Campo, llanura y un horizonte lejano. Cuando don Agustín Rafael Comastri subía al mirador que había mandado a construir, tenía pleno dominio de las tierras que lo rodeaban. Unas 60 hectáreas que eran de su propiedad: algunas de las más altas en aquellas épocas, fértiles y bañadas por el Arroyo Maldonado. Hoy esas tierras son el barrio de Chacarita, y algo de Villa Crespo, Palermo y Colegiales. Y ese mirador -que está en el corazón de una manzana que ocupa una escuela secundaria- es una de las pocas construcciones rurales que subsisten en la Ciudad. Acaban de concluir su restauración y en un futuro los vecinos podrían visitarla.
Inmigrante italiano de aquella ola que llegó al país entre las décadas del 1850 y 1860, Comastri plantó allí árboles frutales, tuvo viñedos, una fábrica de ladrillos e incluso habría sido un pionero en la cría de gusanos para la seda. Y cuando amasó una fortuna considerable, encargó al arquitecto y pintor Eugenio Biagini la construcción de una casona de estilo renacentista italiano: una planta cuadrada, con galerías, en la que los ambientes se suceden. Una suerte de réplica de las villas campestres, típicas viviendas señoriales de la Toscana italiana. Los pisos superiores se van escalonando y retirando hasta rematar en un mirador con una cúpula de acero y vidrio. Don Agustín vivía allí con su familia: su esposa, Clementina Cataldi, y sus diez hijos.
En la década de 1920 la propiedad y el terreno circundante -la manzana delimitada por las calles Loyola, Bonpland, Aguirre y Fitz Roy, en Chacarita- fueron adquiridos por el Estado a la sucesión de la familia Comastri. Allí primero funcionó una escuela primaria, luego una residencia para estudiantes universitarios y, desde 1957, la actual escuela técnica Ingeniero Enrique Martín Hermitte.
“En 1978 hubo un incendio muy importante, que destruyó buena parte de la casa y el mirador. Todo este tiempo estuvo cerrada, así que encontramos un sitio muy deteriorado. Por eso el foco de la restauración estuvo puesto en lo estructural”, explica la arquitecta Sonia Terreno, responsable de la obra llevada adelante por el Ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte porteño. Los pisos y las vigas de madera estaban destruidos, no sólo por el fuego y el abandono, sino por plagas, así que muchos refuerzos fueron reemplazados por metal.
Levantada entre los años 1870 y 1875, la construcción es sencilla, económica. “Don Agustín no era un noble de la Toscana, ni pertenecía a una familia patricia. Fue un hombre próspero que se anticipó al esplendor que se manifestó en Buenos Aires, cuando años después se construyeron algunos de los palacios que hoy son un símbolo de la Ciudad”, cuenta la arquitecta María Elena Mazzantini, experta en trabajos de preservación y especialista en conservación de madera.
“Entendemos que algunos detalles de calidad, algo pretenciosos, fueron agregados posteriores, como una chimenea de mármol. O incluso un cielorraso en uno de los salones principales”, evalúa Mazzantini. Este cielorraso se salvó por poco: colgaba de una losa a punto de colapsar. Para rescatarlo y que no se fisure, montaron una estructura de transición, así lograron “pescarlo” y sostenerlo hasta que se hizo la nueva losa.
Una sucesión de escaleras, también restauradas, llevan hacia el mirador: primero una de mármol, luego otra de madera, y finalmente una escalera caracol de hierro negro. Igual que el hierro con el que fue confeccionado el mirador, que además tiene vidrios repartidos de colores.
Sencillo y encantador al mismo tiempo, el mirador está rodeado de una frondosa arboleda: magnolias enormes, palmeras añosas, olivos. Y un jardín con sinuosos senderos que algunos piensan que fue diseñado por Carlos Thays. No es así, pero como sucede con los túneles, es otra de las leyendas que circulan en torno a esta casa.
O de las intrigas que generan algunos detalles: como el de las puertas finitas y altísimas, ubicadas en el primer piso. Vinculando a algunas de las habitaciones se colocaron puertas de medidas totalmente inusuales, que parecen inspiradas en un cuento al estilo de Alicia en el País de las Maravillas. Puede haber sido, sencillamente, algún recurso para aprovechar un espacio disponible. O no.
En el futuro, la ilusión de la comunidad educativa es que la casa y el mirador puedan ser conocidos por todos los vecinos. La idea es incorporar el paseo, durante el fin de semana, a alguno de los recorridos turísticos que organiza la Ciudad. Bien vale la pena descubrirla, asomando entre palmeras y magnolias.
FUENTE: clarin.com