Así como los trenes se estrenan con una marcha blanca, un recorrido de prueba para ajustar detalles, así volvió La Ideal, uno de los cafés más notables de la Ciudad de Buenos Aires. Cerrada durante casi cinco años, reabrió la semana pasada sin que ni siquiera fuera anunciado, para dar tiempo a que el nuevo equipo de trabajo se habitúe y los procesos se aceiten.
Pero la noticia corrió por los senderos incontenibles de las redes sociales: tuits que acumulan miles de likes, y reels en Instagram que cosechan suspiros. Las vedettes del regreso son el reloj con flor de lis de la vidriera, la cúpula de cartapesta y vitrales, la carta dulce a cargo del maestro pastelero Gustavo Nari.
Lo que más celebran los clientes es el respeto al espíritu original. La renovación del edificio de Suipacha al 300 ancló en la estética de los inicios de la confitería, que abrió en 1912, el mismo año del malogrado viaje del Titanic. Uniforme negro con detalles en blanco para las empleadas de la tienda delantera, reloj con motor original, gran ascensor antiguo, suntuosas arañas, madera y oro aquí y allá: todo remite a la Belle Époque.
El café estuvo en cierre por restauración desde diciembre de 2017, cuando colocó en su frente un cartel que aclaraba que La Ideal no había cerrado sino que hacía “una pausa para su puesta en valor”. La obra sufrió importantes demoras, sobre todo por la pandemia. Pero finalmente vio la luz y no decepciona en ningún sentido ni a ningún sentido.
La vista
La Ideal fue fundada hace 110 años por el inmigrante español Manuel Rosendo Fernández. El edificio, diseñado por el ingeniero C. F. González, fue ahora renovado por el arquitecto Alejandro Pereiro, de Pereiro, Cerrotti & Asociados. Es el mismo estudio que recuperó clásicos como La Ópera, La Giralda y Petit Colón.
Entre los artistas que participaron de esta obra figuran la vitralista Paula Farina Ruiz, quien también puso a punto los vitrales de las confiterías del Molino y Las Violetas; y la restauradora Agustina Esperón, que ya trabajó en el teatro Colón y en el Congreso.
“Cuando vine en 2019 no había nada hecho y era una locura cómo había quedado todo tiznado de cigarrillo, de los años, de la grasa -recordó Esperón en junio en diálogo con este diario-. Hicimos cateos con bisturí, levantamos con pistolas de calor los barnices que no dejaban respirar a la madera, aplicamos la cera con botecitos y después bruñimos con corderitos. Es un trabajo artesanal”.
La segunda puerta de La Ideal, similar a la primera pero en la primera línea de columnas, sigue estando pero ahora unos pasos más atrás, para que el área delantera de cafetería y panadería al paso tenga más espacio. Si se atraviesa este segundo portal se llega al salón principal, en el que prima un extenso sofá rojo carmín ubicado a lo largo y asiento de ambos lados, rematado por mesas.
Otro elemento que se mantuvo -y se potenció- fue el óvalo, que vuelve a ser omnipresente en puertas, espejos, ascensor, molduras, vidriera y boiserie. Y regresa de donde jamás debió haberse ido: se reabrió el famoso hueco oval del primer piso para que pueda apreciarse la cúpula.
La renovación se completa con decenas de sillas Thonet restauradas, vitrales resucitados, frente símil Piedra París, estuco veneciano en las columnas, flores de lis doradas y un piano de cola en el primer piso, donde supo funcionar el salón de fiestas de La Ideal y después su tradicional milonga. Por ahora la música sale del piano vertical ubicado en el escenario del entrepiso, sobre la barra trasera de planta baja.
Una vuelta a todo vapor, para hacerle honor al aire señorial de la confitería. El mismo que le valió ser locación de películas como Evita de Alan Parker o Tango de Carlos Saura. O recibir las visitas del novelista polaco Witold Gombrowicz, la actriz mexicana María Félix, el actor y director italiano Vittorio Gassman, y presidentes como Hipólito Yrigoyen y Arturo Illia.
Los sabores
La carta también revisa el pasado, pero con una vuelta de tuerca moderna. Hay palmerones y vigilantes, pero también croissants y cinnamon rolls. Se ofrecen macarons y cookies, aunque hay lugar además para manzanas caramelizadas.
En las bebidas calientes, al café clásico se le suman versiones alcohólicas -con whisky o licor-, frías -cold brew con vodka- y hasta chocolate belga caliente. El menú sigue con desayunos completos -que van de la clásica medialuna al tostón con palta-, cócteles, sándwiches, ensaladas y propuestas al plato.
Meses antes de reabrir, La Ideal comenzó a ofrecer visitas guiadas para que los más ansiosos vieran los últimos toques de la obra. También “Tardes de té” y “Gran Vermut”, para ir probando el menú mientras tanto. Incluso en el Día de la Madre se empezó a vender en su tienda online té en hebras, bombones y pastelería de elaboración propia, entre otros productos.
Para eso, La Ideal construyó detrás del salón una cocina de última generación, con hornos eléctricos alemanes, cámaras frigoríficas y salas específicas de pastelería, cocina al vacío y sistema domótico para controlar electrónicamente audio, aire acondicionado, puertas y comandas.
Con todo listo para revivir una experiencia de hace un siglo en el lugar que la vio nacer, ahora resta que locales y extranjeros terminen de redescubrirla y La Ideal se convierta, otra vez, en una de las protagonistas de la escena gastronómica porteña más clásica.
FUENTE: www.clarin.com