No hace ni frío ni calor. No hay aglomeraciones. Andenes, pasillos, escaleras mecánicas y ascensores, limpios. Los servicios tienen una frecuencia de 1,5 minutos en hora pico. Las formaciones parecen flamantes, a pesar de varios años de servicio. No hay pintadas ni pegatinas: si la autoridad de control las detecta, multará a la empresa operadora de los subtes de esta ciudad. Un simple “te amo” escrito en birome en un respaldo plástico puede costarle unos 300 euros.
El servicio de transporte de Lyon es mucho más que sus cuatro líneas de metro, con las mismas letras que las primeras cuatro del subte porteño: A, B, C y D. La diferencia es que hace 40 años Lyon no tenía ni una, mientras que en Buenos Aires, la primera argentina y de América Latina (de Plaza de Mayo a Primera Junta, por debajo de la avenida Rivadavia) empezó a operar en 1913.
Luego de París, Lyon posee la mayor red de transporte público francés: cuatro líneas de subte (una automática y otra lo será el próximo año), cinco tranvías, nueve líneas de trolebuses, 122 de autobuses (20 son microómnibus), 196 transportes escolares y dos funiculares. Todo lo gestiona Keolis, una empresa francesa que opera en unas 300 ciudades del mundo. Con Transport For London (TFL, la autoridad de control del transporte público de la capital británica) y Helport (de la Corporación América, dueña de Aeropuertos Argentina 2000), compite en la licitación por el subte porteño.
En diciembre, vence el contrato de la Ciudad con Metrovías que ya se prorrogó dos veces. Hay tres interesados en operar el subte los próximos 15 años: Keolis y sus socios; RATP, la operadora estatal del subte de París, y Metrovías, con el asesoramiento de las alemanas Siemens y Deutsche Bahn. El Ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte porteño informó a LA NACION que aún no hay una fecha cierta de adjudicación.
“Hay que pensar como un pasajero, esa es la cultura de Keolis. Porque al pasajero le importa que el servicio de subtes sea eficiente y en un entorno seguro y limpio”, planteó Bernard Tabary, director ejecutivo internacional de la firma. Fue al dialogar con periodistas argentinos invitados a esta ciudad, París y Londres para conocer cómo trabaja la empresa, que es en un 70% de la Sociedad Nacional de Ferrocarriles Franceses (SNCF) y en un 30% del fondo de pensiones CDPQ de Quebec que maneja 400.000 millones de dólares en el mundo.
En esta ciudad, tiene 4200 trabajadores (2500 son conductores) con un presupuesto anual de 350 millones de euros. Las tarifas las maneja Sytral, la autoridad de aplicación como es Sbase en Buenos Aires. El 61% de los gastos se cubren con la tarifa del boleto y el resto, con impuestos.
“Aquí no hay huelgas, cada vez hay menos averías y la gente confía cada vez más en el transporte público -dijo Pascal Jacquesson, presidente de Keolis Lyon-. Cada 20.000 km, se hace el mantenimiento de los vagones y otras partes se revisan según las horas de uso. Todas las noches se limpian los trenes por dentro y, cada tres semanas, por fuera”.
Los vagones con más de 40 años tienen 13 millones de kilómetros recorridos y buscan extender su vida útil a unos 55 años. Para fomentar el uso del transporte público, Keolis maneja estacionamientos de autos y bicicletas o diseña apps para saber dónde dejar el vehículo y cómo combinar mejor el transporte público.
Tabary conoce muy bien lo que pasa bajo tierra en Buenos Aires. Su línea de subte favorita es la H y la estación preferida es Facultad de Derecho. Sabe que los usuarios están “hartos del estado de las escaleras mecánicas y los ascensores, y de que el servicio no sea fiable, porque ignoran si el tren llegará o no en horario”, admitió al enumerar otras preocupaciones, como la falta de espacio en los andenes y los vagones. “No es sobre la tarifa las mayores críticas al servicio”, resumió, y afirma: “Es un tema político”.
Opinó que “hay que pasar del sistema de reparación de unidades al preventivo” y también negó preocupación por la actividad gremial del subte porteño. “¿Usted sabe cuán duros son los gremios en Francia?”, respondió a esta cronista con una sonrisa.
FUENTE: María Elena Polack – www.lanacion.com.a