásico estilo italianizante, el que aún se puede ver en muchas de las viviendas y edificios bajos de San Telmo. Los constructores eran inmigrantes italianos, que mayormente trabajaban en los palacios y residencias que se levantaban por aquellas épocas en Buenos Aires.
Recién en 1910 se incorpora la otra parcela, en la que hoy funciona la biblioteca Pompeu Fabra; bautizada así en honor a un ingeniero y lingüista reconocido por haber establecido la normativa moderna de la lengua catalana.
Para 1926, ya con los terrenos unificados, el casal creció también hacia arriba y se decidió el cambio en la fachada. Para esto se contrató a un arquitecto nacido en el país, pero de madre y padre catalanes: Julián García Núñez, con muchísimas obras en la Ciudad.
Junto a Eugeni Campllonch, diseñaron este frente que respeta el concepto del modernismo catalán, basado en la naturaleza y con elementos decorativos de una gran importancia plástica.
Y en el casal esos conceptos fueron cumplidos al pie de la letra. Vale la pena esperar los seis meses que demandará esta restauración para después buscar las bellas figuras que componen su fachada: sirenas, leones alados con cabeza de mujer, aves, dragones alados, plantas, flores, hojas, figuras humanas.
Además, el hierro forjado de los balcones, profusamente ornamentado, también con motivos de la naturaleza. Y claro, las clásicas cerámicas y el color celeste que representa a este estilo arquitectónico. “La fachada es también sinónimo de la opulencia de esta camada de inmigrantes”, cuenta Vives Bloise.
Pero el germen de este casal se remonta a 1750 y no a San Telmo, sino al de Montserrat. En ese barrio porteño -que aún no se llamaba así- comenzaron a concentrarse las familias llegadas de Cataluña. Allí se afincaron, también con sus comercios. Se dice que en las calles se hablaba en catalán. Estas familias colocaron la piedra fundamental de lo que sería la Parroquia Nuestra Señora de Montserrat, santa patrona de los catalanes. Tema aparte: aunque suene increíble, el barrio recibió nombre definitivo y formal recién en 1972.
“Las familias que venían montaban sus negocios en las plantas bajas de las casas y vivían en la planta alta. Para fines de 1770 se termina el monopolio de la Corona de España con el puerto de Cádiz (los barcos que zarpaban de Cádiz navegaban hacia América y los que zarpaban de Barcelona, lo hacían por el Mediterráneo), y entonces da inicio la primera gran migración de catalanes. Muchas familias llegaban ya con recursos, porque en realidad venían hacia América para ampliar sus fortunas”, relata Vives Bloise.
Volviendo al matrimonio Castells y Uriburu, no sólo compran la parcela, sino que construyen y donan el edificio. Y en él convivían cuatro instituciones: el Centre Catalá, la Embajada de España, la Cámara de Comercio Argentino Española y la Asociación Catalana de Socorros Mutuos Montepio. Pero a partir de 1923 las cosas comienzan a cambiar.
Con el ascenso del dictador Primo de Rivera al poder de España, muchos de los catalanes que empezaron a migrar a la Argentina llegaban escapando de la persecución política: “Como mi abuelo -recuerda Vives Bloise-. Así es que las convivencia de las cuatro instituciones se hace insostenible. Recién para 1940 se llega al formato de Casal de Cataluña que se conoce hoy”, resume.
Uno de los tesoros del Casal -además de las delicias del restaurante, con varias recetas típicas- es su biblioteca, Pompeu Fabra. Tiene 13.000 libros, algunos de ellos, incunables. Para la cultura catalana, es un lugar único, por eso es visitado por investigadores que vienen a buscar lo que en España no encuentran. Muchos libros fueron quemados y desaparecidos durante la dictadura de Primo de Rivera.
“Muchos inmigrantes traían libros escondidos entre el equipaje y las ropas. Y luego los cedían a la biblioteca. Tenemos catalogados casi el 90% y un 70% ya subido a un software que facilita la gestión de la documentación”, explicaron.
Abierta a la comunidad, la actividad más importante es la enseñanza del idioma; que para la comunidad es mucho más, ya que lo consideran una lengua y parte de su identidad. En las épocas más oscuras de las dictaduras que atravesó España no podían usar el catalán ni siquiera en las lápidas de sus muertos. Este año, los cursos de catalán incorporan clases de cocina y de danzas típicas, entre otras actividades.
Las obras en el casal acompañarán las que se llevan a cabo en el Casco Histórico, en donde la Ciudad repone el adoquinado y recupera otras fachadas históricas, como la del edificio Otto Wulff, entre otras intervenciones. Durante las noches el casal además será iluminado con nueva tecnología led.
FUENTE: Silvia Gómez – www.clarin.com