Argentina le debe a un parisino, Jules Charles Thays no sólo el Jardín Botánico de Buenos Aires sino también haber conservado nuestra mayor costumbre nacional, la yerba mate, que en el siglo XIX ya estaba a punto de desaparecer junto con el “extinto” rosismo y la memoria de los malogrados jesuitas.
El arquitecto y paisajista Carlos Thays tenía 40 años cuando llegó a Córdoba para diseñar el Parque Sarmiento, pero como siempre sucede en estas historias, se enamoró de una uruguayita de 16 años, Cora Venturino y, entre regresar al barrio francés de Versalles, donde se había criado, y afincarse en Buenos Aires, triunfó el amor, se casó y se quedó.
En sus fructíferos 90 años de vida, este hombre de dos siglos y dos continentes dejó una impronta inigualable en su nueva patria. Cuando se fue del mundo, cubierto por honores blanquicelestes, ya había sembrado la Argentina con 150.000 árboles y había tapizado de verde casi todo el país: Salta, Tucumán, Rosario, Paraná, Azul, San Fernando del Valle de Catamarca, Mar del Plata, Corrientes, Mendoza….
Además, impulsó la creación de nuestro segundo Parque Nacional, Iguazú, diseñó varias estancias para los aristócratas (Villa María de los Pereda, La Candelaria de los Piñero, para los Díaz Vélez, Pedro Luro, Julio Argentino Roca, los Guerrico- Gûiraldes de San Antonio de Areco, etc), y dejó varias obras en Uruguay (Carrasco, Boulevard Artigas, Parques Battle e Independencia, etc). Y aún así tuvo tiempo para engendrar dos hijos, Ernestina y Carlos León, con quienes continuó la tradición familiar gala de varias ininterrumpidas generaciones de Charles en la familia Thays.
Carlos Thays tapizó de verde el pasado rosista
Ya afincado en Buenos Aires, la idea de hacer un Jardín Botánico en Buenos Aires no fue propia sino una deuda casi de honor con un compatriota, Aimé Bonpland, que el mismísimo Bernardino Rivadavia había traído a las pampas con ese fin, dos veces malogrado, ya que un segundo intento de Torcuato de Alvear, el primer Intendente que tuvo Buenos Aires, también había quedado en la nada.
Thays tenía algo a su favor: no andaba con vueltas. Cuando “para tentarlo” lo nombraron Director de Parques y Jardines Públicos de la Capital, el 22 de febrero de 1892 remozó y presentó sin dar respiro “su” proyecto del Jardín Botánico de Aclimatación, con propósito científico y también “un paseo de gran belleza”, para plantar en él especies vegetales que ya no cabían en el Vivero Municipal.
Explicó que necesitaba al menos 8 hectáreas en un terreno elevado y que ya le había echado el ojo a un predio, el Polvorín de Cueliá, un desvencijado almacén de pólvora que entonces albergaba el Departamento Nacional de Agricultura y el Museo Histórico Nacional, dos títulos muy pretensiosos para algo que solo parecía un viejo depósito pólvora de los tiempos de Juan Manuel de Rosas.
En sólo seis meses, Thays recaudó las firmas más codiciadas de la época –desde el intendente Francisco Bollini hasta la del Presidente Carlos Pellegrini- y logró que 77.649,69 metros cuadrados que habían sido del “Restaurador de las Leyes” y luego del Estado pasaran a la Municipalidad y fueran su propio domicilio –con su familia, Thays se instaló en la sede de la Dirección de Parques y Paseos.
El verde de Carlos Thays y el punzó rosista
El 2 de septiembre de 1892 comenzaron las obras en esos terrenos “con vista a los bañados de Palermo”, que también se divisaban desde la casa del líder punzó, entre las calles Las Heras, Santa Fe y el Conservatorio Nacional de Vacuna.
Thays soñaba unir los Bosques de Palermo, el Jardín Zoológico y el Jardín Botánico con “colecciones vegetales” que fueran “una distracción y un elemento poderoso de instrucción para la población bonaerense”.
Aunque las imágenes de época parecen yermas a la luz del esplendor actual, en el predio ya habían eucaliptus añosos, jazmines, madreselvas y naranjos rosistas, sin contar un tala veterano, una reliquia viviente de esa especie que proliferaba por los bosques pampeanos, pero que prácticamente se extinguió por la mutilación indiscriminada que la convirtió en la mejor leña para alimentar los fogones.
Thays sabía muy bien lo que hacía y tenía una imagen apoteótica del conjunto. Era consciente de que no podía alterar la flora porteña, pero inventó espacios verdes para las especies que podrían adaptarse al clima rioplatense.
