La pandemia del coronavirus está poniendo en crisis varios pilares de la ciudad moderna, como la alta densidad, el transporte público y los espacios de trabajo. Más que soluciones concretas, el miedo al contagio está generando preguntas. Muchas de esas dudas se enfocan en cómo evolucionarán las oficinas cuando se levante la cuarentena.
Estamos seguros de que demanda de oficinas no desaparecerá pero cambiará mucho y con ella, las ciudades. La semana pasada, en un encuentro virtual organizado por la Sociedad Central de Arquitectos, el brasileño Martim Smolka, invitado como director del Programa para Latinoamérica del Lincoln Institute of Land Policy, pronosticó una posible pérdida del valor de los grandes edificios de oficinas en los centros urbanos y la necesidad de reconvertirlos en viviendas.
“El aumento del trabajo remoto y el abandono de edificios de oficinas en las zonas centrales, más los problemas de distanciamiento que ocasiona el uso intensivo de ascensores, podría aconsejar convertirlos en viviendas sociales”, explicó durante la teleconferencia “Hacia un nuevo paradigma urbano”, de la que también participaron especialistas como Margarita Gutman (EE.UU.), Zaida Muxi (España), Jorge Perez Jaramillo (Colombia) e Ignacio Alcalde Marcos (España).
Smolka ya había volcado sus polémicas opiniones en un encuentro para periodistas especializados en ciudad que realizó el Lincoln a mediados del mes. No son pocos los especialistas que coinciden con él. Todos saben que el impacto de la pandemia no se verá en seguida, pero sus efectos sobre el crecimiento de la ciudad mostrará resultados en el largo plazo. Todos se preguntan qué pasará con las oficinas y las ciudades.
Para Smolka, muchas empresas van a dejar sus espacios en edificios compartidos para mudarse a su propia oficina fuera del centro, esto hará que bajen los precios en los precios en las zonas centrales y aumenten en barrios que hoy son residenciales y pueden ser el nuevo objetivo para la radicación comercial.
En Nueva York, uno de los máximos polos corporativos del mundo, muchos inmobiliarios sostienen que las empresas y los empleados estarían felices si no tuvieran que volver a sus oficinas cuando la pandemia termine. Y piensan que la solución para mantener el negocio de los grandes propietarios podría ser convertir sus oficinas en edificios residenciales.
Recientemente, Ingrid Gould Ellen, directora del Centro Furman de Bienes Raíces y Política Urbana de la New York University aseguró que este fenómeno no sería algo nuevo. Consultada por el sitio inmobiliario The Real Deal, Gould explicó que, en los últimos años, se han visto varias reconversiones de oficinas a residencias en el Lower Manhattan y otras partes de la ciudad.
La reconversión de oficinas en viviendas parece un tanto difícil cuando se habla de grandes edificios de cristal, con tamaños y equipamiento demasiado costoso e inapropiado para viviendas. Pero no sucedería lo mismo con construcciones de otra categoría.
Según un informe de Cushman & Wakefield, la superficie alquilada de oficinas clase B viene disminuyendo desde hace dos años en zonas como el Microcentro, Puerto Madero y Centro Sur. En tanto, la demanda crece en otras áreas alejadas del centro, como el Corredor Panamericana y Corredor Dardo Rocha.
Esta tendencia a la desconcentración se podría potenciar a la salida de la cuarentena pero, en el largo plazo, produciría una desvalorización de las propiedades céntricas y un despoblamiento del área.
Smolka encuentra en ese proceso una oportunidad para aumentar la cantidad de viviendas sociales. “La presión urbana se dirigirá a la periferia, las empresas buscarán tener edificios propios en los barrios generando nuevos subcentros, habrá mucha población dispuesta a radicarse en barrios cerrados en la periferia que quitará la posibilidad de conseguir tierra para proyectos sociales, lo que hará más oportuno convertir los edificios vacíos de las zonas centrales en viviendas sociales”.
FUENTE: Miguel Jurado – www.clarin.com