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Home Patrimonio

El fotógrafo egipcio que retrató Buenos Aires

11 septiembre, 2022
in Patrimonio
El fotógrafo egipcio que retrató Buenos Aires

Nació en 1924 en El Cairo. Se educó en Berlín, huyó de los nazis a Hungría, de donde tuvo que volver a escapar de ellos y de la invasión soviética, las dos veces, a Suiza. Vivió en París. Volvió a Egipto. Y en 1953 llegó a la Ciudad de Buenos Aires, donde su mujer tenía familia. Una década después había publicado los libros de fotos “Buenos Aires y su gente” y “Buenos Aires, mi ciudad”, y vendría alguno más. Acá se quedó hasta que murió en 2009.

Saamer Makarius fue pintor antes que fotógrafo. Cofundó el Grupo Húngaro de Arte Concreto, expuso con la Nueva Figuración en Buenos Aires y promovió el grupo Forum para afianzar la fotografía como arte. Pero fue con la cámara Leica, que traía colgada ya en el barco, que conoció a la Ciudad y el idioma español.

Su mirada de pintor abstracto está en sus composiciones más cuidadas. Sin embargo, una de las cualidades de sus fotos es la frescura, un modo de capturar el asombro.

Makarius es considerado un pionero de la “fotografía callejera”, esa que permite “oler la calle”, según el neoyorkino Bruce Gilden, uno de sus referentes.

Esa historia empezó en Suiza, donde el inmenso fotógrafo Werner Bischof le aconsejó pasar de la pintura a la foto para ganar un poco de plata. Y siguió en París, donde conoció a Henry Cartier Bresson, pope del fotoperiodismo, fundador de la agencia Magnun -en la que estuvo Bishop-, padre del concepto del “instante decisivo” para fotografiar y defensor de la instantánea frente a las imágenes de estudio.

Makarius buscó “sorprender a la vida en flagrante delito”, como decía Cartier Bresson. El asunto es que muchas veces la vida lo sorprendía a él y, en el caso de las escenas porteñas, procuró que se notara.

En julio abrió su muestra “La imagen generosa” en el Museo del Cabildo y la Revolcución de Mayo (Bolívar 65), con parte de su obra fotográfica realizada entre 1953 y 1968, objetos y documentos, y se la puede visitar hasta noviembre. Además, esta semana se inauguró “¿A dónde vamos Buenos Aires?”, con imágenes sobre cafés y otros espacios de encuentro y de goce de los porteños, en el histórico bar El Federal (Carlos Calvo 599), de 8 a 2 am, hasta fin de mes, gratis.

“Para elegir las imágenes, pensé en dos dimensiones -cuenta Romina Metti, curadora de la exposición en El Federal-. Por un lado, porteños circulando, divirtiéndose, en el billar o con los naipes. Y, por el otro, la ciudad detenida o enmarcando una acción en potencia, como se ve en esa foto, preciosa, de hombre durmiendo la siesta en el Parque Lezama”.

“El subtítulo de la muestra es ‘Una invitación fotográfica’. Lo elegimos porque en todos los gestos que aparecen en las fotos el plan es salir con Buenos Aires no sólo en Buenos Aires. La idea es le pregunto a mi ciudad y hago el plan con ella”, agrega.

Makarius legó imágenes emblemáticas del Obelisco, por ejemplo, y otras de lugares hoy irreconocibles porque cambiaron o porque hace rato que no existen. Estas últimas copan “¿A dónde vamos…?”, salvo por las del Café Tortoni y la Confitería del Molino, indica Metti.

“La mayoría son fotos de una Buenos Aires que se perdió. En aquellos años la gente tenía tiempo, compartía largas sobremesas, podía disfrutar la siesta en una plaza sin temor y sin tener que atender el celular”, señala la curadora. Y agrega: “Por eso, la pregunta ‘a dónde vamos Buenos Aires’ también encierra una esperanza. Si esa era una Buenos Aires que nos gusta, ¿por qué no volver a hacerla?”

En las 49 tomas exhibidas en El Federal, realizadas entre 1953 y 1956, conviven multitudes y soledad, avenidas y suburbios, pizzerías repletas y hotelitos vacíos. Lo que crecía y lo que moría. Movimiento y quietud.

Y frente a esas imágenes, mejor no dejar pasar los detalles. El movimiento que puede verse en un peatón apresurado, que parece una ráfaga -una marca de identidad de la “foto callejera”- entre clientes de un café apoltronados frente a las mesitas de la vereda. En un chico, que a los lejos en la imagen, pega la vuelta en bicicleta. O en un rostro que se asoma a la foto sonriendo tras descubrirlo a él enfocando. Por eso, justamente, es interesante mirar esas obras como estampas -en general, amorosas- del trajín y de la sorpresa.

Aunque Makarius tuvo fama de cascarrabias, los títulos de algunas fotos refuerzan otro aspecto: el humor, de ese que puede ayudar a sobrellevar incluso tragedias. “El rey del Caldas”, por ejemplo, está de pie solo en la puerta del humilde Hotel Caldas del Rey, enmarcado junto a un anuncio de Coca Cola.

Las imágenes y el hecho mismo de que se expongan en un bar exhiben además el valor que Makarius dio a lo cotidiano. Por si hubiera dudas, Karim, su hijo, artista plástico, contó que su padre decía que cuando tuvo que mudarse de Berlín a Budapest se sintió “defraudado hasta que desayunó con el típico salame húngaro y se enamoró del país”.

Karim es uno de los curadores de la “La Imagen generosa” -junto con María Laura Pérez Veronesi y Marcelo Pizarro- y colaboró con “¿A dónde vamos…”, producida por la Cámara de Cafés y Bares de la Asociación de Hoteles, Restaurantes, Confiterías y Cafés (AHRCC) y el grupo Los Notables, con apoyo del área de Patrimonio de la Ciudad. La idea es que desde octubre esta última salga de gira por otros bares.

Que se expongan dos muestras de Makarius en simultáneo en la Ciudad tiene algo de reivindicación, como apunta Metti. “Pienso que hay una especie de deuda de la ciudad con él. Aunque su obra está en museos y en colecciones privadas, no pudo vivir de su trabajo y su familia pasó momentos muy difíciles”, explica.​

En el Cabildo, las fotos, los objetos de su laboratorio -montado en la sala- y sus cámaras -entre ellas, la Leica- forman “la primera muestra en Argentina que comparte integralmente su arte y su trabajo”. Dan cuenta de que fue coleccionista, ensayista y de que incluso organizó muestras. La experiencia de pasar por El Federal (1864) también vale la pena.

El bar fue pulpería, almacén de productos ultramarinos, prostíbulo y, ya en el siglo XX, escenografía de películas, entre ellas, “Cafetín de Buenos Aires“. Parte de la historia de la Ciudad y su gente se puede evocar entre sus mosaicos calcáreos originales, la gran barra con arco, reloj y vitraux, la máquina registradora, las barricas de roble francés y su colección de chapas y avisos enlozados. Clarín ya lo contó: hay quien se sienta a sus mesas a imaginarse el ruido de una carreta. Es decir, a viajar, como ante las obras de Makarius, en una cápsula del tiempo.

FUENTE: Judith Savloff – www.clarin.com

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