THAYS no sólo quería ver verde sino crear espacios culturales. Por eso, proyectó un jardín francés, uno romano y uno inglés y, aunque en total diseñó cinco invernaderos, uno de ellos es un pabellón Art Nouveau, de 35 x 8 metros, una joya arquitectónica “moderna” de vidrio y hierro forjado, como los que entonces proliferaban en Francia. Lo destinó a proteger bromelias y helechos del sol abrazador de las pampas.
Thays presentó ese diseño en la Exposición de París de 1900 y recibió un premio.
Verde para enterrar el rosismo
Respetando seis principios paisajísticos básicos, trasladó a la jardinería pública de Argentina lo que regía en Francia:
– una perspectiva lograda con ejes que parecieran infinitos;
– elementos centrales que funcionaran como puntos de fuerza (fuentes, esculturas, estatuas)
– repetición de composiciones geométricas diversas;
– simetría bilateral;
– sendas y vías que confluyeran con la composición central;
– mobiliario de jardinería urbana.
Como si fuera un globo terráqueo, dividió geográficamente el espacio en cinco regiones, una para cada continente, pero reservó la mayor área a las plantas autóctonas de Argentina. Respetando cada continente, hizo traer ejemplares propios de Asia, África, Oceanía, Oriente, América, India e incluso China y Rusia. Logró que se adaptaron a nuestro suelo y se reprodujeron para canjearlos por otros ejemplares en todo el mundo.
Cuando el Jardín Botánico se inauguró el 7 de septiembre de 1889, tras seis años de obras, era el Paraíso: 5.500 especies botánicas que aún perduran; un laboratorio de hierbas medicinales; ginkgo bilobas de China; acacias, eucaliptus y casuarinas; de Oceanía; robles, avellanas y olmos de Europa; y del África: helechos, palmeras, dátiles y gomeros de Africa; sequoias gigantes de Estados Unidos; guayabas, chirimoyas y ocho variedades de maíz oriundas de América y, en el predio de Argentina, además de una fortaleza que era la nueva Dirección de Parques y Paseos, una gran novedad.
Carlos Thays y la yerba mate
Thays destinó el sector argentino a experimentar con la germinación industrial de la yerba mate, que desde la expulsión de los jesuitas se había perdido. Para entonces, sólo había semillas que se morían junto a una tradición guaraní que ya se exterminaba: el mate.
Thays investigó los métodos de germinación de las semillas e hizo numerosas pruebas en el Botánico, siguiendo los consejos que había oído de su antecesor, el naturalista compatriota Aimé Bonpland, quien había convivido con herederos de las misiones jesuitas, pero cuyos escritos se habían perdido.
En 1895, Thays consiguió las primeras semillas de yerba mate y algunos plantines, pero ni lo uno ni lo otro parecían prosperar.
Hasta que sumergió las semillas en agua bien caliente y ese shock las revitalizó. Los gajos no prosperaban pero logró hacer germinar las semillas al someterlas a una prolongada inmersión en agua a elevada temperatura. Así se refería el paisajista a su descubrimiento: “(…) obtuve así un gran número de ejemplares que se pueden denominar domésticos que producen granos que germinan, aunque un poco lentamente, sin ninguna preparación”
Ante tamaño éxito, la Dirección de Agricultura y Ganadería de la Nación Argentina convalidó el método Thays de obtención de semillas de yerba y lo difundió por el Noroeste del país.Además de pura vida verde, el Jardín Botánico, es una manifestación de las artes plásticas. En los paseos se encuentran varias esculturas de gran belleza: “La Primavera”, “Ondina de Plata”, “Loba Romana”, “Mercurio”, “Venus”; “Saturnalia” y dos obras especiales, “La Pastoral” y“El Despertar de la Naturaleza”, inspiradas en la Sinfonía VI de Beethoven.
El Jardín tuvo desde el principio una Biblioteca Botánica y el Museo Histórico se trasladó a Parque Lezama.
La vivienda de estilo inglés que habitó Thays se convirtió en el edificio central del predio, una sede administrativa, ya que el lugar sigue perteneciendo al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
El sucesor de Carlos Thays, Benito Carrasco (1914 y 1916), agregé en el predio la Escuela de Jardineros y un gabinete de Fotografía.
En 1937 se le dio al Jardín el nombre de su fundador, “Carlos Thays” y en 1996 se lo declaró Monumento Histórico Nacional. En 2009 su nombre erdió el carisma inicial, al cambiar pasar a denominarse “Dirección Operativa Jardín Botánico Carlos Thays”.
FUENTE: Mónica Martin – www.perfil.com