El arte público hoy padece el vandalismo lacerante que los va despojando de su referencia histórica. Muchos de los edificios donde vivieron personalidades de la cultura se han quedado sin su chapa de bronce porque alguien decidió venderla al menudeo.
El arte público hoy padece el vandalismo lacerante que los va despojando de su referencia histórica. Muchos de los edificios donde vivieron personalidades de la cultura se han quedado sin su chapa de bronce porque alguien decidió venderla al menudeo.
En Parque Lezama, quedó vacío el templete que alojaba a Diana fugitiva. Se fue nomás. No es que haya huído, claramente. La retiraron porque ya no podría soportar mas “chapa y pintura”.
Y la réplica de la Estatua de la Libertad -emplazada en las Barrancas de Belgrano- fue salvajemente grafiteada. Al igual que Obelisco en los festejos por ganar el Mundial de Qatar 2022.
Pero este desprecio por nuestras huellas culturales tiene larga data. Por ejemplo, en 1932 el majestuoso Pabellón Argentino fue demolido para ampliar la Plaza San Martín. No fue un delincuente. Fue una desacertada decisión política.
La construcción monumental estuvo próxima a la Torre Eiffel durante la Exposición Universal de París de 1889. Luego fue desmontada y trasladada a Buenos Aires para funcionar como sede del Museo de Bellas Artes. Por suerte, el patrimonio no sufre desarraigo.
Como si el desguace de esta obra emblemática de tiempos de prosperidad económica no fuera suficiente desaire, a las cinco estatuas que lo coronaban las distribuyeron por distintas plazoletas de la Ciudad.
Hace aproximadamente un año, entre el bullicio de los colectivos y los bocinazos de los automovilistas, me topé con una de esas figuras alegóricas en Av. San Isidro Labrador y Av. Cabildo del barrio de Saavedra. Me costó darme cuenta que se trataba de “La Agricultura” de Louis-Ernest Barrias porque los amigos de lo ajeno se habían llevado la placa de esta sobreviviente.
Ahí estaba, una de las estatuas que conoció el río Sena, hoy prácticamente invisible hasta para los propios vecinos. Sin nombre. Sin identificación. Descontextualizada, en la plazoleta más exigua de la ciudad, un triángulo diminuto perdido entre los locales comerciales, el metrobus y un taller mecánico.
Después fui en busca de las restantes por todos los puntos cardinales. Están como hermanas huérfanas en el seno de distintas familias, pero a salvo.
Recorrí otras plazas, otros monumentos. Cientos de marcas de bronces arrancados sin piedad de los pies de nuestros tesoros urbanos. Querubines sin brazos y héroes sin espadas, todo, vendido al peso.
FUENTE: Mariela Blanco – www.ambito.com