Las propuestas sobre ambiente y vivienda que esperábamos escuchar en el último bloque del segundo debate presidencial resultaron casi inexistentes. Pareciera que para los candidatos, el cambio climático, las inundaciones, el avance de la ciudad informal y el dramático déficit de vivienda son entelequias.
Paradójicamente estos fueron los temas que sobrevolaron casi todas las ponencias en la última Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires que tuvo lugar la semana pasada en la Usina del Arte. Y que, desde el acto de apertura, puso en relieve Diane Gray, una especialista estadounidense en gestión urbana. “El colapso medioambiental es inevitable si no hacemos algo rápido”, alertó.
Las preocupaciones recorren las más diversas escalas. Desde la exploración de nuevos materiales de construcción con menos huella de carbón y más sustentables al diseño biofílico de nuevos conglomerados urbanos.
Por caso, el arquitecto colombiano, radicado en Milán, Mauricio Cárdenas Laverde explora el uso de la caña de bambú como un material ecológico que pueda utilizarse en las ciudades, en la construcción de rascacielos, edificios de vivienda y de oficinas. “La gran ventaja del bambú, pregona, es que contribuye a la protección del medio ambiente: ayuda a reducir el aumento de la temperatura del planeta, a controlar el efecto invernadero y a mitigar el cambio climático”.
Produce más oxígeno que cualquier otra planta en su ciclo de vida, absorbe CO2 y no lo devuelve al ambiente como ocurre con algunas maderas.
Cárdenas, que mamó la técnica del bambú en su país natal y que luego trabajó en oficinas como las de Renzo Piano y Ove Arup, que hacen de la tecnología y el detalle elementos claves de su arquitectura, desarrolló una manera de unir las cañas de bambú que sirve para hacer desde pequeñas construcciones a grandes edificios. Reemplazó las uniones artesanales a través de tientos por lo que él llamó “cartílagos”: una combinación de planchuelas de acero con bulones y piezas de neoprene de alta densidad.
De esta forma logró hacer de una modalidad constructiva artesanal utilizada en el campo, los bosques y zonas rurales, un nuevo sistema constructivo certificable para multiplicarse en arquitecturas de áreas urbanas.
La casa en las afueras de Shanghai tiene tres pisos, la estructura de bambú (sin uso de calvos), las paredes compuestas por un sándwich de madera, algodón de prendas recicladas y bambú y con un uso mínimo del hormigón en los cimientos. “El hormigón, aclara, es uno de los materiales que causa más daño al ambiente. No por el material en sí, sino por la forma de producción: el transporte, el uso abundante de energía y de agua”.
La misma técnica la utilizó en el Pabellón INBAR Garden en la Expo de Horticultura 2019 en China, donde diseñó arcos de bambú de 32 metros de largo, que los tensó por debajo de la tierra con cables de acero, tal cual como si fuera un arco. Arriba, en el techo, le puso tierra con plantas, elemento que funciona como el mejor aislante térmico y acústico de forma natural.
Podría decirse que casi en el otro extremo de Cárdenas, entre los ponencistas de la Bienal, estuvo la arquitecta libanesa, residente en EE.UU., Hana Kassem. Ella es una de las asociadas del estudio Khon, Pedersen & Fox (KPF), una oficina de 650 profesionales con sedes en Nueva York, San Francisco, Londres, Abu Dhabi, Hong Kong, Singapur y Seúl. KPF tiene obras descomunales que pueden llegar hasta los 500.000 metros cuadrados.
Para ellos el gran desafío es hacer que estas inevitables mega construcciones sean sostenibles. Inevitables porque está demostrado que la gente elije por múltiples razones vivir en ciudades. Y para que ellas sean sustentables deben ser densas, no extenderse como mancha de aceite. A principio del siglo pasado solo el 5% de la población mundial vivía en urbes, hoy ya supera al 50%. Y vale remarcar que en nuestro país supera el 90 %.
Kassem muestra desde ejemplos de actuación como el proyecto Red Hook Houses, un diseño participativo para recuperar con infraestructuras zonas urbanas asoladas en 2012 por el huracán Sandy al diseño urbano de One Vanderbilt que reforma, amplía y complementa la legendaria Estación Central de Nueva York, pasando por la Torre Robinson en el abigarrado tejido de Singapur.
En el caso de la Torre Robinson, el edificio está dividido en dos partes. La zona inferior está separada de la superior, que alberga 20 pisos de oficinas, por unos espacios aterrazados llenos de vegetación. Y en el coronamiento de la torre también diseñaron un jardín más grande que el anterior pero interior. Además, la forma multifacética de la torre responde a maximizar la llegada de la luz natural al edificio y a las calles circundantes. Y a mitigar las vistas directas a las torres adyacentes.
Por otra parte, One Vanderbildt será la torre de oficinas más alta del Midtown neoyorkino. Y se unirá al Chrysler y al Empire State redefiniendo el famoso horizonte de la ciudad.
Pero la base del edificio se integra a la Estación Central, creando un complejo que ofrece conexiones a la terminal, al nuevo acceso del East Side y al dinámico espacio público circundante, dando la bienvenida a miles de viajeros que transitan por este centro neurálgico diariamente.
Como asegura Kassem estos megaproyectos son “una oportunidad de mejorar el bienestar y la vida a un montón de gente”.
FUENTE: Berto González Montaner – www.clarin.com